Nota: esta entrada no tiene casi nada que ver con el libro del mismo nombre, de David Kirkpatrick
Va a ser verdad eso de que las redes sociales están cambiando nuestra forma de relacionarnos los unos con los otros, y no necesariamente para mejor. Antes, si ibas por la calle y te cruzabas con un rostro conocido del pasado remoto -un antiguo compañero del jardín de infancia, un primo tercero, un viejo ligue de una noche, un ex vecino emigró al Uruguay- ambos os parábais dos minutos, intercambiábais los clásicos y falsos "qué tal todo, muy bien, a ver si nos vemos más", os despedíais amablemente y seguíais cada uno vuestro camino, sin la menor intención de volver a veros jamás. Ese era el Orden Natural De Las Cosas y uno de esos pequeños y deliciosos detalles que hacían la vida digna de ser vivida, sobre todo si al conocido en cuestión le habían tratado fatal los años y tú, pobre iluso, te pensabas que estabas estupendo en comparación.
Sin embargo, parece que ahora a todo el mundo le ha dado por buscar por internet a personas largo tiempo semiolvidadas, mandarles un mensaje lleno de caritas sonrientes y acto seguido pedirles amistad eterna o, en su defecto, que les enlacen en Facebook, Twitter, Tuenti, Blogspot, Wordpress, Google Account y la madre que lo parió. Si bien tengo que reconocer que yo mismo no soy totalmente inmune a esta horrorosa moda, la insensatez del asunto no se me escapa y hace que cada día añore más los viejos y sencillos tiempos en los que tener un perfil en internet servía únicamente para follar.
Tengo como media docena de personas que me han pedido amistad aguardando en el Limbo de Facebook, sin aceptar ni tampoco ignorar sus solicitudes. ¡Y eso que mi perfil se supone que está protegido y no puede ser encontrado a través de buscadores! Todas esas almas en el Limbo pertenecen a al menos una de las siguientes categorías: parientes lejanos que no quiero que husmeen en mi vida, gentuza que me cae mal pero que sin embargo no me conviene ofender o personas que me importan lo suficiente como para no querer darles el pequeño disgusto de ser rechazados pero lo suficientemente poco como para no tener ningún interés en sus vidas, anécdotas u opiniones. Al no haber rechazado directamente sus solicitudes, si algún día me los encuentro por la calle y me preguntan por qué no les he agregado a Facebook siempre puedo mentir y decirles que en realidad tengo un perfil pero que nunca lo miro. El caso es que todas las mañanas cuando abro mi Facebook me aparece en una esquinita el mensaje "tiene usted X solicitudes pendientes de amistad", pero mientras tenga el cuidado de no clicar accidentalmente sobre el mensaje la molestia seguirá siendo prácticamente insignificante.
Lo malo es que el efecto Facebook está empezando a dar el salto a la vida real, y eso sí que es preocupante de veras.
Sin darme cuenta, resulta que me he convertido en una especie de personaje público. Como trabajo en una universidad y además todos mis artículos científicos son de libre acceso a través de arXiV, cualquiera puede encontrar mi información de contacto con sólo teclear mi nombre en Google.
Ya me ha pasado dos veces. La primera vez fue con un antiguo compañero del Colegio Mayor con el que siempre tuve una relación muy superficial. Yo sabía que el muchacho era de Santander y de hecho alguna que otra vez a lo largo de los últimos años lo había visto por la calle, pero nunca había sentido el impulso de acercarme a confraternizar con él. Pero un día él me localizó a través de la web de la Universidad y no paró hasta que quedamos a tomar un café, ocasión que aprovechó para ponerme al día sobre una vida que no me interesaba -la suya- e intentar ponerse al día acerca de una vida que no era de su incumbencia -la mía-. Quería que saliéramos por ahí los fines de semana, pero yo, que soy perro viejo, utilicé una de las frases más socorridas que se han inventado a lo largo de la Historia:
Quien parece totalmente impermeable a todo tipo de indirectas es mi actual acosadora: una vieja compañera del instituto que llevo sin ver más de veinte años. Ahí es nada. Un buen día, hará como unos dos o tres meses, recibí casi a la vez un correo electrónico y dos llamadas de teléfono, una al contestador de mi móvil (que había conseguido a través de mi santa, pero algo incauta, Madre) y otra al número del trabajo (que habia conseguido a través de la página del Departamento). El contenido de los tres mensajes era más o menos este:
Bueno, en realidad el mensaje no era exactamente así y además en las llamadas telefónicas no había tantas sonrisitas, pero ese era el tono general.
Desde entonces me manda emails cada pocos días y me ha vuelto a llamar por teléfono cinco o seis veces, llamadas llenas de una simpatía y una alegría que me parecen totalmente antinaturales. No parece mucho, pero para mis estándares de sociopatía eso es poco menos que acoso. La situación está empezando incluso a alarmarme. Llamadme raro si queréis...
Todo esto es en el fondo culpa mía, porque me da pena herir los sentimientos de la gente y en vez de decir claramente lo que pienso (que es, básicamente, esto: "no te ofendas, Evarista, durante los últimos veinte años he vivido perfectamente sin acordarme de tí ni echar de menos tu compañía, y ahora que he hablado contigo la situación sigue siendo exactamente la misma") lo que hago es dar largas, evitando con suavidad compromisos indeseados. P., el gran diplomático, me regaña diciéndome que debería dejarme de tonterías y decirle a Evarista directamente que no me llame más. ¿Ustedes qué opinan?
Sin embargo, parece que ahora a todo el mundo le ha dado por buscar por internet a personas largo tiempo semiolvidadas, mandarles un mensaje lleno de caritas sonrientes y acto seguido pedirles amistad eterna o, en su defecto, que les enlacen en Facebook, Twitter, Tuenti, Blogspot, Wordpress, Google Account y la madre que lo parió. Si bien tengo que reconocer que yo mismo no soy totalmente inmune a esta horrorosa moda, la insensatez del asunto no se me escapa y hace que cada día añore más los viejos y sencillos tiempos en los que tener un perfil en internet servía únicamente para follar.
Tengo como media docena de personas que me han pedido amistad aguardando en el Limbo de Facebook, sin aceptar ni tampoco ignorar sus solicitudes. ¡Y eso que mi perfil se supone que está protegido y no puede ser encontrado a través de buscadores! Todas esas almas en el Limbo pertenecen a al menos una de las siguientes categorías: parientes lejanos que no quiero que husmeen en mi vida, gentuza que me cae mal pero que sin embargo no me conviene ofender o personas que me importan lo suficiente como para no querer darles el pequeño disgusto de ser rechazados pero lo suficientemente poco como para no tener ningún interés en sus vidas, anécdotas u opiniones. Al no haber rechazado directamente sus solicitudes, si algún día me los encuentro por la calle y me preguntan por qué no les he agregado a Facebook siempre puedo mentir y decirles que en realidad tengo un perfil pero que nunca lo miro. El caso es que todas las mañanas cuando abro mi Facebook me aparece en una esquinita el mensaje "tiene usted X solicitudes pendientes de amistad", pero mientras tenga el cuidado de no clicar accidentalmente sobre el mensaje la molestia seguirá siendo prácticamente insignificante.
Lo malo es que el efecto Facebook está empezando a dar el salto a la vida real, y eso sí que es preocupante de veras.
Sin darme cuenta, resulta que me he convertido en una especie de personaje público. Como trabajo en una universidad y además todos mis artículos científicos son de libre acceso a través de arXiV, cualquiera puede encontrar mi información de contacto con sólo teclear mi nombre en Google.
Ya me ha pasado dos veces. La primera vez fue con un antiguo compañero del Colegio Mayor con el que siempre tuve una relación muy superficial. Yo sabía que el muchacho era de Santander y de hecho alguna que otra vez a lo largo de los últimos años lo había visto por la calle, pero nunca había sentido el impulso de acercarme a confraternizar con él. Pero un día él me localizó a través de la web de la Universidad y no paró hasta que quedamos a tomar un café, ocasión que aprovechó para ponerme al día sobre una vida que no me interesaba -la suya- e intentar ponerse al día acerca de una vida que no era de su incumbencia -la mía-. Quería que saliéramos por ahí los fines de semana, pero yo, que soy perro viejo, utilicé una de las frases más socorridas que se han inventado a lo largo de la Historia:
- "Ya te llamaré yo".Afortunadamente, pilló la indirecta.
Quien parece totalmente impermeable a todo tipo de indirectas es mi actual acosadora: una vieja compañera del instituto que llevo sin ver más de veinte años. Ahí es nada. Un buen día, hará como unos dos o tres meses, recibí casi a la vez un correo electrónico y dos llamadas de teléfono, una al contestador de mi móvil (que había conseguido a través de mi santa, pero algo incauta, Madre) y otra al número del trabajo (que habia conseguido a través de la página del Departamento). El contenido de los tres mensajes era más o menos este:
"¡Hola! :-)
Soy Evarista (nombre ficticio), ¿te acuerdas de mí? Fuimos juntos a clase y por lo tanto, aunque llevemos veinte años sin vernos ni pensar el uno en el otro, es ab-so-lu-ta-men-te imprescindible que nos juntemos y nos comportemos como si el tiempo no hubiera pasado y a partir de este momento seamos los mejores de los amigos y nos abramos el corazón el uno al otro :-) :-) :-) Por favor llámame y a ver si nos vemos lo antes posible porque no aguanto las ganas tan enormes que tengo de verte :-) :-) :-)"
Bueno, en realidad el mensaje no era exactamente así y además en las llamadas telefónicas no había tantas sonrisitas, pero ese era el tono general.
Desde entonces me manda emails cada pocos días y me ha vuelto a llamar por teléfono cinco o seis veces, llamadas llenas de una simpatía y una alegría que me parecen totalmente antinaturales. No parece mucho, pero para mis estándares de sociopatía eso es poco menos que acoso. La situación está empezando incluso a alarmarme. Llamadme raro si queréis...
Todo esto es en el fondo culpa mía, porque me da pena herir los sentimientos de la gente y en vez de decir claramente lo que pienso (que es, básicamente, esto: "no te ofendas, Evarista, durante los últimos veinte años he vivido perfectamente sin acordarme de tí ni echar de menos tu compañía, y ahora que he hablado contigo la situación sigue siendo exactamente la misma") lo que hago es dar largas, evitando con suavidad compromisos indeseados. P., el gran diplomático, me regaña diciéndome que debería dejarme de tonterías y decirle a Evarista directamente que no me llame más. ¿Ustedes qué opinan?
10 comentarios:
Me ocurre algo similar, y no somos los únicos. Tengo en el facebook varias solicitudes de antiguos compañeros de colegio a las que todavía no he hecho caso.
Hace un par de semanas hice en el trabajo un curso sobre control del estrés y curiosamente se habló sobre esta situación en el facebook.
Nos hablaba la profesora de ello porque a mucha gente le produce estrés esa situación y ella afirmaba que eso se produce por una "falta de asertividad". Es decir, debemos aprender a decir no de una manera no ofensiva pero sí contundente.
El que tengamos detectado el porqué de la situación (falta de asertividad) no quiere decir que lo hayamos solucionado, simplemente sabemos por qué se produce. Ahora hay que trabajar en la asertividad, y eso no es nada sencillo.
Interesante lo de rickisimus2: conseguir la asertividad sin ser agresivo es un punto a encontrar; por lo general o no se dice que no o se agrede a quién no se da cuenta de la situación real ("no me interesa estar en contacto contigo")e insiste en el contacto.
Yo tengo mi Facebook- con el mismo nombre y el mismo logo- y al utilizar un pseudónimo solo saben quién soy mis amigos a quienes les advertí del escondite. No lo saben mis colegas del coro ni otros . Además solo acepto a quién me interesa y solo pueden leer mi perfil los aceptados por mí.
El tema del enganche con leer todos los días el Facebook es harina de otro costal...no estoy demasiado orgulloso de eso. Ayer se colapsó la red y muchos se desesperaron...me pregunté a mí mismo si soy tan dependiente como otros.
la culpa es de Santander, que hay crisis de vida social porque todo el mundo ha emigrado y los que quedan necesitan amigos desesperadamente. Como tú eres 'emigrante' no te has dado cuenta jejeje
"Qué desagradable resulta caerle bien a la gente que te cae mal", que decía Jaume Perich.
De todos modos, creo que exageras. Personalmente, yo no tengo demasiados miramientos a la hora de rechazar o eliminar a alguien de la lista cuando lo considero oportuno. Al fin y al cabo ya somos mayorcitos (si alguien se traumatiza por ello existen fabulosos psicólogos que con seguridad podrán ser de ayuda con ese tema) y, en cualquier caso, siempre hay una estupenda excusa detrás de cada rechazo, lista para ser utilizada ("es que sólo lo tengo para la gente más cercana", o "es que sólo lo tengo para temas profesionales", o "es que sólo lo tengo para compartir experiencias y conocimientos con otros aficionados a la pesca con cachiporra"...).
C'est la vie on-line...
Digamos que, a bote pronto, tiene usted dos opciones:
a) Pasar un mal rato diciéndole a Evarista que sus llamadas y e-mails le producen una excesiva e indeseable turgencia testicular.
b) Aguantar marea, y esperar estoicamente a que la interfecta se canse y deje de dar la vara telefónico-informática.
Ahora bien, la segunda es bastante arriesgada. Los enviadores de peluchitos, power-points con puestas de sol y mensajes en cadena no se cansan JA-MÁS. Y además lo hacen sin borrar un reenvío, y, como para ellos el botón Cco es un arcano, lo envían con la lista de destinatarios (incluyendo tu dirección de correo) bien a la vista de todo el mundo.
Saludos.
Eso le pasa a usted por ser irresistible! Y da igual el nombre ke se ponga uno...¡¡Siempre lo encuentran!! Se lo digo yo ke me he puesto pseudónimo.
Hay que saber decir que no más a menudo y creo que con educación no pasa nada. Y si tienen un problema allá ellos. Pero sí es verdad que resultan cansinos cuando después de diez, veinte o más años pretenden seguir como si no hubiesen pasado.
Por eso mismo tengo dos perfiles en el facebook: uno con el blog y toda la gente que me conoce por ahí y con el que uno puede charlar a gusto, y el oficial con la familia, amigos y demás, que no saben del otro. Que al final tienen casi lo mismo de información, fotos y demás chorradas pero como dice el refrán: "Cada uno en su casa y facebook en la de todos".
Acosa sexualmente a Evarista, por lista
Por Dior, Mocho, imagínate que le gusta...
Mi consejo?No tengas perfil de feisbus,es lo mejor.
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