octubre 21, 2013

Postre ideológico

Estábamos en El Cazurro mirando la carta de postres, depués de habernos puestos ciegos a croquetas de cachón y ventresca de bonito.
- Anda, tarta de zanahoria -dijo una amiga-. Como en las cenas de progres a las que iba yo en los setenta.
Pues sí: no solamente se puede tener amigos que ya iban a cenas progres mientras tú aún corrías en pantalón corto durante los recreos del parvulario, sino que además se debe. Los grupos de amigos tienen que ser variados, mezclar a gente de toda edad y condición, y ser lo más extendidos posibles. Eso enriquece. Y te permite saber cosas tales como qué se cocía en las cenas de progres de los años tardofranquistas. En concreto, parece ser que lo que se cocía eran zanahorias.
- Era lo que estaba en boga entre la progresía en aquella época -continuaba diciendo mi amiga-. El problema es que casi nadie sabía cómo prepararla, así que te acababas comiendo unas bazofias que no había quien se las tragara. Pero daba igual, porque era una cuestión de ideología más que otra cosa.
En efecto, el papel de la tarta de zanahoria fue decisivo en aquellos años, hecho que ha sido injustamente soslayado por la historiografía oficial. Durante los terribles años de clandestinidad del Partido Comunista, Carrillo preparaba una tarta de zanahoria tan incomible que servía como prueba de lealtad al Partido: si te la comías sin rechistar, eso era que creías con todas tus fuerzas en los ideales de la Internacional Obrera, mientras que si la rechazabas educadamente diciendo que estabas ya muy lleno significaba que eras un gris de incógnito, y entonces se te invitaba amablemente a visitar el fondo del río más cercano, en compañía de un bloque de cemento de catorce toneladas. En Suresnes, Felipe González y Alfonso Guerra consiguieron hacerse con las riendas del Partido Socialista Obrero Español gracias al innovador glaseado de azúcar y mantequilla que intrudujeron en su receta, con la cual sedujeron a los representantes de las principales federaciones del partido.



Pero, ay, la eterna maldición de la izquierda ha sido su fragmentación. No todo eran esponjosos bizcochos de zanahoria y frutos secos, sino que cada facción defendía con garras y dientes su postre particular: los marxistas-leninistas con sus profiteroles, los maoístas con sus tortitas con nata, los anarco-sindicalistas con sus caóticos arroces con leche... Nadie parecía ponerse de acuerdo en la cantidad de azúcar que ponerle a la crema pastelera, e incluso había teóricos que dudaban si el materialismo de la manteca de cacao era dialéctico o, por el contrario, histórico.

Un caso especialmente triste de esta guerra silenciosa de repostería lo tenemos en el de Lev Davídovich Bronstein, más conocido como León Trotski, cuyo verdadero motivo de expulsión del partido comunista ruso y posterior exilio fue la alergia a las zanahorias. En efecto, Trotski no podía probar la tarta de zanahoria sin ponerse rojo como un pimiento y atragantarse con riesgo de asfixia. Temiendo por su vida, Trotski intentó poner de moda la tarta de manzana, lo cual fue considerado como un gesto burgués por Stalin y sus correligionarios. En las luchas de poder de los años 20 la tarta de manzana fue totalmente derrotada por la de zanahoria, y Trotski se vio obligado a refugiarse en Méjico. Allí en la región de Coyoacán, cuyo clima subtropical era adverso al cultivo de las umbelíferas, Trotski encontró cierto reposo, salvo cuando recibía con gran susto y sobresalto la visita de Frida Kahlo. Pero ni siquiera allí pudo escapar del poder omnipresente de la tarta de zanahoria: en 1940 el espía de origen español Ramón Mercader, tras infiltrarse hábilmente en el círculo de Trotski, le dio a probar a este último un trozo de tarta de zanahoria cubierta de chocolate, diciéndole que se trataba de una nueva receta de brownie. El pobre y confiado Trotski, siempre deseoso de probar nuevos postres, se zampó inocentemente la tarta, que le produjo una agónica muerte en pocos minutos. Trotski fue enterrado junto a unas cerezas confitadas, Mercader fue recibido como un héroe en la Unión Soviética y lo del piolet fue una patraña difundida por la propaganda estalinista como forma de conservar el buen nombre de la tarta de zanahoria de cara a la posteridad.






3 comentarios:

MM de planetamuciano dijo...

Me parece un texto BUENÍSIMO y taaaan metaforicamente bien hecho. Lo de la tarta de zanahoria incomible de Carrillo es ARTE.

Nils dijo...

Soy taaaaaaaaaaan fan de la tarta de zanahoria.

starfighter dijo...

Me encanta la tarta de zanahoria. Si Trotsky hubiese ideado la tarta de vodka otro gallo habría cantado en la Unión Soviética...

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