junio 15, 2010

Placer Perfecto

Huevo. Patatas. Aceite. Sal. Pimentón dulce. Y nada más.

Placer en estado puro.

A pesar de lo mucho que les gusta a mis amigos fingir que se escandalizan a causa de mi aparente obsesión por el sexo, lo cierto es que todos saben bien dónde quedan mis lealtades. Si comparamos la suma de todos los momentos de alegría que he tenido en mi vida por estar preparando, compartiendo, disfrutando o simplemente pensando en comida con la de los que han venido por estar preparando, compartiendo, disfrutando o simplemente pensando en sexo —o, ya puestos, cualquier otra actividad humana—, tengo claro que los primeros ganan por goleada. Siempre digo que donde esté una buena comida se quite un mal polvo, y el único motivo por el que no soy capaz de decidir qué va primero en mi lista de Mejores Experiencias, si mi mejor cena o mi mejor noche de sexo, es que una cosa siguió a la otra y considero que ambas forman parte de una única y gloriosa vivencia que espero no olvidar jamás.

Pero me estoy yendo por las ramas. ¿Por dónde iba?


Ah, sí. Huevo. Patatas. Aceite. Sal. Pimentón dulce. Y nada más. Placer en estado puro.

La Sole es un diminuto bar emplazado en un sitio perfecto para pasar totalmente inadvertido cerca del Sardinero. El local cuenta con exactamente cinco pequeñas mesas, una barra de no más de tres metros de longitud y una minúscula carta de picoteo compuesta por platos sencillos: cosas como chipirones encebollados, tacos de solomillo, bacalao a la vizcaína o los huevos rotos que dan pie a esta entrada. De forma excepcional, se pueden encargar también arroces y marmitas para llevar o comer allí mismo, si se consigue encontrar sitio. Porque pese a ser pequeña y estar medio escondida en un bajo, La Sole está siempre llena.

El dueño de La Sole es un señor ya bastante mayor cuya mayor pasión es la buena comida. Se nota que disfruta con lo que hace. Ha elegido regentar un negocio pequeño, esmerarse en la calidad de los productos y no gastarse un duro en publicidad: el boca a boca (nunca mejor dicho) es lo que se encarga de mantener el bar siempre completo.

Huevo. Patatas. Aceite. Sal. Pimentón dulce. Hoy el señor de La Sole nos contaba, mientras rebañabamos el plato como si nos fuera la vida en ello, que a menudo la gente se empeña en meterle ingredientes adicionales (chorizo, gulas, morcilla, foie...) a los huevos rotos, olvidándose de la verdadera esencia del plato: buenos huevos y buenas patatas. Por eso él ha elegido reducir la receta a sus ingredientes mínimos. Resulta increíble cómo un plato tan aparentemente sencillo puede cambiar tanto dependiendo de cómo se sepa preparar. Con los mismos ingredientes, yo en mi casa prepararía una birria monumental. Este señor hace poesía. Olvídense de Casa Lucio: los mejores huevos rotos del mundo me los acabo de comer yo hace menos de una hora.

Qué poco basta a veces para tener un momento de felicidad.






4 comentarios:

Justo dijo...

¿Sabes que te digo? Que adelanto la hora de la cena, qué hambre me ha entrado.

Debe tener mucho encanto, un sitio así, tan íntimo... lo buscaré en mi próxima visita a Cantabria.. gracias por la recomendación.

Eleuterio dijo...

Totalmente de acuerdo con la comparación entre sexo y comida. La comida dá más placer.

A ver si consigues la receta de esos huevos.

Mé encantó la descripción del lugar.

Héctor Desterrado dijo...

Esos sitios chiquititos son los mejores para comer, yo lo tengo claro. Y su descripción resulta tan apetecible que lo anotaré para mi próxima visita santanderina.

Thiago dijo...

ay cari, me rio, pq hoy en tu post hay sexo y receta. Y en el mío hoy hubo sexo (bueno, intento) y mañana receta, jaaja

NO entiendo muy bien que hace en esos huevos rotos el pimentón picante... YO te recomiendo, aparte de los de Lucio, que igual no puedes ir pues ya reservó mesa el rey las de la taberna Almendro13, que me encantan, siempre está animadisimo, te avisan con una campanilla cuando están listos, un sitio genial de Madrid.

Bezos.

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