septiembre 25, 2009

Curso acelerado de Economía

Por el Dr. Netchurch

En estas épocas difíciles, cuando cunde la incertidumbre en los mercados bursátiles y el pánico entre los consumidores ante la avalancha de datos pesimistas en las páginas salmón de los principales periódicos, se hace más necesario que nunca explicar de una forma clara y concisa los rudimentos de la teoría económica moderna, a fin de poner al alcance de todos los ciudadanos toda la información necesaria para entender lo que está sucediendo en la actual coyuntura mundial, desde los parquets de las grandes Bolsas internacionales a la pescadería del mercado del barrio.

Desde el primer momento, y antes de que cunda la histeria colectiva, quisiera hacer un llamamiento a la tranquilidad de comerciantes, inversores y contribuyentes por igual: a diferencia de otras grandes crisis financieras, como el Crash de la Bolsa de 1929, la Crisis del Petróleo de 1973, la crisis económica española de los ochenta, la Crisis Asiática de finales de los noventa o aquella vez que tuve que dejar los yogures en la caja del supermercado por no llevar suficiente dinero encima, en esta ocasión no se va a Acabar el Mundo. Todo lo más, se acabarán algunas partes del mundo. Dicho esto, puede empezar mi cursillo acelerado de Economía.

Empecemos por la etimología. Existen diversas teorías acerca del origen del término "economía". Tal vez la más aceptada sea la del profesor Ponder Stibbons:
Economía (del lat. echo, y este del gr. ἠχώ, y del lat. mod. gnomus) literalmente, "sonido reflejado por los genios de la tierra". Los antiguos etruscos sostenían que el origen de toda riqueza se hallaba en el poder mágico de ciertos espíritus o duendecillos, muy dados a acumular en sus guaridas enormes calderos llenos de oro, no se sabe muy bien por qué motivo. Según la leyenda estos espíritus, también llamados gnomos, movidos por sus inescrutables caprichos distribuían entre los mortales ya sea riquezas sin cuento, ya sea pobreza sin límites. Los gnomos se comunicaban entre sí por medio de grandes voces y gritos que atravesaban los túneles de las cavernas que eran su morada, y se rumoreaba que aquellos que fueran lo suficientemente afortunados como para escuchar estos ecos serían recompensados con prosperidad en los negocios.
Naturalmente, en estos tiempos de iluminación sabemos que la leyenda etrusca era una solemne tontería, y en su lugar creemos cosas perfectamente racionales, como por ejemplo la existencia de una Mano Invisible que regula automáticamente y de forma óptima los mercados cuando éstos son dejados evolucionar libremente.



Para entender la economía es necesario primero tratar un tema con el cual muchos de ustedes no estarán suficientemente familiarizados: el dinero. En viejos tiempos, el sistema económico se basaba en el concepto de trueque: el ganadero A intercambiaba cabras a cambio de grano con el agricultor B, éste a su vez conseguía botijos dándole harina al alfarero C, y todos conseguían el bienenstar espiritual dándole el correspondiente diezmo de su producción a la casta sacerdotal de turno. Este acuerdo, si bien satisfactorio (especialmente para los sacerdotes), era práctico solamente en sociedades pequeñas. Llegados a un cierto punto, resultaba complicado llevar encima en todo momento media docena de cabritos para pagarse un café, por lo que surgió la necesidad de utilizar un sistema de intercambio más manejable.

Surgió así la idea del dinero: un agente intermediario que representase, de forma más bien simbólica, un determinado valor. Hubo varios intentos: en un primer momento se propuso como base monetaria el melón, pero pronto se abandonó la idea al ser casi igual de complicado trasportar veinte melones que veinte cabras. Además, la gente tendía a comerse los melones, especialmente en los días calurosos de verano, y eso descompesaba los Presupuestos Generales del Estado. El segundo intento consistió en usar cantos rodaos del río como moneda: esto provocó una época de inflación desmesurada al término de la cual una barra de pan venía a costar medio millón de toneladas de guijarros. Se decidió entonces que el sistema monetario debía basarse en alguna sustancia que fuera rara de encontrar en la naturaleza y, por lo tanto, automáticamente, valiosa para la sociedad en su conjunto: por ejemplo, los cubitos de hielo. La idea era buena, pero los cubitos tendían a derretirse, provocando grandes pérdidas en el mercado de valores y profundas crisis de confianza en los fondos de inversión a plazo fijo. Finalmente, a algún listo se le ocurrió utilizar el oro como base de la moneda.

En un principio, cada moneda contenía una cantidad de oro equivalente a su valor. Por una serie de motivos, entre los cuales figura de forma preeminente la avaricia humana, con el tiempo el contenido en metales nobles de las monedas fue decreciendo. De este modo, el marevedí de oro de quince onzas usado durante el reinado merovingio contenía exactamente 0,1 onzas de oro: las 14,9 onzas restantes se componían de una aleación de estaño, cobre, alambre de espino y caca. La moneda pasó así de contener valor en sí misma a ser una representación metafórica del valor. Esta situación se acentuó más aún con la aparición del papel moneda y, posteriormente, con la de las colecciones de cromos y la de las tarjetas de crédito. Actualmente el dinero sólo tiene valor como instrumento de intercambio. En teoría, el propietario de un billete de 500 euros es propietario de la cantidad equivalente de oro depositada en el Banco Central. Este es un sistema magnífico y eficiente, que funciona como la seda siempre y cuando a la gente no se le ocurra reclamar su oro en ningún momento.


Otro concepto igualmente importante es el de valor. En un restaurante elegante, una Soupe Chaude de Allium Sativum majado sobre Deconstrucción de croutons, aceite Arbequina y Mixtura de Huevo de Corral al Pimentón Dulce de la Vera viene a costar unos 85 euros por ración. En la tasca de mi pueblo, al mismo plato lo llaman sopas de ajo, sin mayúsculas, y cuesta dos euros con quince céntimos. El motivo de esta diferencia es evidente, muy lógico, y si ustedes no terminan de entenderlo eso se debe únicamente a su supina ignorancia sobre estos delicados matices del sistema mercantil.

Existen diversas escuelas de pensamiento económico, a cual más interesante. La economía clásica nació en el siglo XVIII con Adam Smith, quien identificó como bases de la riqueza de un país la tierra, el trabajo y el capital, pero falló completamente a la hora de explicar por qué el precio de la merluza se ha puesto por las nubes. Los marxistas se concentraron en el concepto de trabajo como motor impulsor de la economía y por ende de la historia, lo que les llevó inevitablemente a condenar como antihistóricas las vacaciones pagadas. Alfred Marshall inauguró la escuela neoclásica al introducir los tres pilares de la Oferta, la Demanda y el Escabeche; sin embargo su señora esposa era alérgica al vinagre y le obligó a suprimir todos los comentarios acerca de este último pilar, motivo por el cual a día de hoy apenas se habla de él. Otra gran escuela de pensamiento económico es la keynesiana. Keynesianos, post-keynesianos y neo-keynesianos se distinguen entre sí, básicamente, por el tamaño y cilindrada de sus porsches. Especialmente original es el pensamiento de los monetaristas, quienes consideran que la oferta monetaria es un elemento esencial para explicar la determinación del nivel general de precios e, incidentalmente, también que beber lejía es malo para la salud. Por contra, los partidarios del estructuralismo económico se oponen a todo ello, aduciendo para ello la consabida hipótesis Prebisch-Singer, por todos conocida. A la fiesta se unen los partidarios del neoliberalismo económico, los de la escuela ricardiana, los bullionistas, los fisiócratas, los fordistas y postfordistas, los ordoliberalistas, las escuelas de Manchester, Friburgo y Estocolmo, por no hablar de la perspectiva evolutiva de Kenneth Boulding o del teorema de Sonnenschein-Mantel-Debreu. Todo esto explica en cierta medida por qué los alumnos que sacan buena nota en selectividad prefieren meterse a hacer algo sencillo, tal como ingeniería aeronáutica, antes que frecuentar las facultades de Económicas.


Atendiendo al volumen de los intercambios que operan en un sistema, los economistas distinguen tres regímenes: en orden creciente de negocio, estos son el microeconómico, el macroeconómico y Maggie Wang Kenobi. La microeconomía es básicamente lo que hacen las madres cada vez que van al supermercado. La macroeconomía es esa cosa que provoca que miles de personas que buscan la Paz Mundial se dediquen a seguir de una ciudad a otra las reuniones del G-8, quemándolo todo a su paso. Maggie no requiere explicación, sólo admiración.

Antes de vender, comprar o consumir un producto suele ser necesario, de hecho, producirlo. Sin embargo, esto cada vez es menos cierto. Pese a todo, el análisis de la cadena de producción en la industria es algo que sigue pagando los chalets a muchos economistas. La actividad industrial se divide en cuatro grandes bloques o sectores: el primario, el secundario, el terciario y el cuaternario. Este último, también llamado neozoico, se divide a su vez en dos fases: pleistoceno y holoceno. La actividad económica se estructura dentro de este esquema en forma de pirámide ordenada y todo parecido con un sistema de castas hindú es mera coincidencia.


Finalmente, y para terminar este curso, se ofrecen aquí los rudimentos del sistema hipotecario y su tan cacareada crisis. El origen histórico de la hipoteca puede rastrearse por un lado hasta el derecho romano, en el que existía la figura de la fiducia, y por el otro hasta la Biblia hebrea, concretamente el siguiente pasaje del libro del Deuteronomio, capítulo XXVIII: "vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas maldiciones: serás maldito en la ciudad, maldito en el campo; maldito tu granero, y malditas tus obras; maldito el fruto de tu vientre, y el fruto de tu tierra, las manadas de tus vacas, los rebaños de tus ovejas. Serás maldito cuando entres, y maldito cuando salgas". Una hipoteca se define por medio de tres parámetros, a saber: a) El capital o cantidad de dinero prestado por el banco (esta cantidad suele ser inferior al valor tasado del inmueble, y a su vez varios órdenes de magnitud superior al valor real del mismo), b) El plazo de la hipoteca y c) el tipo de interés, llamado así por lo mucho que les interesa a los tipos del banco. Atendiendo a su evolución en el tiempo, los tipos de interés pueden ser fijos o variables. Atendiendo a la cuantía del gravamen, pueden ser bandidos, piratescos o directamente asesinos. El tipo de interés depende a su vez del Euribor, que anda descontrolado por culpa de nosequé burbuja, que al estallar provoca problemas de liquidez, y eso hace que los bancos entren en quiebra, y empuja a los que antes predicaban el liberalismo de mercado a pedir a los gobiernos que tomen medidas, y hace que suba el precio de la margarina.

Como todo lo anterior, les aseguro que es algo perfectamente lógico.

4 comentarios:

Johny Idea dijo...

¿Y el Cambio Climático, cómo se mete en la Economía? ¿Es culpa de la mariposa que aletea alegremente en las Chimbambas y genera grandes desastres huracanados en Pernambuco, con el consiguiente desequilibrio de fondos monetarios que se destinan a la recuperación de la zona mientras que la jodida mariposa sigue aleteando alegremente y provocando más desastres naturales que requieren de más fondos? ¿O la Teoría del Caos no funciona así con la Economía?

starfighter dijo...

Jesusito del Gran Poder, y yo preocupado por la lista de reyes godos en la carrera. Ahora entiendo porqué las páginas salmón sólo se utilizan para envolver, para cuando pintas o directamente para reciclar.

hm dijo...

Me encanta cuando haces entradas de estas, jajajajaja... los cubitos de hielo y el escabeche, jajaja... deberías formular tu propia teoría económica...

Peritoni dijo...

Vaya clase magistral, y además perfectamente inteligible para nosotros, el pueblo llano, el de los melones y las piedras, vamos.

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