A lo largo de mi carrera como detective he sufrido un gran número de golpes en la cabeza. Eso, en opinión de mi socio J. Arístides, explica un montón de cosas. Tanta experiencia me ha permitido desarrollar un fino instinto para las lesiones contusas: a medida que me despertaba poco a poco y a juzgar por el tipo de dolores lacerantes que me atravesaban el cráneo, determiné que había sido golpeado por un calcetín relleno con un ladrillo. Tenía suerte de seguir vivo: aunque sea un dato estadístico poco conocido, los expertos policiales han determinado que más de la mitad de las muertes violentas que ocurren en el mundo se deben a que los calcetines los carga el diablo.
Parpadeé como una candidata a Miss Teruel frente a los focos, hasta que las manchas de colores que bailaban ante mis ojos se fueron convirtiendo en una imagen: la cara de un gatito asombrosamente cursi bajo la que se leía esta frase incongruente:
Te Quiero Más Que Repsol A YPF
Eso sólo podía significar una de dos: o bien había muerto y existía el Infierno, o bien –peor aún– estaba de vuelta en el camerino de Scarlett Bustillo. Era lo segundo.
- Despierta, cretino –me saludó dulcemente mientras me daba de sopapos-. No deben descubrirte aquí.- ¿Quiénes? -acerté a decir a la tercera o cuarta intentona.- Esa es una excelente pregunta -respondió ella-, que esperaba que tú me contestaras.
Intenté aclarar mi cabeza. Me sentía como si la noche anterior me hubiera bebido tres botellas de ginebra, pero sin la parte divertida. Scarlett había dejado de darme tortazos y se había movido hacia la puerta, vigilante y con el fatídico calcetín relleno (y ensangrentado) en una mano y un cigarrillo, del que daba caladas nerviosamente, en la otra.
- ¿Has sido tú quien me ha golpeado? -pregunté, decidiendo pasar al tuteo: después de haberla visto desnuda y haberme causado ella una conmoción cerebral, consideré que habíamos intimado lo suficiente-. ¿Por qué?- Por lástima -respondió la actriz-. En el fondo soy una sentimental: más romántica que la hostia puta.
Scarlett debió ver mi expresión de desconcierto, porque añadió:
- Desde que te vi supe que eras un imbécil, un cobarde, un muerto de hambre y un soplagaitas -esta descripción, la más favorecedora que me habían dedicado en mucho tiempo, hizo que se me llenaran los ojos de lágrimas-. Por algún motivo, eso me despierta un extraño instinto maternal. Debería haber dejado que esos a quienes estabas siguiendo te hicieran picadillo. Pero en el último momento me pudo la compasión. Además, te debo una: no fuiste a la policía con lo del lanzallamas, y si algo me enseñó mi madre, aparte de a ponerme las rodillas en las orejas para estar más guapa, fue a ser agradecida. Así que en cuanto encendiste la cerilla y pude verte con claridad te aticé con todas mis ganas y luego te arrastré aquí en silencio. Soy más fuerte de lo que parezco: cuando cargas toda tu vida con dos tetas de seis kilos cada una, no veas cómo se te pone de duro el espinazo. Pero no puedes quedarte mucho tiempo. Nos estarán buscando.
Ante mi cara de absoluta incomprensión Scarlett suspiró y empezó a hablarme como a un niño de cuatro años:
- Mira, bonito. No sé quiénes eran los que estaban allí dentro, pero se movían en completa oscuridad sin problemas. Seguro que llevaban visores infrarrojos o algo así: esos tipos son profesionales. Habrías caído en sus brazos y habrían acabado contigo en menos de lo que la Ministra de Sanidad tarda en decir "copago". Créeme: he crecido en un barrio muy chungo y me huelo estas cosas.- ¿Visores infrarrojos? ¿De dónde sacas esas ideas?- Pues de la tele, como todo el mundo. De dónde va a ser.
- ¿Y qué hacías tú allí, también a oscuras? ¿Tambien tienes visión infrarroja o qué?- Estaba esperando. Después de hablar contigo, me quedé muy mosqueada. Alguien había intentado incriminarme de un asesinato, y comprenderás que no estaba muy contenta. Nadie se la juega a Ramona Bustillo (no creerías que me llamo de verdad Scarlett) y se va de rositas: ya te he dicho que me crié en un barrio muy puñetero, donde o comes o te comen. Así que me quedé escondida cuando cerraron el teatro, por si alguien intentaba entrar de nuevo en mi camerino. Quería darles un regalito: -y me enseñó de nuevo el calcetín-, pero cuando noté que había más de un intruso y que venían bien equipados me entró el yuyu y decidí que lo mejor sería no llamar la atención. En cuanto a tu segunda pregunta, te voy a contar un secreto: el coreógrafo de este teatro se quedó ciego hace años. Dada la calidad del espectáculo, casi nadie se ha dado cuenta, pero por si acaso y para dar el pego el coreógrafo se hizo instalar un sistema de pasamanos con el que orientarse por el teatro. Moverse a oscuras en este edificio es un juego de niños, si sabes cómo.
Me pareció una historia muy traída por los pelos, pero uno ha visto cosas más raras todavía. Hice la pregunta obligada:
- ¿Pudiste identificar a los intrusos?Llegados a estas alturas la conversación se quedó en un punto muerto. Yo no terminaba de encontrarme en mi mejor momento y Ramona-Scarlett estaba visiblemente incómoda y deseando que me marchara. Y eso fue lo que hice, después de haber comprobado que no había nadie en el pasillo. Afuera despuntaba el alba.
- No. Sé moverme a oscuras por el teatro, pero no tengo superpoderes. Les oí cuchichear, eso sí, pero hablaban tan bajo que no pude sacar nada en claro. Había al menos un hombre y una mujer. El hombre hablaba con un extraño acento, tal vez fuera extranjero o quizás le gustaban demasiado los chistes de gangosos de Arévalo. Dijo algo acerca de una excavación o algo así. También mencionó nosequé de un cadáver. Y con toda seguridad repitió varias veces la palabra "arenques". La mujer, por contra, sólo se limitó a responder con carraspeos y otras onomatopeyas. Siento no poder decirte más.
(continuará)
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