julio 20, 2013

La Ley de Finagle

A raíz de mi última entrada, tuve la oportunidad de tener una interesante charla con un amigo acerca de la playa:
- No me negarás que al menos una tarde en la playa es una relajante escapada natural, ¿verdad? -me decía mi amigo.

- Perdona, pero te niego la mayor -respondí yo-: decir "relajante" y "natural" en una misma frase no es más que un oxímoron. La Naturaleza es cualquier cosa menos relajante. Recuerda la Ley de Finagle...
Mi amigo se me quedó mirando como si le hubiese hablado en arameo. En ese momento es cuando recordé que no todo el mundo tiene la suerte de gozar como yo de un saludable frikismo. En atención a las masas analfabetas que nunca se han preocupado más que por asuntos banales como el fútbol o los índices de bolsa, os presento la

Ley de Finagle sobre la Negatividad Dinámica

La perversidad del Universo tiende hacia el máximo

Otro enunciado, más melodramático y por tanto más divertido, sería:

El Universo te odia, y hará todo lo posible por matarte

La ley de Finagle suele presentarse como un simple corolario de la conocida Ley de Murphy, pero va mucho más allá que eso. Mientras que la Ley de Murphy es poco más que una humorada basada en el famoso sesgo de selección, la Ley de Finagle se sustenta en sólidos principios físicos y estadísticos, relacionados entre otros con la Segunda Ley de la Termodinámica.


Considerad la enorme extensión del Universo, e imaginad que podéis transportaros a cualquier lugar del mismo con un solo pensamiento. La realidad es esta: salvo que eligiérais saltar a un distancia infinitesimal de donde estáis en este momento, moriríais nada más llegar a vuestro destino: congelados, aplastados, asados, irradiados o expuestos al vacío. Sólo en una pequeña capa de unos pocos cientos de metros de espesor situada en en torno a una cuarta parte de las zonas templadas de este minúsculo guijarro que llamamos La Tierra podéis sobrevivir sin que el Universo os mate instantáneamente. Aun así, se las apaña bastante bien para mataros lentamente.

El Universo es un lugar inhóspito.

Aun en este infinitesimal trocito de Universo donde nos aferramos a la vida como condenados, la Naturaleza hace todo lo posible por quitarnos de enmedio, sobre todo una vez pasamos nuestros años de reproducción. Y no me refiero solo a los volcanes, los aludes, los terremotos, los tsunamis, las sequías, los cataclismos, las alimañas, las enfermedades, los depredadores y los ministros del Partido Popular. Es más básico que todo eso: cada segundo que consigues de vida es un triunfo que le lleva a tu cuerpo ímprobos esfuerzos contra el imparable decaimiento de ese improbable sistema que denominas organismo. Hasta el oxígeno que respiras no es sino un veneno, del que te libras momento a momento gracias a un encaje de bolillos bioquímico que realizan sin descanso tus mitocondrias. Y para mantener la bicicleta rodando en equilibrio precario sobre la cuerda floja es necesario gastar en todo momento cantidades ingentes de energía, como bien sabían tus tías cuando te ponían ración doble de chorizo en el bocadillo y como bien aprovechan las cadenas de supermercados cada vez que deciden subir precios sin avisar.

La Naturaleza, dejada a sus anchas, intenta convertirte en polvo.

Este es el motivo por el que la Naturaleza, por definición, no puede ser relajante; salvo que uno considere que ir como invitado a una cena en casa de Hannibal Lecter es una experiencia que invite al sosiego...

Y esto me lleva a mi propio corolario a la Ley de Finagle:

La Naturaleza es grande y poderosa. 
¡A ver si nos la cargamos ya de una santa vez, coño!





1 comentario:

hm dijo...

Dígame la verdad... su conversación acabó con un... "entonces, de follar ni hablamos" ¿no?

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