mayo 21, 2015

Caso perdido (II)


Pero él se negaba a abandonar mi oficina.
- Por favor, no me mande a adivinas, brujas y otras arúspices -dijo-. Ya tenemos demasiadas en Ferraz. A decir verdad, toda nuestra estrategia política se basa en descifrar lo que dicen las cartas astrales y las entrañas de palomas. Pero ni siquiera eso nos funciona ya. Es la hora de tomar medidas desesperadas. Y, ¿qué puede haber más desesperado que recurrir a un detective tan inmundo como usted?
Decidí salir a la calle con él. Esto se debió en parte a que su emotivo discurso me había conmovido, y sobre todo a que veía que si le dejaba quedarse un minuto más en la oficina, seguiría robándome el poco material de escritorio que me quedaba. Afuera, bajo la eterna lluvia aceitosa de la ciudad, Pedro se tranquilizó un poco, se sonó los mocos con mi camisa y me dijo:
- Al fin y al cabo, no puede ser tan difícil. Tres millones de votantes no pueden desaparecer sin más, sin que lo noten al menos sus callistas. ¿Me ayudará? Si los localiza, le prometo una Consejería Autonómica. No de Urbanismo, desde luego, pero al menos una de las malas: Educación, Sanidad o alguna chorrada de esas para contentar al populacho.
Por su discurso, en el que no se había mencionado hasta ahora a la ETA ni a la amenaza inmigrante, deduje que se trataba de algún tipo de político de izquierdas.
- No prometo nada -le dije-. Pero al menos consideraré su caso. Y ahora, por favor, devuélvame mi cartera. Dinero no tiene, como habrá notado, y le tengo mucho apego a la estampita de San Carlo Masi, patrón de los detectives sensibles como un servidor.
Él aceptó a regañadientes, me devolvió mi cartera y, como muestra de buena voluntad, un empaste que me había quitado sin darme yo cuenta. Echamos a andar mientras yo le hacía las clásicas preguntas detectivescas: si sospechaba de alguien, si tenía algún enemigo, dónde estaba el tres de marzo a las 17:45, cuál era su color favorito y cuál era la mejor manera de hervir el arroz sin que se pasase. Me respondió que sí, que sí, que en una inauguración de un club de jubilados porque daban canapés gratis, que el rosa y que lo que debía hacer era controlar mucho la cantidad de agua que ponía en la cocción.

Las calles de Boo de Piélagos, ya de por sí sórdidas y brutales, estaban más peligrosas que nunca. Se notaba que estábamos en plena campaña electoral. Por todas partes se veían candidatos pegando carteles, inaugurando plazas (la mayor parte de las cuales ya llevaban décadas inauguradas) o dándole la mano a incautos transeúntes. Había jaurías de futuros concejales y parlamentarios autonómicos asaltando a madres indefensas para besar sus bebés a traición y en los callejones oscuros aguardaban, agazapados, aspirantes de turbio aspecto dispuestos a abrirse la gabardina y enseñarle el programa a cualquier jovencita lo suficientemente ingenua como para pasear a solas a esas horas.


Una candidata española

- Psst -nos dijo un individuo, haciéndonos señas desde la puerta de un sex shop-. Si me votáis, prometo dejaros abortar libremente.

- Ni caso a ese comunista -nos dijo otro sujeto-. Dadme vuestro voto y os bajaré el impuesto de sucesiones.

- Hola, majetes -nos sobresaltó una vieja teñida de rubio, saliendo desde detrás de un contenedor de basuras-. Permitidme que me presente: yo soy la Renovación de la Vida Pública. ¿Os intereso?

- Si me votas -me dijo en tono confidencial otro tipo- prometo crearte dos millones de puestos de trabajo, todos para ti. Es una oferta sensacional (hasta fin de existencias).

- Cu cú, guapo -interrumpió un candidato regionalista, enseñándonos la pierna-. ¿Votas o trabajas? ¿Es eso que asoma en tus pantalones una papeleta electoral, o es que te alegras de verme?

- Te la chupo a cambio de un voto -ofreció uno de la Falange.
Eché a correr, despavorido, agarrando al tal Pedro por el brazo. Nos refugiamos en una tasca cercana. Para recuperarme del susto, pedí un vaso de agua. Mi cliente pidió un whisky doble de quince años y le dijo al camarero que me cobrara a mí, dando por hecho de que como buen servidor público que era merecía ser invitado a todo y en todo momento.
- Oiga -le pregunté todo intrigado-. ¿Cómo es que usted, dada su profesión, es capaz de mantener la calma en estos momentos y no se ha convertido en otro zombi devorador de votos como sus compañeros?

- Eso tiene una explicación muy sencilla -dijo él-. Me reservo para las Generales. Por cierto: ¿tiene usted planes para este otoño?
No respondí. Ahora me estaba arrepintiendo seriamente de haberme dejado arrastrar a las calles en plena campaña electoral. Como detective privado estoy acostumbrado a tratar con timadores, proxenetas, traficantes, violadores, asesinos y ladrones, pero no con políticos, que vienen a ser todas las anteriores categorías a la vez. Era demasiado para mí.
- En serio, creo que no soy la persona adecuada para este trabajo. ¿Ha pensado en rezar?

- Quite, quite. No soy religioso: no creo en ningún poder superior al del FMI.

- Tal vez ese sea el problema. ¿No puede ser que la desaparición de sus votantes no puede ser sino el síntoma de una crisis más profunda?

- No sé a qué se refiere usted, caballero -dijo él, haciéndose el ofendido-. No hay ningún problema. Aquí me tiene usted: soy un hombre de éxito. Guapo, simpático, bien vestido, de izquierdas. Pero de izquierdas modernas, de esas que molan más: lo mismo le monto una protesta contra el suicidio de los lémings que le hago una reforma laboral. Salgo en la tele. Todo el mundo (al menos el mundo que importa) me quiere: la monarquía, la banca, la Iglesia. ¿No le dan ganas de besarme? Rozaría la mayoría absoluta, si no fuera porque no tengo votantes. Tiene que tratarse de una conspiración, por necesidad.
Era, efectivamente, un caso perdido. El tipo estaba totalmente chalado. Pero veía que no me iba a dejar en paz fácilmente. Decidí jugar a seguirle la corriente.
- Está bien, amigo -dije-. Pero quiero dejarle claro el tema de mis honorarios. No quiero conserjerías ni quimeras por el estilo. Luego sus candidatos no salen elegidos y me quedo con un palmo de narices. Yo exijo algo más material.
Y empezamos un duro regateo tras el cual conseguimos fijar un sueldo que ambos consideramos aceptable: dos kilos y cuarto de chóped del bueno, una camiseta de Naranjito y, como siempre pienso en mi compañero (y sin embargo amigo) J. Arístides, una caja de cerillas para su pipa. Después de la negociación (y de haber tenido que invitarle a otra copa de whisky) nos pusimos manos a la obra.
- A ver -empecé-. Lo normal en casos de desaparición de personas es contactar con Jack Malone. Lo he visto en la tele. 

- Me suena que es un personaje de ficción. Aunque, la verdad, no estoy seguro. Me cuesta bastante trabajo separar la realidad de la fantasía. Es algo que ocurre bastante en mi línea de trabajo.

- Vaya, eso lo dificulta todo bastante. En ese caso el siguiente paso es llamar a hospitales, comisarías y tanatorios. Los puticlubs también son lugares donde la gente suele perderse con facilidad. ¿Tiene usted una lista de los votantes desaparecidos?

- Sí, aquí tiene -y me puso en brazos el listín telefónico.

- Se lo pasaré a la señorita Bustillo para que vaya investigando. Nosotros haremos el trabajo de calle. Dividámonos: yo preguntaré a unos soplones que conozco, y usted vaya preguntando en los puticlubs.

- Ni en bromas, amigo -dijo él-. No es que no me gusten los puticlubs: me encantan. Pero no pienso separarme de usted. Seré su sombra. Porque me conozco el percal: contrato a un investigador privado y en cuanto me descuido éste me da esquinazo y se escapa a Brasil. Me ha pasado ya media docena de veces ¡Qué falta de profesionalidad!

- Es que es usted un peñazo de hombre -le dije, incapaz de contener el brote de sinceridad.

- Pues claro que lo soy. ¿No le he dicho que dirijo un partido político? Por eso todo el mundo me quiere y me respeta.
El hombre continuaba con sus delirios y yo no sabía qué hacer para librarme de él. A regañadientes, le dejé que me siguiera. Con cuidado para no toparnos con nuevas manadas de candidatos políticos asilvestrados, nos acercamos a los Fondos Profundos (prácticamente toda el área urbana de Boo de Piélagos es considerada "bajos fondos". Para distinguir la parte peor de la simplemente mala los lugareños hablamos de Fondos Profundos). Allí empecé a preguntar a mi lista de contactos:
- Cuánto tiempo sin verte, Johnny "El Grumoso". ¿Cómo está tu anciana madre? ¿Sigue en prisión por tráfico de órganos de caniches? Tengo una pregunta para ti: ¿has visto recientemente a una persona que estoy buscando? Te la describo brevemente: mayor de dieciocho años, socialdemócrata, esclava del voto útil, con el mismo cociente intelectual que una nuez de macadamia...


Pero nada, ninguno de mis conocidos supo darme una respuesta, salvo Helen "La Sorda", que me contó un jugoso rumor acerca de que la Reina Victoria Eugenia de Battenberg era en realidad anglicana. Agotada la vía del cotilleo criminal, empecé la ronda de bares. Si uno está atento, puede descubrir muchas cosas de las conversaciones que flotan en ciertos antros. Aquello tampoco funcionó, porque mi cliente insistía en ser invitado a whiskys caros en cada local y al segundo bar me quedé sin presupuesto.
- Oiga -le dije-. No me está usted facilitando las cosas.
Él se limitó a sonreír y a decirme que yo le recordaba a Alfonso Guerra, tal y como sería si se quedara calvo y se alimentara exclusivamente a base de panceta.
- Suresnes está sobrevalorado, Alfonsho -me dijo-. Hip. La vieja guardia ha muerto. ¡Larga vida a la nueva socialdemocracia! Esh la hora de una nueva generación que, eh... hip... pactar, pactar, eso es lo que hay que hacer. ¡Shtatus quo! Gran grupo musical...
Tanto whisky estaba afectándole, y eso me hizo ver la luz. Se me ocurrió una idea para librarme de ese pelma.

He de dejar claro que siento un gran amor patriótico por mi ciudad de Boo de Piélagos. Cuando la describo como "un pozo inmundo de desesperación y purulencia", en realidad estoy edulcorando la realidad. Tras veinte años de gobierno local Por Y Para El Pueblo (es decir, de derechas), agravados por la perpetua borrasca y la pertinaz crisis económica, la situación era tan deprimente que las monjas Cuñadas de la Caridad, en su comedor para menesterosos, hacía ya tiempo que habían dejado de ofrecer pan a los pobres. En su lugar daban directamente orujo, para que olvidaran sus penas. Llevé a mi cliente al comedor social, donde una de las monjitas, Sor Perilla, me saludó con estas palabras:
- ¡Vade retro, Satanás! Te tengo dicho que no te acerques por aquí, que asustas a los mendigos.
Pero yo la convencí de que no quería nada de ellas -esta vez-, sino que traía a un amigo necesitado. La monja, moviendo sus barbas compasivamente, le hizo pasar al interior del refectorio. Ahora sólo me quedaba esperar un rato a que alguna monja forzuda echara su cuerpo inconsciente a la calle, recogerlo, acarrearlo a algún sitio oscuro, tirarlo en una zanja y olvidarme del asunto.

Cuál no sería mi sorpresa al verle aparecer media hora más tarde, andando por su propio pie.
- Se lesh ha terminado el oruho -dijo-. ¿Dónde me llevash ahora?
Estaba claro que había subestimado a ese hígado entrenado en el bar del Congreso de los Diputados, capaz de seguirles el ritmo a pesos pesados como Rita Barberá o Arias Cañete. Para lo único que había servido mi argucia era para vaciar las barricas de las monjitas Cuñadas de la Caridad y para que el político perdiera la poca dignidad que alguna vez había tenido. Tuve que apresurarme para evitar que le meara encima a un pensionista.
- Pringaos, ju ju -no dejaba de decir-. Lesh cuentas que viene el fantashma de Franco y les tienessss comiendo de tu mano da igual lo que lesh hagasss...
Yo agradecí su sinceridad, pero hubiera preferido no verle la chorra. Seguí llevándole de vuelta a la oficina, para que al menos durmiera un poco la mona, pero él cada vez se volvía más incontrolable. Tan pronto se echaba a reír histéricamente como se ponía a llorar por los votos perdidos, diciendo que aquello con Felipe no pasaba. Llegado un cierto punto él se aferró a una farola y no hubo forma de moverle.
- Susanaaaaaa dime cómo hacessssss -gritaba y se lamentaba.
Yo, que he llegado a colarme en un vuelo de Alitalia disfrazado de azafata sexy y he hecho strip-tease en un bar para divorciadas, sentí vergüenza por primera vez en mi vida: vergüenza ajena. Aquello era sin duda el punto más bochornoso de mi carrera detectivesca.

Mas de repente todo cambió a nuestro alrededor. Lo que hacía unos instantes era un húmedo callejón infestado de ratas y con las farolas fundidas se transformó en un espacio puro y luminoso. Un aroma como a sándalo, lavanda y pachulí se elevaba desde las alcantarillas, mutadas súbitamente en claros arroyuelos de aguas de montaña. Sonaba el trino del ruiseñor, mariposas aleteaban frágiles y multicolores. Y una figura divina de beatífica belleza, vestida con un traje inmaculado y agarrando a una abuela de cada brazo, se acercó a nosotros diciéndonos:
- Yo represento a la España del Cambio Sensato. ¿Queréis que os regenere la vida pública? O la privada, si hace falta. A mí me importan las personas. Y los animales. Y algunas cosas. Soy el Verdadero Centro, la Verdad y la Vida. ¡Aleluya yo! Es decir: ¡AleluYo!

- ¡AlelúÉl! -corearon las abuelas y unos tres millones de votantes que venían detrás.
Me protegí los ojos de la luz cegadora que emanaba del mesías del Auténtico Centro. Mirando un poco más en detalle, resultaba que la luz no emanaba de él, sino de unos focos de quinientos megavatios de Iberdrola que le seguían a todas partes. El aroma primaveral provenía de unos ambientadores gigantes patrocinados por Mercadona.
- ¡¡¡¡¡TÚ!!!!! -gritó una voz desgarrada a mi lado. Desgarrada y varios pueblos más allá de toda cordura: el nivel de chaladura de una persona se mide por el número de signos de exclamación de más que utiliza-. ¡¡¡Tú eres quien me ha robado mis votantes!!! ¡¡¡Tú y el de la coleta!!! Arrrgggggg
Y echando espumarajos por la boca, mi cliente se lanzó contra el recién llegado, tirándole al suelo. Ambos empezaron a pelear con uñas, dientes y lugares comunes.
- ¡¡¡¡Facha de tapadillo!!!

- ¡Marioneta del poder!

- ¡¡¡¡Robavotos!!!

- ¡Abortista de mierda!

- ¡¡¡Lacayo de Rajoy!!!

- ¡Tradicionalista!

- ¡¡¡Liberal!!!

- ¡Comunista!
Yo, aliviado, tomé de la mano a una de las abuelas y me fui con ella al bingo. Dios los cría, y ellos se juntan.










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