agosto 04, 2014

Apático

Así estoy, en general. Amodorrao. Flojo. Perezoso. Laxo. Fofo. Muermete.

Tengo asustado al osezno porque estos días no sólo estoy durmiendo más que él, sino que además estoy echando la siesta siempre que puedo. Siestas de pijama y orinal. Algo a lo que mi cuerpo aún no está habituado: los dolores de cabeza y el mal cuerpo al despertar no me los quita ni un camión de ibuprofeno. 

Tengo los blogs desatendidos. Pon no hacer, ni siquiera he estado actualizando el panel lateral con los libros que estoy leyendo. Entre Proxima y el actual ha caído Bad Science, de Ben Goldacre, un libro nacido del blog que lleva el mismo nombre, que me ha entusiasmado y sobre el que tal vez hable una vez se me haya quitado la modorra.

La próxima semana me voy de vacaciones, segunda parte, a Segovia, y no me apetece un carajo. Segovia se me ha vuelto amarga últimamente: un hermoso decorado sobre el que se marcan las ausencias de mis amigos de infancia y donde capítulo tras capítulo de la eterna guerra sucia que libran mis padres entre sí hacen que lo único que desee es huir de casa. En verano mi madre cierra todas las persianas "para que no entre el calor de la calle", medida que tenía cierto sentido en la casa de pueblo de muros de 80 centímetros de grosor donde se crió pero que es termodinámicamente absurda en un edificio de viviendas moderno, pero a ver quién le lleva la contraria. Como resultado, la casa en agosto es un lugar tétrico y opresivo. Me llevaré la cámara de fotos y me dedicaré a dar largos paseos a solas por esos sitios por donde ya he pasado mil veces, sólo con tal de no estar en casa. 

También estoy desanimado en el gimnasio. Parece como si mi cuerpo tuviera memoria. Todos los años por esta época me tomo vacaciones largas, como todo lo que quiero y en lógica cosencuencia engordo bastante. Luego voy recuperando la forma a lo largo de la estación fría, como los osos. Este año sólo he faltado a mi rutina de gimnasio cuatro días, y no estoy comiendo más que de costumbre, y sin embargo la tripa ha vuelto como si fuera algo que toca estacionalmente. Menos mal que no voy a la playa ni a rastras...




Puede que el verano santanderino, de cielo color porridge, influya en todo esto. Puede que sea el síndrome post-pre-intervacacional haciendo de las suyas. O puede siemplemente que toque. Esperando a que se pase, cafeína.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Recuerdo un verano que dormía 10-11 horas diarias, y luego otras 2 de siesta... No sé, diyo yo que irá por épocas.

starfighter dijo...

Siempre digo que si duermes esas horas es porque el cuerpo te lo pide. Y si puedes echarte siesta hazlo, es la época para eso. Las mías son de dos horas tranquilamente y no soy persona humana hasta media hora después de levantarme, café mediante. Descansa que ya vendrán los meses de stress.

Deric dijo...

Hay épocas de todo. A mi también me pasa a veces tener una perrera que ni levantarme del sofá puedo.

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