noviembre 25, 2010

La Fábula Tripartita del Pavo Muerto y las Tortillas Feas

Aprovechando que el Eresma pasa por Segovia y que hoy es el famoso día de Acción de Gracias, he aquí una cosita que escribí hace apenas diez o doce años:




I

Érase que se era un país muy, muy lejano, poblado por extrañas gentes que hablaban en lenguas muy raras. En este país de ultramar existía una antigua tradición, la del Día del Pavo Muerto. En ese día, los habitantes de ese país, también llamados "americones", celebraban macabros ritos alrededor de un pavo muerto y generalmente relleno de patatas, conmemorando el día en que sus antepasados recibieron ayuda por parte de un grupo de bienintencionados indígenas que les ayudaron a pasar el duro invierno. El tiempo pasó y los "americones" devolvieron el favor a los indios robándoles sus tierras, exterminando su cultura y extinguiendo sus tribus, y todavía hoy en el Día del Pavo Muerto rememoran ese momento y se ríen mucho en la intimidad de sus hogares.

Incidentalmente, en ese lejano país vivía, en visita de trabajo, un joven y apuesto príncipe proveniente de la vieja Europa. Este príncipe en cuestión no sale para nada en nuestra historia, pero teníamos que mencionarle porque sin príncipe no hay cuento como Dios manda. En su lugar el protagonista de nuestra historia era un tipo calvo y con gafas que por aquel entonces andaba por la ciudad de Berkeley. En esta ciudad habitaba también un poderoso hechicero que moraba en un castillo tenebroso, en lo alto de una colina, cerca de la Oficina de Correos. El poderoso hechicero, Tom era su nombre, tenía numerosos vasallos y estudiantes de doctorado, y dirigía el grupo de trabajo en el que nuestro protagonista estaba.

Acercándose el Día del Pavo Muerto, el hechicero empezó a hacer los preparativos para los ritos que iban a celebrarse en su castillo. Con dedo esquelético y afilado, señaló a nuestro pobre protagonista y, con una voz profunda como una caverna, fría como el hielo, crujiente como las galletas, dijo:

- Ai, Suphur, wuld yu laik tu cam guiz as and haf dinner at jom on zanksguivin dei?

Bajo esa inocente pregunta se ocultaba una orden y un ultimátum: vente a cenar con nosotros Pavo Muerto o arderás en los abismos para toda la eternidad, y además te convertiré en rana. ¿Qué podía hacer nuestro protagonista?

La respuesta era bien sencilla: una tortilla de patatas. En el Día del Pavo Muerto, la tradición mandaba que cada uno de los participantes en los ritos del Pavo aportara su propio y macabro detalle, si no quería ser convertido en parte de la cena. "La tortilla de patata es algo muy hispánico, seguro que no me incinerarán si llevo una", pensó nuestro héroe, mientras se rascaba la nariz con expresión ausente. El problema era que la fórmula de la tortilla de patata era uno de los secretos mejor guardados del reino, y la memoria de nuestro protagonista nunca había sido muy buena. ¿Quién podría ayudarle en este oscuro trance?

Obviamente, mamá.




II

Érase que se era, no hará mucho tiempo, en un país muy, muy lejano y de cuyo nombre pronto no querré acordarme, dos hermanas tortillas. De Patata.

Normalmente, cuando en los cuentos se habla de dos hermanas, es que una de las dos es muy buena pero algo tonta y la otra es mala, malísima, mucho más inteligente y de personalidad más interesante que la buena, pero a la que al final los planes le salen mal por exigencias del guión. Sin embargo, este no es un cuento de hadas, sino uno de tortillas, y además un cuento postmoderno. En nuestra fábula, ambas hermanas eran bastante malas.

No es que no pareciesen tortillas. No, definitivamente nadie podría dudar de su tortillez, pese a que una tuviera jorobas y la otra estuviera algo chamuscada. Los suyos eran defectos más bien de carácter: una era sosa, sosísima, y la otra estaba más cargada de sal de la cuenta. El caso es que ambas, mientras nadie se interesara demasiado por su interior, podían dar el pego.

En el Reino se iba a celebrar una gran fiesta. A la fiesta iban a acudir grandes personalidades, entre las cuales no se encontraba Pinochet por habérsele denegado la inmunidad diplomática. A la casa donde vivían nuestras dos hermanas llego una invitación para la fiesta. La invitación venía en un papel con muchos membretes y no pocas letras, y era un gran honor y una gran responsabilidad recibir una de tales invitaciones.




Pero a las tortillas no les hizo mucha gracia la invitación. De hecho, estaban asustadas. Tenían miedo de que en la fiesta las importantes personalidades presentes pudieran descubrir los fallos de personalidad de cada una. En la dura rama de la industria alimenticia, o estabas buena o sólo servías para que te tiraran a la cara de tu cocinero (salvo en el caso de que fueras una tarta de nata, en cuyo caso podías estar buenísima y sin embargo acabar desparramada por la cara de alguien). Asustadas, estremecidas, las tortillas intentaron hacer lo mas sensato en esas circunstancias.

Escurrir el bulto.

MORALEJA: Todos sabemos lo que iba a cenar Sufur durante la siguiente semana...




III

Érase que se era, en un país multicolor y a veces algo ridículo, una tortilla de patata. La tortilla se sentía muy sola y muy triste, y algo acomplejada porque había sido hecha con aceite de maíz, lo cual en el país de las tortillas de patata era considerado una blasfemia, una herejía y algo de muy mal gusto. Además, esta tortilla no habría ganado nunca un concurso de belleza para tortillas. Ni siquiera se hubiera presentado.

Seamos políticamente correctos: la tortilla no cumplía los estrictos requerimientos estéticos del cánon de belleza de tortillas imperante. No era tan circular como ella quisiera ser, su piel estaba llena de arrugas y desniveles y su color no era muy saludable. Una de sus caras recordaba a un enfermo de hepatitis con acné y la otra tenía una mancha oscura remotamente parecida a la estatua ecuestre de Carlos III, tal como hubiera sido si en vez de montar un brioso caballo hubiese utilizado una camella reumática. Peor aún, la tortilla estaba demasiado salada.

La tortilla vivía una vida de soledad y aislamiento debido a toda la serie de complejos que le causaba su pobre apariencia física y su grado de salinidad. Durante mucho tiempo, renunció a sus derechos de tortilla, como por ejemplo el derecho a ser troceada en cuadraditos para hacer pinchos, criando polvo en su plato sobre la estantería.

Una fría noche de noviembre, la tortilla recibió la visita del HAda Buena Alimentaria (HABA), vestida con uniforme típico de empresa de "catering", quien le preguntó:

- ¿Por que estas tan triste y fría, tortillita?

- Porque nadie me quiere, oh HABA, dado que soy grasienta, salada y estéticamente disminuida.

- Tu no te preocupes, tortilla. Haré un movimiento de mi varita, diré las palabras mágicas, y en un momento te encontrarás en una cena de ignorantes bárbaros incultos extranjeros que en su vida han probado una tortilla de patatas como Dios manda. Ellos no sabrán nunca que realmente eres un desastre como tortilla, la escoria de los aperitivos hispánicos, una caquita de tentempié.

- Eh... gracias por el consuelo. Creo.

Dicho y hecho, la tortilla se encontró sobre una mesa en casa de Tom el Jefazo. Allí conoció a un montón de amigos, entre ellos don Pavo Muerto y Relleno de Cositas Inidentificables, doña Salsa de Grosellas, el Plato de Boniatos y la Tarta de Manzana Poco Hecha. Incluso había unos taquitos de queso manchego la mar de simpáticos con los cuales habría hecho excelentes migas de no ser porque antes tanto ellos como la tortilla fueron devorados por gigantes bípedos y algo bebidos. En sus últimos momentos como tortilla, nuestra protagonista demostró tener cualidades insospechadas, a saber: jugosidad, tener las patatas en su punto, no ser venenosa.

Y fueron felices... hasta que acabó la digestión.

4 comentarios:

Nils dijo...

: O mola! y quiero más fábulas!

starfighter dijo...

En el país de las hamburguesas tuertas, la tortilla es la reina. Aunque sea coja, manca y fea. Me he imaginado la fábula en plan Tim Burton y daba un poco de miedo, sobre todo la primera parte...

Mocho dijo...

Feliz San Givins

hm dijo...

Piense que usted hizo más por la imagen de España que el ministerio de exteriores en los últimos tres siglos.

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