septiembre 26, 2011

Speakers' Corner

Era mi último domingo en Londres y, de manera excepcional, el pronóstico de la BBC daba sol y buena temperatura para todo el día. Algo tan inusitado había que celebrarlo.

Decidí que era hora de devolverle a Inglaterra parte de la amabilidad con que me ha recibido, y qué mejor manera de hacerlo que derramando mi sabiduría sobre el populacho. De modo que me preparé concienzudamente y dirigí mis pasos hacia la esquina de Hyde Park con Marble Arch, también conocida como la Speakers' Corner: ese lugar donde cualquier mamarracho puede ser protagonista durante un día sin necesidad de apuntarse a Gran Hermano.

Hyde Park es delicioso en otoño, no como en verano que es sublime, ni como en primavera que es encantador, ni como en invierno que es maravilloso: esto es lo que pensaba mientras caminaba bajo los enormes sicómoros y castaños, esquivando auténticas hordas de muchachas con patines y bandejas de Martini y muchachos corriendo como locos en busca del ladrón de camisetas que por lo visto opera en el parque.




Llegué a la esquina del parque, pero no cometí el error de novato de empezar mi discurso sin más. A pesar de lo que se cuenta sobre la libertad de expresión que se disfruta en este punto de Londres, antes de empezar a hablar conviene asegurarse de que las fuerzas vivas te van a dejar en paz. Para ello no hay nada mejor que la manera tradicional: un buen soborno. Y no estoy hablando de la policía, sino de las verdaderas señoras del territorio:




Nunca hay que subestimar a las ardillas. Todos los años se dan casos de oradores incautos que son atacados viciosamente por gangs de ardillas iracundas, todo por no haber pagado el pequeño impuesto revolucionario del parque. De hecho, ser devorado por ardillas es la tercera causa de mortandad en el área metropolitana de Londres, justo por detrás de cruzar la calle mirando al lado contrario y de intentar saltarse una cola en la que haya una ancianita con paraguas. 

Las ardillas de Hyde Park pueden sobrevivir a base de pipas, nueces y otros frutos secos en caso de extrema necesidad, pero lo que realmente les gusta, como buenas ardillas inglesas que son, es el roast beef, preferiblemente acompañado de puré de patatas y Yorkshire pudding. Y unas cuantas pintas de cerveza. Sabedor de este dato poco conocido, tuve la precaución de pasarme antes por el pub Kings Arms y pedir un par de raciones familiares para llevar. Nada más llegar al parque localicé a la que parecía ser jefa de las ardillas, una individua patibularia y malencarada con una fea cicatriz cruzándole un ojo y unos dientes capaces de acobardar al propio Jack el Destripador. Con mucho miedo le abrí una lata de London Pride. La ardilla se la bebió de un trago y luego despachurró la lata contra su cabeza, eructando espantosamente.  Confieso que estuve a punto de dar media vuelta y salir corriendo por mi vida, pero afortunadamente me contuve. La ardilla jefa, después de pensárselo un poco, dio unos saltitos monísimos de aprobación y sus secuaces se llevaron rápidamente los tuppers con el asado. Prueba superada.

Me puse a buscar un buen sitio para dar mi discurso. La esquina estaba ya bastante llena de oradores hablando de política, religión y de otras estupideces por el estilo. 




Encontré un sitio que me gustaba, pero para mi desmayo justo en ese momento me percaté de que me había dejado el taburete en casa. Un fallo muy gordo: ser orador pierde toda su gracia si no puedes sentirte por encima de los demás. Afortunadamente alguien se había dejado abandonada una vieja y destartalada silla plegable de cuero viejo, de aspecto vetusto y francamente espantoso. Pero a caballo regalado no hay que mirarle el diente, así que ni corto ni perezoso me subí en el cacharro, abrí mis brazos en teatral pose, me aclaré la garganta y...
- Disculpe, pollo, me está usted pisando el plexo solar -me interrumpió educadamente una voz-. ¿Le importaría cambiar ligeramente de postura?
Miré para abajo y, con horror, constaté que lo que había tomado por un mueble para el vertedero era en realidad el cuerpo huesudo y pellejudo del Duque de Edimburgo. Me bajé de un salto y pidiendo disculpas de la manera más desaforada: ya me veía compartiendo mazmorra con los cuervos de la Torre de Londres. El Príncipe Felipe, sin embargo, me tranquilizó con toda amabilidad:
- No pasa nada, joven -me dijo-. Si ya estoy acostumbrado a que me pisen, ¿no ve que llevo más de sesenta años casado con la Reina de Inglaterra? ¡Súbase, súbase! Yo feliz de hacerle un favor a un súbdito...
Yo no las tenía todas conmigo y además estuve tentado de decirle que yo de súbdito suyo nada, pero el pobre me ponía unos ojillos de cachorrillo reumático tales que no me sentí con ánimos de negarle nada. Trabajosamente volví a subirme en él, poniendo esta vez cuidado de no pisarle ningún órgano vital, y una vez arriba por fin pude empezar mi discurso, que reproduzco a continuación:
"¡Señoras y caballeros, niños y niñas, ciudadanos, pares del reino, miembros de la realeza (esto último lo dije en honor a mi silla) y otras gentes de mar vivir! Escuchadme todos: muchos de vosotros vivís vuestras lamentables existencias sumidos en la angustia y en la zozobra, preguntándoos en esta época nefanda de crisis cuál es el sentido de la vida. ¡Ah, la eterna pregunta! ¡El escollo contra el que se han quebrado la testuz los filósofos más eminentes! Algunos os dirán, criaturillas mías, que el sentido de la vida está en Dios, otros que en el Amor, algunos quizá que en el Sexo o el Dinero. ¡Todos se equivocan! Porque el sentido de la vida, mis pequeños infusorios, es clarísimo: hacia adelante. Y no lo digo yo solo, sino también la Segunda Ley de la Termodinámica. Es por eso que os animo, buenas gentes, a que seáis valientes y decididos y me compréis la Tauromatic S-240: la única aspiradora igualmente capaz de dejar impolutas las moquetas de vuestros cuartos de baño y de hacer masa para croquetas al mismo tiempo. Por un precio auténticamente ventajoso, la Tauromatic S-240 cambiará vuestras vidas y la de vuestras familias, permitiéndoos..."
Y en este momento tuve que interrumpir mi discurso y salir corriendo, porque una bandada de cisnes con los ojos inyectados en sangre irrumpió en escena, repartiendo picotazos a diestro y siniestro y causando el caos más absoluto. Apenas por los pelos logré escapar del parque; otros no tuvieron tanta suerte, descansen en paz. 


Al menos ahora sé que la próxima vez tendré que llevar también soborno para los patos del Serpentine... ¡Corrupto país!

5 comentarios:

Eleuterio dijo...

Encantóme. Debo ir alguna vez.

Peritoni dijo...

Veo que hoy no te has tomado la pasti... demasiadas ecuaciones matemáticas mezcladas con esos chorros de filosofía abstracta que te metes no pueden ser buenos.
;-))

@ELBLOGDERIPLEY dijo...

Es como los "fossabandas" con ardillas, patos, y un "speaker corner" self-Sufur-made que me ha encantado.
Yo estaba al lado de Marble Arch y no existía aún "el ladrón de camisetas", iba por la mañana o después de comer, un poco aterrorizado por los "tourist rapes" que acontecerme como que no...:-). Pero por si acaso sin que anocheciera, que están muy locos...Y del rinconcito ese de los de las cajas de cartón y madera, que era como aquí "los indignados y cabreados" que se reunían los Domingos en la Plaza Mayor, verlo siempre rápido, porque como te acercaras mucho, te decían:
-Heyyy you!
Señalando con dedo a los más tímidos (myself)...Como para enfatizar...¡buff!
Tu Londres es un poco surrealista (con tus licencias), como el Madrid de Francisco Nieva...Pero es verdad que son las ardillas más rápidas y más "malafollá" we can see together.
Kisses!

Anónimo dijo...

Alucino con el post (muy bueno por cierto, hay que joderse que imaginación). de todas formas lo que si voy hacer es confirmar lo de las ardillas, yo sufri por mi integridad fisica a cuenta de una ardilla en St James´s park y todo porque me agache para hacerla una foto, ahora ya se que el problema estuvo en que no la pague el canon estipulado, es lo que tiene ser de pueblo e ir de viaje a grandes ciudades con la boina a roscachapa.
Un besuco.
Anonimo de las Cantabrias.

Justo dijo...

¿Te vas ya entonces? Pues no puedes decir que no le has sacado partido, real y bloguero, jaja, que nos has puesto los dientes largos... y de remate esta entrada un poco a lo Alice in Wonderland, que ha quedado fenomenal -para algo Lewis Carroll era un científico como tú, o un matemático, que viene a ser igual-.

Los parques ingleses son inigualables. Conozco Hyde Park sobre todo en verano, sublime, como dices tú, y la Serpentine Gallery, que me encanta..

.. a mí más que las ardillas me asustan en Londres los zorros, que he llegado a ver un montón de ellos por las noches, hurgando en las basuras.. al principio no daba crédito..

Un besote, disfruta pero ven ya para tu tierra, que nos hacéis mucha falta los chicos de Ciencias

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