No, no vuelvo de viaje a Madrid otra vez. Acabo de volver de Canarias, por Dior, déjenme descansar.
El título de hoy viene por este nuevo peldaño que hemos descendido en nuestra escalera a los abismos de la comercialización de absolutamente todo. Empezó con la esponsorización de la cultura: de repente empezaron a suceder cosas tales como que el Teatro Calderón de toda la vida pasara a llamarse Teatro Häagen-Dazs (y posteriormente Teatro Caser Calderón). Luego vino la conversión de la decoración navideña en propaganda descarada de compañías telefónicas. Y desde hace ya bastantes meses tenemos que la castiza parada de metro de Sol ahora se llama Vodafone-Sol. Me imagino qué cara se le debió poner a la señora que pone la voz a la megafonía del metro cuando le pidieron que grabara el nuevo nombre...
No es que me moleste por lo feo que resulta: es que me indigna y me asusta que hasta los espacios públicos de nuestras ciudades se estén convirtiendo en vallas publicitarias. Mal me parecía lo de los teatros, pero al fin y al cabo es entendible que un teatro es un negocio privado y que el empresario puede hacer lo que considere apropiado por ingresar unos euros en su cuenta. Que ocurra lo mismo con estaciones, plazas, calles y parques me parece indignante y aterrador.
Pero como soy lo suficientemente viejo y cínico como para saber, a estas alturas, que cuando no puedes vencer a un enemigo debes unirte a él, no solamente no me opongo a la venta descarada de bienes comunes a los logotipos corporativos, sino que además propongo nuevas ideas:
Porque, ¿no sería divertidísimo hacer un recorrido en metro por Madrid empezando en la estación de Támpax-Moncloa, cogiendo la línea Puleva con Omega 3, haciendo trasbordo en la estación de McDonalds-Callao, para llegar a Fajas Soras-Ópera? Así uno podría salir a visitar el Palacio Real Madrid F.C., admirar la fachada neoclásica de la Catedral de Mercadona, recorrer las callejas del Madrid de Austrias-Volkswagen, pararse a tomar una relaxing cup of café con leche en la Plaza del Banco de Sabadell, bajar por la Calle Seat Toledo, contemplar las escenas más castizas del barrio de Samsung y acabar la velada tomando unas tapas por las venerables tascas de L'Oréal Con Colágeno Juvenil.
¿Pero por qué parar en los nombres de estaciones, monumentos y calles? Yo propongo que pasemos a esponsorizar directamente a nuestros hijos. Así no habrá problemas ni discusiones a la hora de elegir los nombres: si es niña la llamaremos Pepsi y, si es niño, Seguros Ocaso. La compañía en cuestión, a cambio de que la criatura lleve tatuado el logotipo de la empresa en la frente, pagará a los padres el material escolar de los niños, o les regalará calcetines durante toda la vida. Pero lo mejor de todo es que al ritmo que vamos no hará falta ni que sea una multinacional la que esponsorice a las nuevas generaciones: por un mendrugo de pan seco la gente dejará encantada que sus hijos se llamen Freiduría Manolo, Pensión Paqui, Restaurante Chino Gran Muralla o Club Para Caballeros El Pezón Feliz, con descuentos razonables en los locales correspondientes.
¡Todo son ventajas!
3 comentarios:
La primera vez que vi lo de Vodafone-Sol también pensé WTF???
Pues es más que eso: cuando se anuncia la próxima estación, la locución dice,literalmente: "próxima estación:VODAFONE SOL.Correspondencia con las líneas 1,2 y/o 3 (dependiendo de qué línea hayas tomado):VODAFONE (sin SOL), y RENFE CERCANIAS"
Bueno..yo pensaba que el espantajismo en España no podía llegar mas alla, pero si, si se puede.....
Lo próximo es que el Congreso de los Diputados pase a llamarse Congreso-FCC de los Diputados o el ayuntamiento sea Ayuntamiento-Bankia de Madrid.
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