mayo 22, 2012

Misterio entre bambalinas (IX)

Me habían toreado, despistado, insultado, despreciado y golpeado: en eso las pasadas veinticuatro horas no se habían distinguido mucho del resto de mi vida, pero eso no significaba que me gustara la situación. Era hora de tomar la iniciativa. 

El elemento natural de un viejo detective como yo son las calles: las arterias que marcan el pulso de la ciudad, los afluentes de esa marea que llamamos civilización, los albañales por donde desaguan los despojos humanos entre los cuales me incluía. Salí a respirar el aire húmedo y cargado de monóxido de carbono de la Gran Calabaza, como llamábamos en aquellos tiempos a esta ciudad de pecado que es Boo de Piélagos. Mi primera parada fue Chez Émile, la churrería francesa más oleaginosa y con más solera de la ciudad. Émile me recibió con los brazos abiertos: 
 - O me pagas lo que me debes, sabandija, o te pego dos tiros aquí mismo -me dijo. Sólo en ese momento me percaté de que cada uno de los extremos de sus brazos, antes mencionados, se encontraba una Smith & Wesson modelo 625
Le dije que pagarle la deuda contraída con él no iba a ser posible en ese momento, pero que tenía algún dinero suelto (que había robado como venganza del camerino de Scarlett Bustillo mientras ella no miraba) y con gusto pagaría un desayuno y, más aún, le invitaría a algo si deponía su actitud poco hospitalaria. Émile accedío a regañadientes y yo procedí a ordenar cuatro de tazas de chocolate caliente, seis docenas de churros, kilo y medio de porras, diez o doce croissants rellenos de mermelada de higos chumbos, un par de carajillos y, para él, un vaso de agua del grifo. Los churros tenían ese reconfortante sabor a aceite industrial y lubricante tan característico del local de Émile, aunque el retrogusto era ligeramente distinto al de otras veces. 
- Es por el aceite -dijo tristemente Émile cuando se lo hice notar-. Normalmente suelo usar para mi mezcla especial un toque del schmaltz para arenques sobrante que el señor Goldwasser, del ultramarinos kosher de aquí al lado, me vende a un precio de amigo; pero últimamente no le quedan existencias y me veo obligado a sustituirlo por líquido de frenos caducado, igualmente rico en omega-3 y otros nutrientes esenciales, pero de sabor ligeramente inferior. 
Interesante. Pagué la cuenta a Émile y, viendo que aún me quedaban unas pocas monedas, me dirigí al colmado del señor Goldwasser y le pedía que me envolviera para llevar un par de kilos de rugelach. Mientras me servía los pastelitos, pregunté casualmente: 
 - ¿Podría ponerme también un cuarto de kilo de arenques en aceite? 

- Huy, no va a ser posible -se disculpó el caballero-. Se me han agotado las existencias. 

- Qué desgracia -dije-. Con lo que me gustan para desayunar… ¿y sabe cuándo tendrá más? 

- Espero un cargamento nuevo para principios de la semana que viene. Pero tendrá que darse prisa: desde hace unas semanas siempre que recibo arenques me los compra todos un mismo gentil alto y rubio al que nunca había visto antes. Viene, compra mis arenques y se va sin interesarse por el resto de mi mercancía. Y eso que mis challah parecen decir "cómeme", "cómeme"… 
Le di las gracias efusivamente al señor Goldwasser, le aseguré que su tienda era el orgullo de las Doce Tribus y le pedí por favor que no dejara de avisarme con antelación cuando supiera en qué momento le iba a llegar el siguiente cargamento de arenques. 

Tras salir de Goldwasser e Hijos pensé brevemente en hacer una visita a alguno de mis soplones habituales, pero pronto desestimé la idea. La mayor parte de ellos habían pasado a engrosar las filas de mis acreedores y la única que jamás me había cobrado, Helen "La Sorda", probablemente fuera a decirme que el Virrey de Perú había muerto o alguna noticia igualmente cierta a la par que inútil.



En vez de eso dirigí mis pasos al Barrio Rojo. Recientemente ampliado (con fondos públicos) por nuestro Gobierno Regional como parte de su Plan (Maestro) para reactivar la economía invirtiendo en los (sólidos) sectores del Turismo (sexual) y la Construcción (de lupanares), el Barrio Rojo se había extendido por buena parte de lo que antes eran el campus universitario y la ciudad hospitalaria. Sin embargo, aquel día aparecía inusualmente vacío. Lo temprano de la hora no justificaba el escaso flujo de marineros, honrados padres de familia y de supernumerarios del Opus yéndose de putas. Las pocas chicas que hacían la esquina me saludaron afablemente, preguntándome por J. Arístides, a quien hacía tiempo que no veían y a cuyos dineros echaban tanto de menos. Aquí y allá los alegres neones de los anuncios de pequeñas clínicas (privadas) ofrecían discretas desinfecciones y lavativas varias por módicos precios, o en su defecto unos servicios funerarios al alcance del bolsillo de cualquier consumidor. 



Sin más problemas me planté en el astroso cuchitril que servía de cuartel general a Zack "Cardenales" Rufskin, apodado así por las estrechas relaciones que mantenía con ciertos miembros de la jerarquía eclesiástica y también por su tendencia a la trombosis. Zack y yo éramos viejos conocidos desde la época en que ambos éramos desertores de la Marina durante la Guerra. Huyendo en chalupa del portaaviones en que ambos estábamos destinados, tuvimos la mala suerte de vernos sorprendidos por una tormenta y acabamos naufragando en una isla desierta en los Mares del Sur, cosa bastante sorprendente dado que el portaaviones estaba estacionado frente al Machichaco. Allí en la isla desierta, sin nada que hacer más que comer cocos y contar guijarros junto a la playa, Zack y yo llegamos a intimar bastante, hasta que finalmente fuimos rescatados por un barco de traficantes de chufas. Cómo salimos de aquélla es una historia que no concierne ahora, pero baste decir que aunque con los años nuestra relación se había ido distanciando hasta convertirse en una mera amistad, aún nos debíamos el uno al otro un par de favores, que yo hasta el momento había procurado no solicitar salvo en caso de necesidad. Pero aquella era una necesidad. 
 - Hola Zack, vieja mofeta -dije entrando en su despacho-. ¿Cómo te trata la vida? 

 - ¡Coño, Mike, zorro apestoso! -me saludó él-. Tienes un aspecto lamentable. ¡Vaya par de carcamales estamos hechos! ¿Que cómo me trata la vida? Pues a palos, como siempre: este negocio se va al garete. 
Zack, como podrán imaginar, era proxeneta. No siempre fue así: en sus tiempos mozos su profesión había sido la de traficante de órganos de animales destinados a clínicas veterinarias clandestinas. Pero un buen día, cansado de recibir tomatazos por parte de los ecologistas, había decidido dar un giro a su vida y dedicarse a un negocio de futuro y prestigio: chuloputas. 
 - ¿Al garete, tu negocio?
 - Bueno, el negocio en sí sigue yendo viento en popa, especialmente en estos tiempos. Lo que se me va al garete es la tapadera: con el anuncio de lo de Eurovegas, todo el ramo está haciendo las maletas para trasladarse a la nueva viciópolis. A ver qué me invento yo ahora para seguir con lo mío. 
La empresa de prostitución de Zack no era sino una tapadera para un negocio mucho más oscuro e ilegal: la trata de intelectos. Por un precio adecuado, las preparadísimas chicas de Zack eran capaces de cualquier cosa, desde ayudar a tu hijo con los deberes de álgebra a mantener eruditas conversaciones sobre la influencia de Kierkegaard en los escritos de Jorge Luis Borges. Mientras esperaba a que Zack terminara de hacer el crucigrama que tenía empezado, eché un vistazo a la lista (orientativa) de precios, de la que reproduzco sólo una pequeña parte: 

Servicios Básicos
  • Análisis morfológico, 10 euros 
  • Análisis sintáctico, 10 euros 
  • Revisión ortográfica, 3 euros/página 
  • Francés (niveles elemental, medio o avanzado): 15 euros/hora 
  • Griego (clásico): 15 euros/hora 
  • Ecuaciones diferenciales: ordinarias 30 euros, en derivadas parciales 50 euros 
  • Búsqueda bibliográfica: 10 euros/ítem 
  • Traducción e interpretación: 40 euros/página/hora 

Servicios Completos

  • Conversación sobre tema filosófico a elección del cliente: a) dándole la razón, 80 euros, b) llevándole la contraria, 100 euros. Mayéutica incluída por 30 euros adicionales 
  • Análisis de estructuras arquitectónicas: 200 euros 
  • Resolución de ecuaciones de Navier-Stokes: analítica 700 euros, numérica 150 euros 
  • Discusión cinéfila: 100 euros (nouvelle vague, 150) 
  • El Artista Como Profeta: una reflexión conceptual acerca de Kandinsky y su entorno (conferencia): 300 euros 
  • Redacción de tesis doctorales: 3000  euros
Zack terminó el crucigrama, me observó durante unos instantes y me dijo: 
- Tienes aún peor pinta que de costumbre. Algo te preocupa. Deduzco que no has venido aquí a recordar viejos tiempos… 
- No, amigo. Necesito un favor, y sabes que no podré pagártelo… 
- Me lo imaginaba -gruñó-. Escupe. 
- Necesito que alguna de tus chicas investigue qué motivos puede haber para que alguien quiera cavar bajo el teatro Bífidus Activos: restos arqueológicos escondidos, tesoros mayas olvidados, yacimientos minerales, el Oro de Moscú, fósiles del cretáceo, túneles que conduzcan a algún sitio interesante… cualquier detalle o rumor puede ser importante. ¿Crees que podrías ayudarme? 
- Mmmmm. Veré qué se puede hacer. 
Después de meditarlo un buen rato (durante el que me quedé dormido) Zack descolgó el interfono e hizo dos llamadas. Pasados unos minutos dos mozas lozanas, una morena y una rubia, hicieron su entrada en el cuarto. 
- Ésta es Tiffany -dijo señalando a la rubia-: es licenciada en historia, doctora en biblioteconomía, tiene un máster en derecho mercantil, habla tres lenguas muertas y seis vivas y es campeona regional de lanzamiento de bolas de pimpón sin manos. Su amiga es Amber, es geofísica, perito agrónomo e ingeniera de minas y en su papel de dominatrix es capaz de zurrar a un hombre hasta dejarlo inconsciente pero al mismo tiempo conseguir que se vaya relajado y feliz a casa. Creo que son lo mejor que tengo en estos momentos para el tipo de trabajito que necesitas. 

 - Encantado, señoritas -dije tocándome el ala del sombrero. 

- Zdravstvuyte -dijo la morena. 

- Konnichi wa -dijo la rubia. 
De modo que quedamos en que ellas se pondrían a investigar y me comunicarían sus descubrimientos, de haberlos, lo antes posible. Me despedí de Zack y sus muchachas y salí camino al próximo capítulo. 

(continuará)


1 comentario:

Anónimo dijo...

Esto se pone cada vez mejor...
P.

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