septiembre 15, 2014

En ocasiones veo Sufures

Castilla se extiende en todas las direcciones, plana como una pizza cuatro quesos: la mozzarella de la caliza, el emmental de los campos de trigo, el gouda de la cebada y el ocasional toque verdoso y grumoso, a lo gorgonzola, de los álamos dispersos. Al igual que ciertas pizzas, Castilla puede resultar crujiente, indigesta y chamuscada por los bordes. Es mejor tomarla en porciones pequeñas. Castilla, como decía, se extiende en todas las direcciones, y en el centro mismo está llena de Sufures.


 La familia al completo de los Sufúrez se ha juntado este fin de semana en el pueblo ancestral. Todos: tíos Sufúrez, primos Sufúrez, hijos de primos Sufúrez y perros de hijos de primos Sufúrez. Ríete tú de la marabunta. Teniendo en cuenta que los mecanismos principales de interacción dentro de la familia Sufúrez son el sarcasmo y la crítica destructiva, una conjunción como la de este fin de semana es algo muy raro de ver. Algún motivo debe de haber: sospecho que alguien dentro de la familia tiene intenciones de morirse un día de estos, y sólo espero no ser yo, aunque nunca se sabe.


El caso es que allí nos hemos juntado todos, en la era de mi tío don Sufón, que es el mayor de la familia. En los últimos días los hermanos Sufúrez habían edificado en el descampado lo que mi tío Sufurito llama una pérgola, mi Santa Madre llama una carpa y yo llamo un conjunto de lonas inmundas sujetas por cuatro hierros oxidados. Ha sido una idea providencial, porque el día ha estado acompañado de chubascos dispersos y fenómenos tormentosos que, si bien han deslucido un tanto la celebración y han interrumpido algunas partidas de cartas, al menos han tenido la virtud de espantar a las moscas y disipar en parte las miasmas provocadas por las flatulencias de cuarenta estómagos Sufúrez a pleno rendimiento.

 
Don Sufón (98 kg) y su esposa doña Sufuna tienen cinco hijos, llamados Sufete I, II, III, IV y V: nunca he sido capaz de saber quién es quién en esa familia. Doña Sufuna es de la opinión de que cualquier hombre que no esté casado está en peligro de muerte, por lo que sus cinco hijos se casaron jóvenes, teniendo una media de 2.8 hijos por cabeza a día de hoy: eso hace un total de 14 nietos, si la aritmética no me falla, y jamás he dedicado el menor esfuerzo a intentar aprenderme sus nombres. Al menos hasta ahora, que alguno de ellos ha alcanzado la mayoría de edad y la capacidad de participar en las partidas de mus. 


Mi tío don Sufito (117 kg) y su esposa doña Sufy practicaron la moderación procreadora, teniendo solamente dos hijos que a su vez cuentan con un promedio de 1.5 hijos cada uno, es decir, tres retoños Sufures. El hijo mayor de don Sufito, Sufur María, fue el que traicionó la soltería de los primos Sufur casándose con la Reina Isabel la Católica, que también estaba allí lanzando rayos castellanizadores con la mirada. Mi Señor Padre lleva diez años sin hablarse con ningún miembro de la rama Sufito de la familia, lo que no le impidió jugar a las cartas con su hermano menor. Al fin y al cabo, para jugar al mus no hace falta hablar en absoluto, pudiéndose hacer todo con gruñidos y envites cavernarios varios. Dado que mi Señor Padre también lleva un tiempo sin hablarse con mi Santa Madre, estuvo todo el día como ladrando a solas como un perrillo abandonado. Me dio cierta penilla.

 
Mi tía doña Suphonia (100 kg), viuda, engendró a un hijo y dos hijas, que le han procurado cuatro nietos, o tal vez cinco, no me he parado a contarlos. La media sale a 1.33 (o 1.66) nietos por primo, pero teniendo en cuenta que mi primo Suflaco, cincuentón bien conservado, jamás ha tenido esposa e hijos (que se sepa), el peso reproductivo recae sobre sobre la parte femenina de la rama familiar. Le tengo gran cariño a mi primo Suflaco, ya que cada vez que mi tía doña Sufuna viene a preguntarme alarmada cuándo me caso, puedo decirle con calma que hasta que no se case Suflaco, a mi no me mire. De mis dos primas, una de ella ha tenido hijos que son de rostro angelical pero están poseídos por el mismísimo Satán, mientras que la otra ha parido a un adolescente con granos y a una mujercita que, oh rechinar de dientes, se ha echado un novio megafollable.

Mi Señor Padre (92 kg) y mi Santa Madre sólo me engendraron a mi, en lo que probablemente fue su único acto sexual conjunto, y yo, porque alguien tiene que poner un poco de sentido común en este desmadre reproductivo y también porque soy maricón perdido, no he afligido a este mundo con otro espécimen de Sufurez, que ya demasiados somos.

  

Mi abuelo (58 kg), que en paz descanse, era panadero. Eso explica dos cosas: que todos sus hijos estén gordos como zepelines y que no exista reunión familiar que no esté aderezada por dulces caseros típicos de la tierra: florones, hojuelas, mantecados y, ya poniéndonos refinados, esos buñuelos rellenos de crema pastelera que los Sufúrez llamamos “petisús”. Añádanle a esto el desayuno a base de huevos fritos, la paella con la que se podría alimentar a todo Madagascar, los caracoles guisados, el helado y los chorizos, panceta y morcillas asados de la cena, los vinos, cervezas y cubetas, y se entenderá por qué la Tierra está en peligro de colisión con el asteroide JB2392+3.
 


La conversación fue muy animada, aunque un tanto repetitiva. Concretamente, se desarrolló cuarenta y siete veces consecutivas:
- ¡Coño, Sufur, cuánto tiempo!
- Sí, sí.
- ¿Por dónde estás ahora?
- Ahora estoy aquí, delante de tu dispépticos morros.
- No, que dónde vives ahora.
- En Santander.
- Ay qué bonito. Pero llevas poco tiempo allí, ¿verdad?
- Desde 1997 solamente.
- Cómo pasa el tiempo. A ver si vamos a visitarte.
- No, por favor.
- Muy bonito, Santander. ¿Y cuándo terminarás de estudiar y te buscarás un trabajo?
- Ya estoy trabajando.
- Y a ver cuándo nos presentas a una novia, ¿eh? Que tu Santa Madre quiere nietos.
- Dale unos cuantos de los tuyos, que veo que te sobran...
- Conque Santander, ¿eh? Qué bonita. De este año no pasa que vayamos a visitarte.
- Por favor, que alguien me pegue un tiro ya.
Los únicos descansos fueron durante las partidas de mus:
- Mus
- Mus
- Mus
- No mus
- Paso
- Nvido
- Dos más
- Veo
- Paso
- Paso
- Paso
- Paso
- Sí
- No
- No
- Si
- Nvd
- Si
- No
- Si
- Gño
- Urgh 
- Gñaa
- Urgle urgle
- ¡Angagua, Chita, angagua!
Con todo, y en contra de lo que pueda parecer, no lo pasé del todo mal. La sangre es más espesa que el agua (pero menos que las horchatas que a mí me gustan) y yo por mi familia siento un desagrado incluso cariñoso, si me apuran. Un desagrado familiar, valga la redundancia. Si no puedes contar con tu familia para que te ponga a caldo contigo presente y para que te juzgue por tu propio bien, con quién vas a hacerlo. Así que me vuelvo a Santander con sentimientos encontrados: cansancio, nostalgia y un inmenso alivio.


La próxima cita, supongo, el entierro. Espero que no el mío.








6 comentarios:

starfighter dijo...

Ay la familia, ni contigo ni sin ti tienen mis males remedios. Consuelate en que vives en una ciudad distinta a ellos y eso ayuda a vivir más tranquilo.

Christian Ingebrethsen dijo...

Hace años que de la rama materna sólo me hablo con mi abuela. Al resto les tengo pillados el truco, con tres borderías huyen a conversaciones más aduladoras.

Con la rama paterna en cambio tengo muy buena relación aunque les veo poco, incluso a mis primos que también viven en Madrid porque cada uno tenemos nuestra vida.

En cualquier caso, se nota, y mucho, que a la familia no la puede elegir uno.

Moriarty dijo...

Está usted hecho un Fellini. ¡Vaya Amarcord en miniatura que se ha marcado!

Eleuterio dijo...

Eres muy paciente. Yo los habría mandado, sutilmente, a la mierda a todos.

Mocho dijo...

En ocasiones veo imágenes. En este post, ni una.

Unknown dijo...

¿Esto tiene "afotos"?

Las reuniones familiares suelen dar mucha pereza.

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