No tuve que romperme demasiado la cabeza. La señorita Bustillo hacía honor a su apellido y el suyo era uno de los sostenes que con tanta eficiencia yo mantenía incólumes -aunque un tanto sudados- en mi testuz. Con el pretexto de entregarle la preciada prenda que iba a necesitar esa misma noche, me dirigí a su camerino. No fue difícil encontrarlo: estaba al otro lado del pasillo. Llamé delicadamente a la puerta y una voz angelical dijo desde dentro:
- ¡Un momento, coño, que estoy en pelotas!
Esperé respetuosamente hasta que la voz me dio luz verde para entrar. Pasé a un camerino similar en características al que acababa de abandonar, salvo que decorado más alegremente con fotos de gatitos monísimos y ramos de flores de plástico de una horterez fuera de toda escala. Ocupaba la silla del tocador una mujer joven y rubia, vestida únicamente con una bata de seda que apenas le cubría las abultadísimas volumetrías.
- ¡Su divinidad! -exclamé arrojándome al suelo y cubríendole los juanetes de besos, babas y zalamerías varias-. Es para mí un honor conocerla por fin en persona. Sepa que soy su más ferviente admirador desde mi más tierna infancia. ¿Me haría el inmenso favor de firmarme un autógrafo para poder legárselo, cual preciado tesoro, a mis herederos aún no natos?
Dije todas estas majaderías porque después de una jornada en íntimo contacto con el gremio teatral creía haber captado correctamente la psicología de las starlets. Pero, como suele ocurrirme, me equivocaba.
- ¡Levanta, gilipollas! -dijo la gachí-. Me vas a estropear la pedicura. Hostia puta.
Se notaba que era una mujer de refinados modales, fruto exquisito de las últimas décadas de reformas educativas. Me deshice en disculpas y expliqué mi presencia allí haciéndole entrega de un sujetador cubierto de pedrerías que podría haberse utilizado para sujetar sendas boyas de navegación transoceánica. Explicada mi presencia en el camerino, el estado de ánimo de la estrella se dulcificó notablemente:
- Haber avisado, cojones -entonó-. Pensaba que eras uno de esos putos viejos babosos que vienen a todas horas a regalarme flores compradas en los chinos y a intentar meterme mano. Anda, ya que estás aquí, ayúdame a vestirme -y diciendo esto se levantó y dejó caer su bata, quedándose como su madre la trajo al mundo.
Lo cierto es que yo soy un caballero y suelo fijarme en otro tipo de cosas, pero no pude evitar quedarme embobado ante el espectáculo de tantas y tan turgentes carnes expuestas ante mis narices. La señorita Bustillo era lo que mi compañero J. Arístides solía denominar una maciza y lo que el señor Cifuentes llamaría una jamona, aunque atendiendo a su nivel cultural yo aventuraría que se quedaba más bien en paletilla. Esto último no deslucía la lozanía de sus nalgas abundantes, la armonía de sus caderas sinuosas, la calidez de su pubis sedoso y la prominencia de sus melones como zepelines desafiantes. El momento de erotismo quedó un tanto deslucido cuando la vedette se enfundó, con considerables esfuerzos y resoplidos, una braga-faja de color carne igualita a la que usaba mi difunta bisabuela.
- Bonita, lo que se dice bonita, no es -me leyó el pensamiento la señorita Bustillo-. Pero no veas cómo sujeta lo que viene siendo el parrús. Venga, tira con fuerza.
Obedeciéndola, tiré de las poleas y remaches que comprimían la ortopédica prenda hasta que oí crujir las costillas de la actriz. Ésta pareció quedarse satisfecha cuando su cara empezaba a ponerse del color de la sobrasada. Acto seguido, y poniendo mucho cuidado en no respirar, la joven procedió a amarrarse el sujetador con mi ayuda. Fue como intentar cerrar la Presa de las Tres Gargantas a pulso. Una vez embutida en los paños menores, la estrella empezó a meterse en las enaguas que daban a la obra teatral su justo nombre. Salvo por los inevitables jadeos entrecortados que le provocaba semejante torniquete, la moza se iba mostrando más y más confiada y parlanchina.
- Interpreto un personaje muy complejo y polifacético. Se trata de una dama de la alta burguesía que padece una misteriosa enfermedad a resultas de la cual va perdiendo la ropa por todas partes. El drama de su vida se ve acrecentado cuando se ve envuelta en un enredo de espionaje que gira acerca de unos planos secretos que algún agente secreto ha escondido en un liguero… Hay unas escenas muy trágicas en las que dos grupos de chicas a sueldo de servicios de inteligencia rivales se enzarzan en una pelea de almohadas en négligée, y…- Digno de Shakespeare -no pude evitar decir.- Ahórrate el sarcasmo, hijo de la gran puta -me dijo la damisela-. Vale que soy rubia y prácticamente analfabeta, pero no soy tonta. Todo el mundo me subestima: eso me pasa por hacer caso a mis padres. Yo de pequeña quería ser paleontóloga, ¿sabes?, pero todos me decían que estaba demasiado buena para dedicarme a ello. Que estaba mal visto ser guapa y lista a la vez. Que para triunfar en la vida lo que tenía que hacer era chupársela a alguno de los mil pequeños Berlusconis que pueblan nuestros parlamentos y concejalías. Así que mis padres se dejaron los ahorros para meterme en una academia de modelos, donde me enseñaron técnicas avanzadas de bulimia y a decir que mi máximo anhelo era la Paz Mundial. Eso y la calidad de la enseñanza pública me convirtieron en lo que soy ahora: una vacaburra cuyo máximo triunfo en la vida ha sido ser azafata del Telecupón. Y no creas que me lamento: acepto mi sino con sana filosofía. Tengo un trabajo de mierda pero al menos me gano un sueldo con el que sufragar los lujos de los banqueros de este país. Pero me toca los cojones que un mamarracho como tú me venga con ironías.
Le pedí perdón con grandes muestras de condolencia que, cosa rara en mí, por una vez eran sinceras. Pero algo no me cuadraba en todo esto:
- Entonces, ¿no le gusta ser la estrella de un espectáculo, amén de sueño húmedo de cientos de nonagenarios? -pregunté.- Quiá -negó la neumática moza, mientras se enfundaba unos pololos y una falda de terciopelos que, vista de cerca, resultaba ser un criadero de polillas-. Ni de coña. Ya te digo que lo que me gustaría de verdad es pasarme las horas en cuclillas, desenterrando huesos fosilizados de megaterio, publicando artículos en la Berliner Geowissenschaftliche Abhandlungen y manteniendo polémicas académicas sobre la relación entre la epigénesis y la filogénesis. Pero vivimos en el país que vivimos y, si nos dan a elegir entre el Parnaso intelectual y una buena dosis de destape machista y trasnochado, nos tiramos todos de cabeza a lo segundo. Me cago en tó.
La apasionada sinceridad de la jamona se me contagió y repliqué con similar franqueza:
- Entonces, ¿por qué le tenía esas envidias a la difunta madamoiselle LaVache?- ¿Envidia? Qué carajo. Lo que me daba esa momia era pena… -la Bustillo se quedó un instante pensativa-. Espera. Tantas preguntas.. Tú no eres un ahormador de sostenes normal: ¡tú eres un madero!
En efecto, doña Scarlett no tenía un pelo de tonta.
- Detective privado, señorita -dije sacando de nuevo como acreditación mi carnet de la sauna-. No se le escapa una.- Y supongo que yo soy la sospechosa principal. ¡Ja! -rió amargamente la mujer-. Pierdes el tiempo. Ni tenía motivos ni voluntad de hacer daño a la abuela. Mi puesto, si es que lo apreciara en algo, no peligraba por la vieja. Lo único que ella quería era recordar las sus antiguas glorias y comer ración doble de natillas a la hora del postre. Además, tengo coartada: la noche en que ella murió yo estaba visitando el museo de Historia Natural por última vez: lo van a cerrar y construir un espaciopuerto diseñado por Calatrava en su lugar. Fui con una excursión del Imserso, que salen más baratas, así que tengo docenas de testigos. Pregunta, pregunta: todos confirmarán mi historia.- Entonces, si es usted inocente ¿por qué tiene un lanzallamas asomando por detrás de ese biombo?
(continuará)
2 comentarios:
¡Por fin algo de pechuga!
P.
Lo de Calatarava y el espaciopuerto, sublime.
La tía tonta, mira que querer estudiar... así no va a llegar a nada.
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