noviembre 25, 2013

Crónica de una ruptura anunciada

Era evidente que aquella pareja estaba condenada a no durar, teniendo en cuenta la tremenda diferencia de edad entre ellos: Lázaro había nacido un veintidós de diciembre, apenas pasada la medianoche, e Isabel, la muchacha con la que estaba saliendo, había nacido unos siete minutos antes. Estos minutazos de diferencia, unidos al hecho de que Lázaro había nacido en Santander mientras que Isabel había venido al mundo en el Hospital de Nuestra Señora de las Patas de Gallo de Buenos Aires, tenían unas repercusiones dramáticas y definitivas: Lázaro era un Capricornio con ascendente Leo pero Isabel era una Sagitario de ascendente Cáncer. Además en aquella época Marte se encontraba en la Casa de Géminis, pero por donde la casa de Géminis era dificilísimo aparcar y Marte estaba pensando seriamente trasladarse a un adosado en las afueras. Todo aquello tendría terribles consecuencias, como todos ustedes podrán suponer.

 
La tragedia estaba servida. Lázaro, como buen Sagitario, se dedicaba a la acupuntura y tenía un carácter ordenado, reservado y taciturno. Su color favorito era el turquesa, su piedra preciosa el lapislázuli y sentía gran afición por vibrar en armonía con las emergías cósmicas, sobre todo a la hora de ir al baño. Isabel, por el contrario, era la típica Capricornio desenfadada e impetuosa, hasta el punto de que sus amigos la llamaban Isabel la Caótica. Se dedicaba, como es lógico, a dar clases de macroeconomía en un prestigioso MBA, su color favorito era el morado y su piedra preciosa el esquisto ferruginoso metamórfico de la Mongolia Citerior. A Isabel, como a todas las Capricornio, le gustaba llevar la razón en todo y odiaba ser abandonada en mitad de un lago poblado por pirañas rabiosas. Como era de esperar, ambos iniciaron una relación al principio apasionada, con frecuentes escapadas al zoológico y esporádicos episodios de sexo salvaje, que practicaban en el cuarto de estar de la de la madre de él mientras ésta veía, totalmente absorta, “El Tiempo Entre Costuras”.

Al principio parecía que todo iba bien. Al ser él de un signo de Fuego y ella de un signo de Tierra, juntos cocían unos botijos que eran la envidia de todo el barrio. Era habitual verlos por el Paseo Pereda cogidos de la mano, luciendo el aura y emitiendo ondas de energía positiva a diestro y siniestro. A su paso los planetas y los asteroides hacían que  los peces picaran más y mejor los anzuelos, las rabas de peludín se volvieran más crujientes y los perros se aparearan con desenfado. Pero pronto, con la convivencia, empezaron los primeros problemas: él, por causa de su ascendente Leo, era tremendamente celoso y ella, por aquello de la influencia de Marte, tenía tendencia a ir a los toros con minifalda. Cada vez que el horóscopo de Sagitario decía algo de tipo “hoy los planetas te revelarán que el amor es algo bueno en tu vida y que es mejor ser amado que recibir ladrillazos en la cabeza” Lázaro sufría ataques de inseguridad, temiendo que Isabel fuera a conocer a algún desconocido alto y apuesto. Ella intentaba en vano calmar las aprensiones del muchacho, explicándole que la culpa de todo la tenían los astros, y que si la había sorprendido en la cama con su entrenador de balonmano al volver del trabajo antes de tiempo la explicación estaba en que Saturno se había conjuntado con Venus sin previo aviso. Lázaro se quedaba aparentemente satisfecho con una explicación tan razonable, pero algo dentro de él le hacía sospechar que tal vez las cosas no fueran del todo bien. 

Fue entonces cuando entré yo en escena. Lázaro, habiendo visto alguno de mis anuncios en revistas de esoterismo tales como la Súper Pop o el Boletín Oficial del Estado, se acercó a mi agencia de Detectives Astrológicos para pedirme que siguiera a su casquivana novia y averiguara todo lo posible acerca de a qué dedicaba su tiempo libre: a quién veía, con quién pasaba las largas horas de la tarde mientras mi cliente se dedicaba a perforar gente, y si la Eclíptica tenía algo que ver o no con todo ello. Yo le expliqué en detalle el desglose de mis tarifas y, tras un breve regateo, llegamos a un acuerdo: por apenas cuatro mil machacantes yo le haría a Isabel una carta astral completa, calculando las efemérides hasta el cuarto orden de teoría de perturbaciones, y además mataría a una gallina y leería sus entrañas, por invitación de la casa. Con el resto de la gallina yo me haría un caldo, que estábamos en febrero y hacía un frío que pelaba.




Me puse manos a la obra. Teniendo en cuenta que el calendario juliano llevaba ya casi quinientos años en vigor y que la precesión de la órbita terrestre hacía que la constelación de Orión se hubiera inclinado tres décimas de grado desde la época de Tolomeo el Grande, hice las correcciones adecuadas a la carta astral y esto fue lo que descubrí: que Lázaro podía estar tranquilo, porque Isabel no tenía ningún amante, aunque era verdad que había un compañero de trabajo de ella, de nombre Flóculo Sangiménez Lebrel, que le miraba en secreto los tobillos de forma libidinosa. Las aparentes infidelidades de la mujer eran sólo eso, espejismos provocados por el alineamiento de Cuerpos Mayores y Menores con constelaciones de Aire, que resultan muy traicioneras en estos casos. Lázaro suspiró aliviado, pero mi informe aún no había terminado. A continuación venían las malas noticias: todos los astros (salvo la estrella Adebarán, que siempre anda llevando la contraria, pero ya ninguno le hacemos caso) estaban de acuerdo en una cosa: Isabel iba a morir en pocas horas, aplastada por unos pingüinos. Recomendé a Lázaro que corriera a despedirse de su amada mientras aún tenía tiempo, pero el incrédulo se rió de mí, diciendo que no había pingüinos en estas latitudes. El muy cretino se negó a pagar mis honorarios, discutimos acaloradamente y salió de mi oficina pegando un portazo.  Dos horas después, Isabel moría cuando la avioneta de transporte de animales del Parque de Cabárceno, cargada con varias cajas de pingüinos papuanos, se estrelló contra su occipucio en un aparatoso accidente. Y ahora el pobre Lázaro no solamente llora la pérdida de su amada, sino que además le he llevado a los tribunales para reclamarle el coste íntegro de mis honorarios más daños y perjuicios. Sirva todo esto para recordar que nunca es buena idea enfrentarse a un astrólogo, y mucho menos a uno con buenos abogados. 

4 comentarios:

Blackmount dijo...

yo tambien odio ser abandonado en un lago lleno de pirañas rabiosas y siempre me habia preguntado la causa de ese odio irracional y ahora veo que es por la astrologia, ya podre respirar con calma la proxima vez que me pase

Anónimo dijo...

Más de uno, o sea dos, sabemos exactamente de quiénes estás hablando. Y a uno no le ha hecho gracia.

Moriarty dijo...

Juraría que poco después del principio de la historia los protagonistas cambian de signo zodiacal como quien cambia de sexo.

MM de planetamurciano.tk dijo...


Pido todos los días que el horoscopo sea pura ciencia...Anda que no sería más fácil todo. Y ya lo de cambiar de signo según convenga, ya sería el acabose.

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