Como mi juego de los dobles sentidos maliciosos ya empieza a resultar un poco cansino, empezaré aclarando desde el principio que el título de este post no se refiere a ninguna aventura sexual con un azafato inconsecuente pero macizorro. Qué más quisiera yo. No, se refiere a un placer mucho más cutre y mucho menos sano al que me vengo entregando desde hace un tiempo cada vez que paso por un aeropuerto: el de sentirme rodeado de idiotas.
Ya conocéis mi opinión al respecto: la vida es ese proceso por el cual uno va acumulando cinismo. El paso de los años no nos hace necesariamente más sabios, pero sí nos refina la mala leche, hasta que llega un momento en el que el espectáculo de ver a nuestros congéneres haciendo el ridículo deja de dar vergüenza ajena y se convierte en entretenimiento. Lamento informaros que yo hace tiempo alcancé ese nivel de bajeza moral.
Ocurre en la sala de espera antes de entrar al avión. Me siento tranquilamente a leer el periódico mientras delante de la puerta de embarque se va formando la ya clásica e interminable cola de gente esperando a que den la llamada para entrar. Abro mi maletín, compruebo por rutina que la tarjeta de embarque ya tiene asignado un asiento, miro a la masa de borregos que hacen cola y me pregunto, una vez más, que tipo de estulticia en particular motiva a esas personas a hacerse polvo los juanetes de pie cuando podrían estar tranquilamente sentados como yo. Llego a tres posibles conclusiones:
De modo que me quedo cómodamente sentado mientras la gente desfila, me acabo mi refresco y entro el último, paso velozmente, hago la espera mínima en el autobús y me siento tranquilamente en mi asiento, saludando lo más alegre y efusivamente que puedo a los aeromozos. Qué felicidad tan sencilla y barata.
A la llegada ocurre exactamente lo mismo. Cinco minutos antes de que el avión se haya parado ya hay gente desabrochándose el cinturón, levantándose, enfadando a las aeromozas, abriendo los compartimentos de equipaje de mano y dejando caer cosas sobre las cabezas de sus infelices acompañantes. Puedo entender que después de un vuelo de doce horas la gente esté deseando salir rápidamente del avión y también puedo entender que haya gente que tenga prisa por coger alguna conexión con poco tiempo, pero tener ese mismo comportamiento tras un vuelo de cuarenta y cinco minutos a un aeropuerto provincial como Santander, desde el que no salen conexiones dignas de mención, me parece de paletos y de mal educados.
Me encanta tener gente de ese tipo detrás de mí en el avión. En cuanto les oigo levantarse y empezar a recoger cosas no puedo evitar esbozar una sonrisa malvada. Permanezco atento y, en cuanto percibo que se disponen a pasar por mi lado del avión, actúo.
Saco la pierna y les bloqueo el paso.
Me alzo lentamente.
Me coloco en mitad del pasillo para no dejar pasar a nadie.
Me estiro.
Saco tripa, intentado ocupar el máximo de espacio.
Empiezo a recoger mis cosas. Gradualmente.
Me estiro la camisa.
Me pongo la chaqueta.
Respiro profundamente.
Miro si lo tengo todo.
Miro con total inocencia a los ojos del idiota que carraspea detrás de mí.
Sonrío.
Enciendo el teléfono.
Vuelvo a comprobar que lo tengo todo.
Empiezo a salir lentamente.
Saludo efusivamente al personal de vuelo.
Me asomo a la escalerilla.
Me detengo. Respiro el aire fresco.
Bajo muy despacito.
Me aparto del río de gente y dejo que me adelanten todos para entrar al autobús. Entro el último y salgo el primero al llegar al área de llegadas. Agarro el primer taxi de la fila y el taxista se pregunta por qué me río a carcajadas, en plan JA JE JI JO JU.
Diréis que voy a ir al infierno, y probablemente tendríais razón si el infierno existiera. Bien pensado, en realidad el infierno sí que existe: son los aeropuertos. Y ya que voy a ir de todas formas, qué menos que pasármelo lo mejor que pueda...
Ya conocéis mi opinión al respecto: la vida es ese proceso por el cual uno va acumulando cinismo. El paso de los años no nos hace necesariamente más sabios, pero sí nos refina la mala leche, hasta que llega un momento en el que el espectáculo de ver a nuestros congéneres haciendo el ridículo deja de dar vergüenza ajena y se convierte en entretenimiento. Lamento informaros que yo hace tiempo alcancé ese nivel de bajeza moral.
Ocurre en la sala de espera antes de entrar al avión. Me siento tranquilamente a leer el periódico mientras delante de la puerta de embarque se va formando la ya clásica e interminable cola de gente esperando a que den la llamada para entrar. Abro mi maletín, compruebo por rutina que la tarjeta de embarque ya tiene asignado un asiento, miro a la masa de borregos que hacen cola y me pregunto, una vez más, que tipo de estulticia en particular motiva a esas personas a hacerse polvo los juanetes de pie cuando podrían estar tranquilamente sentados como yo. Llego a tres posibles conclusiones:
- Están los que se piensan que por ponerse antes en la cola van a poder colocar mejor sus cosas en los compartimentos sobre los asientos.
- Están los que se dejan llevar.
- Están los masoquistas.
De modo que me quedo cómodamente sentado mientras la gente desfila, me acabo mi refresco y entro el último, paso velozmente, hago la espera mínima en el autobús y me siento tranquilamente en mi asiento, saludando lo más alegre y efusivamente que puedo a los aeromozos. Qué felicidad tan sencilla y barata.
A la llegada ocurre exactamente lo mismo. Cinco minutos antes de que el avión se haya parado ya hay gente desabrochándose el cinturón, levantándose, enfadando a las aeromozas, abriendo los compartimentos de equipaje de mano y dejando caer cosas sobre las cabezas de sus infelices acompañantes. Puedo entender que después de un vuelo de doce horas la gente esté deseando salir rápidamente del avión y también puedo entender que haya gente que tenga prisa por coger alguna conexión con poco tiempo, pero tener ese mismo comportamiento tras un vuelo de cuarenta y cinco minutos a un aeropuerto provincial como Santander, desde el que no salen conexiones dignas de mención, me parece de paletos y de mal educados.
Me encanta tener gente de ese tipo detrás de mí en el avión. En cuanto les oigo levantarse y empezar a recoger cosas no puedo evitar esbozar una sonrisa malvada. Permanezco atento y, en cuanto percibo que se disponen a pasar por mi lado del avión, actúo.
Saco la pierna y les bloqueo el paso.
Me alzo lentamente.
Me coloco en mitad del pasillo para no dejar pasar a nadie.
Me estiro.
Saco tripa, intentado ocupar el máximo de espacio.
Empiezo a recoger mis cosas. Gradualmente.
Me estiro la camisa.
Me pongo la chaqueta.
Respiro profundamente.
Miro si lo tengo todo.
Miro con total inocencia a los ojos del idiota que carraspea detrás de mí.
Sonrío.
Enciendo el teléfono.
Vuelvo a comprobar que lo tengo todo.
Empiezo a salir lentamente.
Saludo efusivamente al personal de vuelo.
Me asomo a la escalerilla.
Me detengo. Respiro el aire fresco.
Bajo muy despacito.
Me aparto del río de gente y dejo que me adelanten todos para entrar al autobús. Entro el último y salgo el primero al llegar al área de llegadas. Agarro el primer taxi de la fila y el taxista se pregunta por qué me río a carcajadas, en plan JA JE JI JO JU.
Diréis que voy a ir al infierno, y probablemente tendríais razón si el infierno existiera. Bien pensado, en realidad el infierno sí que existe: son los aeropuertos. Y ya que voy a ir de todas formas, qué menos que pasármelo lo mejor que pueda...
8 comentarios:
tendrías que habernos visto ayer al rubio y a mí contemplando como si fuera un espectáculo, conr efresco y palomitas, la facturación y, más tarde, el embarque del vuelo Casablanca-Estambul... con viejas que llevaban 7 bolsas de mano (la más pequeña como mi maleta grande) y gente que se colaba por todos lados, incluso por la misma puerta de embarque... im pre sio nan te
La verdad es que he viajado poco, pero el avión no me acaba de gustar, jajaj Es el único medio en que yo no puedo dirigir nada, mientras en mis patines, en mi bici, en mi scotter y en mi coche algo puedo hacer yo.. Igual me meto a piloto, jajaja
bezos.
Me encanta observar a la gente que me rodea. No veo nada de maldad en ello (bueno sí, vale, algunas de mis ideas acerca de esos seres presuntamente humanos rozan lo cruel, pero ya se sabe que medio mundo critica al otro medio). En los aeropuertos, como no podía ser de otra forma, y en especial en los grandes, de verdad que se junta (nos juntamos) una fauna de padre y muy señor nuestro.
Dicho todo esto, he de confesar que alguna vez he pertenecido a los idiotas del primer grupo, porque lo cierto es que he volado en ocasiones sin asiento asignado y en otras, la mayoría, no llaman por números de asiento, y mis cositas de mano tienen que ir en buen lugar, hombrepordios!
Eso sí, a pesar de ir casi siempre con el tiempo pegado al culo (especialmente cuando voy a casa, que al volver para acá tengo horas de sobra y más) jamás me he levantado antes de que aterrice el avión, entre otras cosas, porque paso de que una aeromoza, como tú las llamas, venga a darme la brasa y tenga que callarme porque lleve más razón que un santo.
En el fondo no eres tan malo. Fue peor lo de ayer!!
Jajaja... me identifico contigo. A mi me pasa lo mismo, y nunca me lo he explicado (a veces he pensado que llegaban a regalar un pin a los 10 primeros o algo así), yo suelo permanecer tirado en los asientos de la sala de embarque, hasta el último momento, a ser posible con los pies sobre la maleta de mano y viendo la cola (de gente me refiero), es curioso!
Y lo que me pone de los nervios es lo segundo la gente que se levanta en destino, se queda con la cabeza y cuello contorsionado y espachurrado contra los techos 10 minutos, claro y encima se empiezan a desesperar, escuchando los famosos chiflidos... con la lengua o empiezan a mirar el reloj como si fuera a correr el doble de rápido, encima empiezan a revolver todo el equipaje de mano, que como tu has llegado el último les estorba y te lo suele aplastar o tirar, a veces hasta sobre tu cabeza. No me extraña que luego la venganza, que yo también lo hago, sea larga y cruel... jajaja!
Me ha encantao... y bueno algún día te contaré mi historia con una azafato de altos vuelos... jajaja! (que me ponen)
Besos
Ke gana de ke inventen otro transporte más rápido y podamos pasar de los aeropuertos y de los aviones. Yo es ke los odio a más no poder.
Pues yo me identifico con el grupo de borregos e idiotas.
Es un aviòn,ya es ilògico que tantas toneladas de acero e hierros salga volando.Todo lo demàs lo veo normalìsimo,sobretodo lo de salir de él!!!!.Jejej
jajajajajaaaaaa!!!!
yo también lo he pensado muchas veces! en el autobúes pasa lo mismo, la gente se pone de pie en el pasillo antes de llegar al lugar en el que para el bus, con lo cual además de esperar de pie un ratito innecesariamente se juegan bastante el tipo. como decía una amiga mía: "la gente es boba"
:)
bss grandes
jejejejeje, tenemos algo en común: ese cinismo mío que va en aumento y lo del bloqueo del pasillo. ;-)
Publicar un comentario