octubre 12, 2008

Viejuno Jr.

El lugar, Pontevedra; el momento, un sábado a la una de la madrugada; el motivo, una excursión por heterolandia.

Dejamos a P. en casa para que pueda dormir y madrugar al día siguiente -una de las cruces de ser aficionado a la Fórmula Uno- y nos vamos con las chicas (B. y la siempre sonriente J.) a tomar una copa. Como guías locales, ellas nos conducen a través del laberinto de granito del casco viejo en busca de un bar adecuado. El primero que vemos, no: los clientes son quinceañeros con granos que podrían perfectamente ser alumnos de J. El segundo bar, tampoco: veinteañeros con la piel sólo muy ligeramente menos inundada de sebo que podrían perfectamente ser ex-alumnos de J. Probamos suerte en otra calle: poca gente. En la siguiente zona, treintaañeros de aspecto algo más aseado. Tampoco nos convence: demasiado jóvenes.

Por fin encontramos un bar con una cantidad adecuada de gente y donde no sentirnos el abuelo Cebolleta. Lo detectamos por la música que se cuela a la calle: Losing my religion. Algo de nuestra generación. El bar se llama Termita, aunque bien podía haberse llamado Carcoma. Es uno de esos sitios de los que uno dice que tienen una decoración ecléctica, a falta de una descripción mejor. La clientela mezclada, comprendida entre las edades Media Alta y el Pleistoceno Superior. Pedimos una copa.

Es curioso cómo elegimos los bares. No deben estar ni demasiado llenos ni demasiado vacíos, aunque como es difícil no caer en uno de estos dos extremos si hay que elegir, elegimos los primeros. Para sentirnos cómodos es importante controlar el número de clientes, sino también su tipo: tribu urbana, composición química, indumentaria, olor corporal y edad. Esto último es importante: solemos acabar en sitios donde la media de edad sea mayor o igual que la nuestra. Con el paso del tiempo, las opciones se van reduciendo.

El párrafo anterior es el primer motivo de alarma. El segundo, el tipo de copa: a lo largo de mi vida adulta ha ido cambiando gradualmente la selección de venenos con los que ataco mi hígado. Atrás quedaron los calimochos, los cubalibres de Dyc, los de Johnnie Walker e incluso los combinados de Brugal. Ahora prácticamente sólo bebo gin tonics, de Bombay Sapphire para arriba (y, si la encuentro, de ginebra Hendricks).

El tercer motivo de alarma es la música. El R.E.M. de los primeros noventa da paso a otros greatest hits pegadizos cuya edad no baja de los tres lustros, con la desagradable excepción de la petarda de Paulina Rubio, y con incursiones frecuentes en el museo antropológico de la música disco -veáse Bee Gees y variantes-, lo cual nos conduce (junto con el etanol y la compañía) a pasárnoslo pipa. Es en ese momento cuando me fijo en una pareja que baila a nuestro lado en el local: un cuarentón de buen ver acompañado de una rubita monísima que podría ser su hija. Porras, que podría ser mi hija. Y es cuando me doy cuenta que la chavala baila esas canciones con esa expresión entre divertida y confusa de quien aún no había nacido cuando estas canciones sonaban en la radio.

Y es en ese instante cuando se me echan encima los años, que han estado toda la noche agazapándose detrás de mí, esperando el momento adecuado para asaltarme, y me da por pensar que a) he pasado más de la mitad de mi vida bailando las mismas cosas cada vez que visito heterolandia, b) ya ni siquiera los bares de viejunos me hacen sentirme joven y c) los últimos veinte años se me han pasado echando puñetas.

Pese a lo bien que me lo estoy pasando, me inunda un apagado sentimiento de tristeza, mezcla de nostalgia de la peor especie -esa que te hace añorar cosas que nunca tuviste-, de cansancio y de pensar que de aquí a otros veinte años -un suspiro- me pasaré las noches de sábado buscando garitos de jubilados donde no sentirme del todo una momia putrefacta.

Y pensar este tipo de cosas teniendo treinta y cuatro años me hace considerar seriamente que estoy fatal de lo mío y debería hacérmelo mirar...





PD. Para ser totalmente honesto, he de decir que hay cosas que no lamento en absoluto de envejecer. Justo antes de desarrollarse esta escena nos habíamos metido entre pecho y espalda una mariscada con más kilos de percebes que operaciones de cirugía acumula Marujita Díaz. Chinchad, rabiad, jovenzuelos...



5 comentarios:

Nils dijo...

pues sí que te complicas para entrar en un sitio a tomar una copa... menos mal que para los restaurantes no dices nada, que si no... jejeje

gaysinley dijo...

Niño, definitivamente, estás fatal de los remos... jajaja!. Decir que estás viejo, por favor, que estamos en la mejor edad y sobre todo como bien dices, podemos pegarnos ciertos caprichos que con veinte eran impensables... Y claro hoy estaréis disfrutando de los efectos afrodisiacos de tanto marisco... mira que te lo dije... jajaja!

Ay que envidia sana me das, en cuanto a los garitos, pues mira que os complicáis si, pienso como Nils, yo es que soy de llegar a la barra pero como no me convenza me doy la vuelta y me voy... será por bares (que lugares... que cantaba Gabinete).

Bueno y cuando dice usted que vuelve a trabajar?, porque parece que llevan una semana de vacaciones... joer!

Ale ale... Amor y Lujo que canta la Naranjo. Besines

Thiago dijo...

joder, que mariconazo!! una percebada? eso si que me ha dolido, jajaja

Cari, la verdad es que segun iba leyendo el post, me iba sofocando, es que eres muy excluyente... si ya hasta los de 30 te parecen demasiado jovenes!! y luego el otro era un bar de momias? A ti cuales te gustan: entre 35 y 35,5 años? Pues vaya...

No se que tienes contra los granos, al fin y al cabo, como dicen los curas, salen de hacerse pajas, jajaja

Bezos, anda...

Hombre casado, hombre acabado, jajajaa

Anónimo dijo...

Cada vez soy más de fiestas privadas, porke cada vez ke salgo me dan unas depresiones de sentirme megamayor.

BIRA dijo...

Hace siglos que no como un percebe!

Omitiendo el dato para no morir mitad por envidia cochina mitad por inundación de babas, te diré que a mí me pasa tres cuartos de lo mismo. Especialmente cuando voy a España donde prácticamente todos (con una honrosa excepción, a la que casi nunca veo) están casados y con hijos y me veo saliendo de copas con mis sobrinos (diez y once años más jóvenes que yo), rodeada de chicos que podrían ser mis hijos y sufriendo que alguno ose echarme los tejos (encima de joven, miope!)... cómo se pasa la vida.

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