octubre 27, 2010

Vida cultural

Uno de mis pasatiempos favoritos desde que llegué a Santander ha sido quejarme amargamente del yermo cultural que es la vida de provincias; después de cinco años viviendo en Madrid, donde uno puede encontrar absolutamente de todo —desde ciclos de cine afgano en versión original a una variadisima colección de ladillas de los cinco continentes—, me encontré viviendo en una ciudad donde el máximo evento cultural del año parece consistir en contar los abrigos de visón y los quintales de laca que se reunen con motivo del concurso Paloma O'Shea.

Naturalmente, se trata de una pose cuidadosamente diseñada para fastidiar a mis amigos santanderinos. Es falso que no exista cultura en las provincias. Desde las sociedades económicas de amigos del país a los ateneos provinciales, pasando por los cafés y tertulias literarias y las obras sociales de las cajas de ahorros, los dignísimos intelectuales de periferia han mantenido el rescoldo del amor por la cultura en un ambiente muchas veces inhóspito. Se requiere vocación y coraje para organizar un ciclo de conferencias o montar una exposición sabiendo que por pura ley demográfica la mayor parte de las veces solo acudirán cuatro gatos, tres de los cuales serán ancianas jubiladas que se apuntarían a un bombardeo con tal de matar el tiempo. Además, el tamaño manejable de las ciudades medianas permite abarcar toda la vidilla cultural local y tenerlo todo razonablemente a mano: en Santander tengo amigos culturetas que participan en actividades culturales variadas prácticamente todos los días de la semana y durante todo el año. Intenta tú hacer lo mismo yendo de una punta a otra de Madrid y acabarás con una crisis de estrés de agárrate y no te menees.



No, el problema no es que no exista vida cultural en Santander, sino que casi nunca saco ni tiempo ni ganas para aprovecharla. He de afrontarlo: ni siquiera en Madrid, rodeado de una constelación de conferencias, exposiciones, coloquios y performances, iba a alguno de estos eventos más de tres o cuatro veces al año. La vagancia es una cosa mú mala. En Santander he seguido más o menos con el mismo y lamentable ritmo, y por lo tanto sé perfectamente que cuando me quejo, me quejo de vicio. Y además pretendo seguir haciéndolo: al fin y al cabo, quejarme es uno de los pocos vicios que puedo seguir permitiéndome a mi avanzada edad.

Aprovechando que aún no me ha invadido del todo el letargo invernal, ayer me dio por acercarme al Casyc —a.k.a. Tantín— para asistir a un coloquio-presentación del último libro de Elvira Lindo (libro que tengo comprado y apilado en mi torre de Libros Por Leer desde hace meses, pero al que aún no he hincado el diente). La sala estaba petada, sobre todo por mujeres y un número pequeño pero significativo de jóvenes con pinta de haberse iniciado a la lectura con Manolito Gafotas. Durante hora y media Elvira Lindo conversó con los organizadores del coloquio y con el público, hablando de literatura y de su vida. Se me hizo bastante corto.

Me gusta mucho Elvira Lindo. A pesar de que mucha gente en este país la mira por encima del hombro y la encasilla como escritora menor por los crímenes de haber escrito literatura infantil y humor, me parece una escritora como la copa de un pino, que domina el realismo como pocos y que es capaz de desenvolverse con gran solvencia en los registros más variados. Pero desde que la descubrí en aquellos inolvidables tintos de verano que publicaba en El País hace ya algunos años, su faceta que más me gusta es la de columnista. Uno de mis mejores placeres semanales es despertarme por la mañana el domingo sabiendo que me esperan un desayuno con croissant a la plancha y la columna de la Lindo para leerla con toda la tranquilidad del mundo en una cafetería de provincias. Elvira Lindo es una excelente observadora del mundo que le rodea y resulta refrescante leerla cuando habla de cine, de libros, de actualidad o de lo que sea, aportando siempre una visión muy personal de las cosas pero sin pontificar como hacen tantos otros. Gracias a ella he pasado buenos ratos, he reflexionado y he encontrado hallazgos sorprendentes: fue en su columna donde oí hablar por primera vez de Richard Dawkins o de Miguel Poveda, por poner un ejemplo.





Total, que disfruté bastante del encuentro, me sentí un poco menos garrulo por un día, y además luego me fui de vinos y pinchos por ahí: también en provincias se puede salir un martes por la noche, si uno se lo propone. ¿Qué más se puede pedir?

PD: Ah, y esta tarde, Chopin.

5 comentarios:

Nils dijo...

A mí también me cae fenomenal. Y Manolito es muy grande!

starfighter dijo...

Estamos igual, me da un perezón ir a cualquier cosa de estas; con el agravante de que ahora vivo en un pueblo y me cuesta más cocger el coche y bajar. Curiosamente ayer fui a una presentación en un archivo que tampoco estuvo mal.

La columna de Elvira Lindo es un clásico; me encanta cuando se pone a hablar de su familia y sus aventuras en Nueva York. Y los "tintos de verano" eran geniales, lo mejor para el calorazo.

MM de planetamurciano dijo...

Yo sigo siendo fan de la Lindo pero sus columnas se han vuelto más agridulces ke dulces y nunca me rio con ellas. Una pena ke minusvalore ella misma su capacidad para el humor. El libro también lo tengo reservao pa cuando acabe "las uvas de la ira".

Eleuterio dijo...

Uy, yo esto un 100 % de acuerdo contigo: insulto a Tréveris con sus 100.000 habitantes y sus poses provincianas, pero reconozco que aquí se hace bastante a nivel cultural, aunque no todo me interese. Mi problema no es la vagancia para disfrutar la oferta cultural sino otro muy distinto: yo mismo soy parte de sea oferta en la ciudad y cunado me interesa algún concierto, lectura o vernissage SIEMPRE tengo función o ensayo. No sabes la de cosas buenas que me he perdido por un puto ensayo puesto ahí para amargarme la vida.

Justo dijo...

Bueno, y no te puedes quejar, dentro de lo que se llaman ciudades de provincias Santander tiene muy buena fama de actividad cultural.. por lo menos en verano. Yo creo que lo que pasa a veces en las ciudades medianas es que da pereza encontrarte a gente que conoces en todos los sitios, porque suele ser la misma.. pero cosas sí hay.

Yo no soy de la cofradía de la Lindo, pero no porque haya escrito género infantil o de humor. Es simplemente que no me llega, no simpatizo, y entonces es difícil que.. me pasa lo mismo con su marido. Eso sí, pontificar.. pontifica, aunque ella vaya de que no, se pone muy vehemente en ocasiones. Pero bueno, cada cual tiene su santuario. A mí, de las cuatro columnistas habituales de El País me gustan Rosa y Maruja, y Elvira y Almudena no.

Un besote

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