Lo mío tiene un nombre en inglés: bad timing.
En español, podríamos llamarlo "operación bikini inversa".
En español, podríamos llamarlo "operación bikini inversa".
Me paso el invierno dándole duro al gimnasio. Mis ocupaciones en el gym son, por este orden de importancia: aventar neurosis, poner motes a los mostrencos, disfrutar de las vistas en las duchas, fortalecer mi débil espalda, bajar colesterol, conseguir unos bíceps como melones maduros y mantener a raya mi tripa. El invierno suele ser una etapa sosa de mi vida, lo que me permite mantener cierta constancia y lograr mis objetivos (dentro de lo razonable, y pese al peligroso escollo de las Navidades). Y así llega la primavera, y a mis casi cuarenta años consigo el nada desdeñable logro de tener la mitad del perímetro del que tenía mi padre a mi edad, a pesar de que él tenía un trabajo físico y yo uno de escritorio:
Sin embargo, terribles obstáculos se interponen entre mis ojos y las puntas de los dedos de mis pies: mala genética (todos en mi familia tienen la forma de elipsoides oblatos), mala alimentación (como buen segoviano, soy adicto al tocino), malos hábitos (desayunar gintonics no es lo mejor para la línea) y mal estilo de vida (viajo mucho y como fuera de casa casi siempre). Además, la medicación psicotrópica que llevo tomando desde hace más de un año tiene como efecto secundario una mayor tendencia a engordar (entre otros, como cierto retraso en la eyaculación y unos sueños la mar de surrealistas). Pero lo que me mata es la difícil relación no lineal que existe entre mi apetito y mi estado de ánimo:
Soy de esas personas que, cuando están nerviosas o ansiosas por algo (y en nuestra sociedad actual lo difícil es NO sentirse ansioso de la mañana a la noche), tienen más ganas de comer. La tristeza, el estrés, la incertidumbre, los telediarios y las presiones laborales me llevan de cabeza a la nivera, o al saco de gominolas. Necesito mucha fuerza de voluntad para mantener a raya mi apetito nervioso, y cuando más angustia siento menos fuerza de voluntad me queda. En una noche de domingo típica soy capaz de comerme seis docenas de churros seguidas de un tortilla de cuatro huevos, un salchichón entero y, de postre, un bote de leche condensada a cucharadas.
Pero en el otro extremo de la gráfica, los momentos de excitación, alegría y tono vital elevado también me abren el apetito: nada mejor que celebrar una buena noticia que comiéndose un poni. En esos momentos de alegría, no es que no tenga fuerza de voluntad para no comer: es que no me importa estar gordo como un ballenato. Todo me parece bonito, incluso mis sacos ventrales, y me apetece celebrar mi alegría con una buena mariscada.
Entre esos dos extremos existe un pequeño reino de equilibrio, en el que soy capaz de mantener a raya mi lado zombi y llevar una vida mesurada y sana para mi organismo a largo plazo. El problema es que suelo durar muy poco en ese punto. Los meses de invierno suelen ser más favorables que el resto del año para alcanzar este pequeño nirvana de carbohidratos.
Dicho en otras palabras, la lista de las cosas que me llevan al supermercado o a la barra del bar incluyen casi todo lo que existe: el trabajo, las vacaciones, los viajes, la tristeza, la alegría, el calor, el frío, la primavera, el cambio climático, Esperanza Aguirre, las pastelerías, las zapaterías, las lluvias de meteoritos, etc.
Analicemos las últimas semanas: he tenido una boda, tres viajes, una contractura que me ha impedido ir al gimnasio dos semanas enteras, tres conciertos en bares, un par de cumpleaños, cuatro partidas de rol (con ganchitos y chocolatinas) y un comienzo de primavera con meteorología variable. Me miro al espejo y parezco una embarazada calva de seis meses.
Y lo peor viene a partir del miércoles: me voy a Estados Unidos durante diez días. Viajar a Estados Unidos no tiene ningún sentido en absoluto si no comes hamburguesas del tamaño de tejones, chuletones de mamut lanudo y porciones de tarta de queso de siete mil kcal cada una. Eso si, todo bien regado de Coca-Cola light para no engordar. Calculo que en diez días engordaré entre cuatro y seis kilos.
Así que me he dicho: qué cuernos. De perdidos al río. Otro año que la operación bikini se va al carajo. Total, si ni siquiera me gusta la playa. Pues vamos a celebrarlo con unas cuantas raciones de animales muertos fritos.
Eso sí, algún consuelo tiene que dar el haber hecho tanto gimnasio este año. Por primera vez en mi vida, mi tripa no parece un flan de gelatina, sino que se asemeja un poco a esas panzas duras y musculosas de los osazos que tanto nos gustan al osezno y a un servidor.
Quien no se consuela, dicen, es porque no quiere...
6 comentarios:
Mira,la verdad es que yo cada vez le pido menos un físico de calendario a mi cuerpo y más que esté sano,así que,desde ese punto de vista,hay que seguir con el deporte.Creo yo.
No veas el coraje que me da leer estas cosas cuando uno está en la operación "como la báscula me diga que sigo igual después de tres meses le cago encima".
Al menos usted es capaz de explicarse los ataques de apetito salvaje y eso da tranquilidad de conciencia. Los míos, como vienen se van, no sé a qué santo, y me puedo comer a Cristo por los pies en cinco minutos...¡¡Y sin stress de por medio!!
Se te ve muy bien.
Y coincido que hay barrigas y barrigas.
Hoy le dije al recepcionista de mi gimnasio que estoy en la "operación bikini" y le causó mucha gracia. Claro, èl mide 190 cm. y quiere pesar 115 kg. de puro músculo. No sé si le quedará bien pero ya ves cómo cada uno tiene su ideal.
Mocho, la balanza no lo es todo, hay que medirse los contornos.
Pues yo he perdido en 3 años casi 7 kilos (ahora peso 70) y tengo un problema (a parte de mi estatura de 166 cm y casi 38 años): he bajado 2 tallas de ropa y no me queda bien ni un puto traje, porque ahora les han dado por estilizarlos y que sean pegaditos. la talla 50 me queda como si fueran a saltar los botones, la talla 52 como si hubiera encogido....en fin que ya llevo unos trajes y todos todos hay que meterles. ¿Qué hagoooooooo?!!!!!
redder_2007@hotmail.com
Ya debes estar en Estados Unidos. Bueno, igual no engordas entre 4 y 6 kg, sino sólo uno...exagerado.
¡Un abrazo!
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