Los presupuestos de Cantabria para 2013, que previsible y lamentablemente se aprobarán hoy en el Parlamento Regional con mayoría absoluta del PP, contemplan el mayor recorte presupuestario que se recuerda para la Universidad a la que pertenezco. Se trata de un recorte del 10.5%, el mayor sufrido por cualquiera de las instituciones cántabras este año, y muy superior al global relativo a Educación (un recorte promedio del 4.07%) que a su vez es bastante mayor que el recorte total (que ronda el 2%). Este recorte en los fondos de la Universidad se suma a los de los dos ejercicios anteriores, hasta suponer una caída del 21% en solo tres años. Con la cantidad de recursos presupuestados, y aun teniendo en cuenta que la Universidad de Cantabria tiene las cuentas bien saneadas y dispone de recursos de financiación propios (la mayor parte a través de proyectos de investigación obtenidos mediante competición), es fácil que el año que viene no se puedan ni siquiera cubrir las nóminas del personal, lo que llevará casi inevitablemente a despidos y EREs de personal laboral de administración, docente e investigador.
La noticia por sí sola es aterradora e indica una clara voluntad por parte del ejecutivo regional por acelerar el proceso de desmantelamiento de la educación pública. No olvidemos que este mismo gobierno regional está más que dispuesto a destinar cantidades de dinero mucho mayores que ésta a avalar el proyecto de una Universidad privada de más que dudosa viabilidad y a financiar colegios religiosos de pago.
Pero al margen del desolador panorama que nos espera gracias a nuestros gobernantes electos, lo que de verdad me hunde la moral es comprobar el nivel de incomprensión, desprecio y mala imagen que nos dispensan los conciudadanos. La inmensa mayoría de los comentarios que han ido apareciendo en el periódico local en torno a las noticias sobre el futuro de la Universidad son de este tipo (mantengo las faltas de ortografía):
"a ver si todos nos tenemos que apretar el cinturon mientras en la Universidad muchos siguen dándose la vida padre, que trabajan menos que el chofer de fernando alonso. Recortes para todos, y para vosotros tambien, igual es que sois muchos y hay que poner las cosas en su sitio.""Señor rector [...] deje de meter a dedo a los empleados que quiere en cualquier departamento de la Universidad, que no somos tontos, prescinda de profesores asociados que trabajan en Sodercan y en la Universidad al mismo tiempo. Los hijos de los empleados que trabajan en la Universidad de Cantabria deberían de pagarse las matriculas.""Esta Universidad no aporta nada a Cantabria, ni la enriquece , ni la aporta cultura , ni trabaja para defenderla denunciando posibles focos de contaminantes, ni para ordenar de forma racional su territorio. En general sus miembros... ni son organizados , ni trabajadores (no olvidemos el caos y tardanza siempre en los resultados y admisiones en las selectividades). Sobra la mitad de la plantilla , no se puede soportar que haya carreras como Matemáticas, Físicas etc [...] Basta de coger alumnos de fuera y los de dentro teniendo que salir y originar gravosísimos gastos a las familias. No se merecen ni la mitad del presupuesto que les dan......Por no hablar de los soberbios por metro cuadrado de facultades que hay.....""No tienen dinero para pagar las nóminas, pero siguen sacando "placitas" para amigos a las que solo se presenta el interesado""Que bien, mi dinero como cántabro para subvencionar a una Universidad en la que no tienen preferencia de acceso los cántabros frente a otras autonomías."
Y así sucesivamente. La opinión pública acerca de la Universidad y sus trabajadores es pésima, y esto es lo que más me deprime, porque una cosa es saber que tienes a los políticos en tu contra (ya estamos acostumbrados a votar a nuestro enemigo) y otra muy distinta es sentirse al borde de un linchamiento popular.
Vale que vivimos en un país en el cual el hobby más extendido es poner verde al vecino; entiendo que pueda haber una animadversión "por defecto" hacia cualquier profesión que no sea la propia. También entiendo (y lamento) que estamos en mitad de una campaña mediática en contra de todo lo público, empezando por los propios trabajadores públicos, y que todo lo que huela a funcionario es por rutina señalado como el origen de todos los males de este mundo. Pero esto va más allá: existe un desconocimiento acerca de cómo funciona y qué significa la Universidad que me aterra.
Estoy cansado de enfrentarme a gente, y no necesariamente de bajo nivel cultural, que me suelta: "así que profesor, ¡qué envidia! ¡cuatro meses de vacaciones!". Pues no, señor(a): yo tengo 22 días de vacaciones al año, como todo hijo de vecino. Que no tenga que dar clases durante ciertos meses no significa que no tenga que seguir desempeñando mis otras labores fundamentales (investigación, difusión y transferencia de conocimiento) durante todo el año.
Estoy cansado de que se suponga que soy vago porque mi investigación me permita trabajar desde casa... las tardes, las noches, los fines de semana y los festivos.
Estoy cansado de se diga que las plazas se dan a dedo, cuando para conseguir la mía he tenido que trabajar duramente quince años, realizar una tesis doctoral, irme a trabajar al extranjero durante años, competir con otros investigadores de todo el mundo y ser examinado por comités evaluadores externos cada vez que he optado a una beca o contrato, pasar por dos acreditaciones nacionales y otras dos oposiciones públicas, descuernarme por acumular años de experiencia docente, publicar más de ochenta artículos en revistas internacionales con revisión por pares, dar una cincuentena de ponencias (en inglés) en congresos por todo el mundo, dedicar tiempo para formar a otros investigadores y enfrentarme continuamente a la feroz competencia de los mejores cerebros que trabajan en mi campo.
Estoy cansado de que la gente piense que cada vez que voy a un congreso me voy de vacaciones, que los demás asuman que viajo a cuerpo de rey y que se piensen que cobro dietas de diputado, cuando la verdad es que siempre viajamos del modo más low cost posible, que todos los gastos derivados de proyectos de investigación están exactamente capitulados, férreamente controlados y sujetos a exhautivas auditorías, y que en muchos de mis viajes acabo poniendo dinero de mi bolsillo para poder estar medianamente cómodo cuando vuelvo al hotel de una jornada de trabajo de diez horas.
Estoy cansado de que la gente lea noticias sobre proyectos de investigación que han recibido financiación, y se piense que ese dinero es excesivo, que ha sido enchufado a dedo y que con él los científicos nos ponemos sobresueldos con los que vivimos como marqueses. Cuando un proyecto de investigación "de los buenos", con el que se compra material de laboratorio y se contrata a investigadores durante tres años, supone menos dinero del que se gasta una ciudad como Madrid en corridas de toros, cuando esa financiación se ha obtenido a través de un durísimo proceso de selección competitiva (ahora que está tanto de moda la palabra "competitividad") evaluado por un cuadro de expertos internacionales, y cuando está expresamente prohibido en las convocatorias de Plan Nacional emplear la financiación en complementos salariales.
Estoy cansado de que se considere a la Universidad un sumidero de fondos, cuando incluso la Universidad española, una de las menos rentables de los países de la OCDE, ofrece un retorno anual a la sociedad de 1.5 euros por cada euro invertido en ella. Y de que se olvide que el dinero que va a educación no es un gasto, sino una inversión.
Estoy cansado de que me pregunten cuándo voy a "dejar de estudiar" y buscar un trabajo como es debido. De que midan mi "productividad" por el número de alumnos a los que apruebo en vez de por las ideas que les transmito. De que me sigan preguntando si esta semana va a ser buena para que los Capricornio encuentren el amor cada vez que digo que me dedico a la astrofísica. De que me acusen de vivir alejado de la realidad y de no hacer nada útil, a diferencia de (por ejemplo) los arzobispos. De que se piensen que mi trabajo consiste únicamente en dar un par de horas de clases al día y ya está. Estoy cansado de muchas cosas.
Y de lo que más cansado estoy es de seguir topándome año tras año con que la inmensa mayoría de mis conciudadanos no aprecian mi trabajo, ni saben nada de él, ni les importa un rábano saberlo. Y eso me temo que significa que algo estamos haciendo mal: que no hemos sabido darnos a conocer como es debido, o que de alguna forma no somos capaces de competir con el magnetismo humano de Paquirrín, a quien todo el mundo aprecia.
Vale que vivimos en un país en el cual el hobby más extendido es poner verde al vecino; entiendo que pueda haber una animadversión "por defecto" hacia cualquier profesión que no sea la propia. También entiendo (y lamento) que estamos en mitad de una campaña mediática en contra de todo lo público, empezando por los propios trabajadores públicos, y que todo lo que huela a funcionario es por rutina señalado como el origen de todos los males de este mundo. Pero esto va más allá: existe un desconocimiento acerca de cómo funciona y qué significa la Universidad que me aterra.
Estoy cansado de enfrentarme a gente, y no necesariamente de bajo nivel cultural, que me suelta: "así que profesor, ¡qué envidia! ¡cuatro meses de vacaciones!". Pues no, señor(a): yo tengo 22 días de vacaciones al año, como todo hijo de vecino. Que no tenga que dar clases durante ciertos meses no significa que no tenga que seguir desempeñando mis otras labores fundamentales (investigación, difusión y transferencia de conocimiento) durante todo el año.
Estoy cansado de que se suponga que soy vago porque mi investigación me permita trabajar desde casa... las tardes, las noches, los fines de semana y los festivos.
Estoy cansado de se diga que las plazas se dan a dedo, cuando para conseguir la mía he tenido que trabajar duramente quince años, realizar una tesis doctoral, irme a trabajar al extranjero durante años, competir con otros investigadores de todo el mundo y ser examinado por comités evaluadores externos cada vez que he optado a una beca o contrato, pasar por dos acreditaciones nacionales y otras dos oposiciones públicas, descuernarme por acumular años de experiencia docente, publicar más de ochenta artículos en revistas internacionales con revisión por pares, dar una cincuentena de ponencias (en inglés) en congresos por todo el mundo, dedicar tiempo para formar a otros investigadores y enfrentarme continuamente a la feroz competencia de los mejores cerebros que trabajan en mi campo.
Estoy cansado de que la gente piense que cada vez que voy a un congreso me voy de vacaciones, que los demás asuman que viajo a cuerpo de rey y que se piensen que cobro dietas de diputado, cuando la verdad es que siempre viajamos del modo más low cost posible, que todos los gastos derivados de proyectos de investigación están exactamente capitulados, férreamente controlados y sujetos a exhautivas auditorías, y que en muchos de mis viajes acabo poniendo dinero de mi bolsillo para poder estar medianamente cómodo cuando vuelvo al hotel de una jornada de trabajo de diez horas.
Estoy cansado de que la gente lea noticias sobre proyectos de investigación que han recibido financiación, y se piense que ese dinero es excesivo, que ha sido enchufado a dedo y que con él los científicos nos ponemos sobresueldos con los que vivimos como marqueses. Cuando un proyecto de investigación "de los buenos", con el que se compra material de laboratorio y se contrata a investigadores durante tres años, supone menos dinero del que se gasta una ciudad como Madrid en corridas de toros, cuando esa financiación se ha obtenido a través de un durísimo proceso de selección competitiva (ahora que está tanto de moda la palabra "competitividad") evaluado por un cuadro de expertos internacionales, y cuando está expresamente prohibido en las convocatorias de Plan Nacional emplear la financiación en complementos salariales.
Estoy cansado de que se considere a la Universidad un sumidero de fondos, cuando incluso la Universidad española, una de las menos rentables de los países de la OCDE, ofrece un retorno anual a la sociedad de 1.5 euros por cada euro invertido en ella. Y de que se olvide que el dinero que va a educación no es un gasto, sino una inversión.
Estoy cansado de que me pregunten cuándo voy a "dejar de estudiar" y buscar un trabajo como es debido. De que midan mi "productividad" por el número de alumnos a los que apruebo en vez de por las ideas que les transmito. De que me sigan preguntando si esta semana va a ser buena para que los Capricornio encuentren el amor cada vez que digo que me dedico a la astrofísica. De que me acusen de vivir alejado de la realidad y de no hacer nada útil, a diferencia de (por ejemplo) los arzobispos. De que se piensen que mi trabajo consiste únicamente en dar un par de horas de clases al día y ya está. Estoy cansado de muchas cosas.
Y de lo que más cansado estoy es de seguir topándome año tras año con que la inmensa mayoría de mis conciudadanos no aprecian mi trabajo, ni saben nada de él, ni les importa un rábano saberlo. Y eso me temo que significa que algo estamos haciendo mal: que no hemos sabido darnos a conocer como es debido, o que de alguna forma no somos capaces de competir con el magnetismo humano de Paquirrín, a quien todo el mundo aprecia.
8 comentarios:
No sabes cuánto te entiendo, de verdad. Hay una campaña contra todo lo que sea público (administración, sanidad, educación...) bestial y encima alentada por personas que han vivido de ello toda la vida. Y lo peor es la gente que se lo cree, sin contrastar ni criticar minimamente, porque en el fondo, siempre he pensado, que este es un país de envidiosos. Envidia que te vaya bien, que seas feliz, que tengas un trabajo y encima en lo público ya es que vives como un rey. Cuando en el fondo ellos querrían estar ahí, pero sin conocer el esfuerzo que ha llevado conseguirlo. Esto es un asco...
Que gran y durísimo post...Yo es que ya no sé qué decir o qué hacer...Bueno sí...¡¡Fachas cabrones!!
Y ya del españolito medio, pa qué hablar...
Además del desprecio generalizado a la cultura y a una visión en la que sólo el dinero es un valor mesurable, se añade la tendencia a que todos los ciudadanos que dispongan de trabajo queden bajo sospecha. Comprendo y comparto tu indignación.
Sufur, la mediocridad en este país tiene premio.
Un abrazo.
redder_2007@hotmail.com
Envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora. Los versos de Machado continúan siendo plenamente vigentes en nuestro desgraciado país. En cuanto al sentido y la finalidad de los recortes, no se trata de nada impuesto, ni son improvisados, ni responden a ninguna necesidad que se imponga a lo deseable: como bien dices, forman parte de un proyecto de sociedad más clasista, más desigual, más beata, más ignorante y más retrógrada. Ya lo decía un cacique valenciano, hace muchos años, hablando de los trabajadores: vosaltros ensenyeu-los a llegir i a escriure, i ja veurem qui llaura (Vosotros enseñadlos a leer y a escribir, y ya veremos quién trabaja la tierra). Pues ahí estamos: en la Restauración.
Se puede decir mas alto pero no mas claro.
Agustín.
Hombre, pues sí y no...
Está claro que hay profesores que se lo curran y se lo han currado para estar ahí... como el que más y aun más que muchos otros, pero también es verdad que hay mucho cero a la izquierda calentando cátedra.
Y digo esto por experiencia propia, que cuando estudié en la universidad me encontré con mucho imbécil que no sabía hacer la O con un canuto y ahí seguía por los años de los años... Te podría contar historias para no dormir: una profesora que tuve que tenía un año más que yo y me daba clase porque era la novia del jefe de departamento, asignaturas con dos profesores pero no simultaneos... porque mientras uno daba clase, el otro estaba en Cuba pasando el rato, que me cansé de escucharme cuando prenguntaba a cualquiera por hacerme profesor allí que "si no conocía a nadie, que ni me molestase" y blablabla.
Que por supuesto no será el caso de todos y cada uno, que también los he encontrado trabajadores, de los que aprender lo que no está escrito y todo lo demás, pero eso no quita que de los otros, haberlos, háyalos (como las meigas)
Extraordinario post. Así me siento, a veces, en relación a mi carrera.
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