Visitar un hospital, ya sea como paciente o como visitante -pero sobre todo en el primer caso-, es una experiencia traumática. Sólo existe una excepción que yo conozca a esa regla: la planta de maternidad.
En el caso de Santander, la cuarta planta del vetusto edificio de la "Residencia Cantabria" es la que más decibelios de llantos y más toneladas de sonrisas produce al mismo tiempo.
Recuerdo cuando conocí a mis amigos L. y J. Yo llevaba saliendo con el osezno poquísimo tiempo y fui invitado a una cena de cumpleaños que celebraban conjuntamente varios amigos del grupo del osezno. Yo aparecí allí sin ser explicado (al principio nuestra relación iba en plan discreto) y la gente, con esa reserva tan cántabra que a mi modo de ver es indistinguible de la reserva castellana, me miró como si yo fuera un trozo de anchoa en salazón que uno se encontrara dentro de una quesada pasiega. Qué analogía más cántabra me ha quedado, por cierto.
Pero en cuanto el osezno y un servidor dimos el paso fuera del armario, L. y J. estuvieron entre los primeros en aceptarme con total naturalidad y afecto, ayudándome a integrarme en ese extenso grupo de amigos con facilidad.
L. y J. se han organizado divinamente. Se casaron relativamente jóvenes y han disfrutado de varios años de vida de pareja el uno para el otro, mientras sus carreras se consolidaban, saliendo y viajando mucho. Llegado el momento, han decidido serenamente dar el siguiente paso y traer al mundo un hijo.
Y hace dos días nacio la pequeña. Y allí, en la feliz planta cuarta del hospital, en medio de todo el barullo de abuelas, tías, primos, cuñados, amigos, nos plantamos el osezno y yo para dar nuestra enhorabuena. ¡Qué momento de felicidad perfecta, ver a esa personita de un dia de edad dormir acurrucadita en los brazos de su madre!
En el caso de Santander, la cuarta planta del vetusto edificio de la "Residencia Cantabria" es la que más decibelios de llantos y más toneladas de sonrisas produce al mismo tiempo.
Recuerdo cuando conocí a mis amigos L. y J. Yo llevaba saliendo con el osezno poquísimo tiempo y fui invitado a una cena de cumpleaños que celebraban conjuntamente varios amigos del grupo del osezno. Yo aparecí allí sin ser explicado (al principio nuestra relación iba en plan discreto) y la gente, con esa reserva tan cántabra que a mi modo de ver es indistinguible de la reserva castellana, me miró como si yo fuera un trozo de anchoa en salazón que uno se encontrara dentro de una quesada pasiega. Qué analogía más cántabra me ha quedado, por cierto.
Pero en cuanto el osezno y un servidor dimos el paso fuera del armario, L. y J. estuvieron entre los primeros en aceptarme con total naturalidad y afecto, ayudándome a integrarme en ese extenso grupo de amigos con facilidad.
L. y J. se han organizado divinamente. Se casaron relativamente jóvenes y han disfrutado de varios años de vida de pareja el uno para el otro, mientras sus carreras se consolidaban, saliendo y viajando mucho. Llegado el momento, han decidido serenamente dar el siguiente paso y traer al mundo un hijo.
Y hace dos días nacio la pequeña. Y allí, en la feliz planta cuarta del hospital, en medio de todo el barullo de abuelas, tías, primos, cuñados, amigos, nos plantamos el osezno y yo para dar nuestra enhorabuena. ¡Qué momento de felicidad perfecta, ver a esa personita de un dia de edad dormir acurrucadita en los brazos de su madre!
4 comentarios:
Felicidades a tus amigos.
Qué responsabilidad más grande traer una criatura al mundo... pero qué momento más ¿mágico? ver a un recién nacido.
PD al ver el título de la entrada pensé que ibas a hablar de "hierbas de la felicidad" o algo así ;)
Felicita a tus amigos por ese nuevo estado civil ;)
Me ha encantado lo de la reserva cántabra porque es totalmente opuesta a lo que suele pasar aquí, que prácticamente te preguntan hasta el DNI.
Yo también soy tito putativo desde hace tres meses!
Felicidades con retraso para vuestros amigos. Aunque no soy muy niñera que digamos, me pasa como a todo el mundo, que se me pone cara de tonta cuando veo a los bebés y percibo los litros de baba que van perdiendo los felices papás.
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