diciembre 10, 2008

I left my heart in San Francisco

Hoy he vuelto a tener el mismo sueño.

En él tengo que volver por motivos de trabajo a California. Me encuentro en algún congreso o en mitad de alguna estancia de investigación y estoy deseando que llegue el fin de semana para poder escaparme a San Francisco y recorrer de nuevo los viejos lugares, esos cuyos recovecos pueblan las esquinas de mi inconsciente. Sé que tengo poco tiempo porque pronto volveré a España y espero que las horas me den de sí todo lo posible. Luego me despierto sintiéndome triste y preso de una nostalgia aplastante.

De todos los lugares que he visitado, el dúo Berkeley-San Francisco es el único que puebla mi mundo onírico de forma recurrente. Han pasado casi diez años y continúo añorando en sueños esos nueve meses que me tocó vivir en en Área de la Bahía, prácticamente encima de la Falla de San Andrés. Deseando volver.

No me engaño: adonde quiero volver no es a un lugar, sino a un estado mental. La estancia en la Universidad de Berkeley fue mi primer viaje largo al extranjero y la primera gran aventura de mi vida. Yo era un chico tímido -aún lo soy- de veinticinco años, que nunca había llegado más lejos de su casa que a Roma en una excursión del instituto, que apenas sabía inglés y aún con un pie y medio dentro del armario. Salía de Segovia -mis años en Madrid nunca llegaron a cambiar mi provincianismo- y me encontré en medio del campus universitario más vibrante y progresista de la Costa Oeste norteamericana.


Recuerdo lo que era pasear junto a la Sather Gate del campus universitario, viendo pasar el río de estudiantes de todas las razas, de todos los colores, de todas las nacionalidades, yendo a sus estudios, practicando deporte, repartiendo panfletos, tocando timbales, agrupándose en asociaciones, coros, grupos, pandillas, comiendo falafel, burritos o fideos chinos, haciendo actuaciones espontáneas en la plaza, descansando al sol.


Recorrer la calle Telegraph, con su estrambótica fauna humana, sus puestos, sus manifestaciones reclamando cualquier cosa desde el derecho a practicar el nudismo en la Universidad a el respeto a los animales en los laboratorios, sus excelentes tiendas de libros (Cody's, que recientemente ha cerrado sus puertas después de más de cincuenta años atendiendo a la comunidad universitaria, y Moe's, con su gran colección de libros de segunda mano), sus no menos gloriosas tiendas de música (Amoeba, Rasputin), sus restaurantes, su bares y cantinas, su espíritu nostálgico hippie.


Observar cómo se oculta el Sol detrás de la silueta del Golden Gate, desde lo alto de la azotea de edificio del Departamento de Astronomía. Hablar con los posgraduados que vienen de Grecia, de Italia, de Irán, de Corea, de la India, de Australia, de Rusia en esas absurdas fiestas en las que la gente moja trocitos de apio y zanahoria en salsas de yogur. Ser invitado a una comida de Acción de Gracias y beber egg nogg antes de Navidad.

Salir a comer. Fue en Berkeley donde me tomé contacto con la verdadera comida china, donde fui por primera vez a un indio, donde me enamoré de la cocina tailandesa, donde probé mi primer sushi. Donde me envicié a comer helados de Ben&Jerry's por litros.



Agarrar el BART y escapar a San Francisco los fines de semana. Bajarme en la parada de Market Street y quedarme un poco con la boca abierta mirando los rascacielos. Mirar los escaparates de las tiendas, sobre todo el de Abercrombie & Fitch. Montar en el tranvía y subir esas calles llenas de cuestas, perderme en las curvas de Lombard Street, caminar hasta hartarme a lo largo del inacabable Golden Gate Park, subir hasta la Coit Tower en Telegraph Hill, llegar al Fisherman's Wharf y ver a las focas tomando el sol, tomarme un chocolate en Ghirardelli. Ver alguna exposición en el SFMoMa, acudir a un musical en el Golden Gate Theater, ver alguna película idependiente en alguno de los mil cines de la ciudad, escuchar una actuación de jazz, ver a una japonesa vestida de faralaes bailar flamenco, seguir los pasos de Kerouac en la librería City Lights.


Descubrir las cien ciudades en una que es San Francisco: Chinatown, el barrio latino de Mission, la pequeña Italia alrededor de Columbus Avenue, los remanentes comercializados de la era hippie en el barrio de Haight, la pequeña Japantown, las torres de cristal del Distrito Financiero, el Tenderloin con sus homeless, las coquetas casas victorianas cerca de Alamo Square, los hoteles de lujo de Union Square.


Y la vida gay. En una ciudad donde se estima que el 30% de la población masculina es homosexual, no es que haya un barrio gay: al menos existen tres de ellos. El famoso distrito de Castro, con sus primorosas tiendas, cafés y librerías y su permanente ejército de clones solo superado por las hordas de turistas. Folsom, el hogar de lo diverso, las indumentarias fantasiosas, lo osuno y las parafilias. Y el vecino pobre, Polk Street, con sus bares cutres y sus sex shops deslavazadas. Yo solía ir a Castro solo por el hecho de sentirme libre; bajaba la calle sonriendo como un idiota, entraba en A Different Light a mirar libros y comprar postales, compraba galletas en una pastelería tremendamente marica y me volvía a casa -solo- sintiéndome casi realizado. Y aunque no tuve la oportunidad de asistir a la famosa Gay Parade anual, pude ir en dos ocasiones a la fiesta en la calle del Halloween in the Castro, que para el caso es lo mismo.


Aquellos nueve meses en Berkeley y San Francisco fueron, como ya he dicho, una de mis mayores aventuras, pero también los siento uno de mis mayores fracasos personales.

Fue un fracaso social. Ni conseguí vencer mi timidez, ni establecí contactos profesionales, ni hice ningún amigo que haya perdurado con los años.

Fue un fracaso de desarrollo personal. Ni conseguí aprender bien inglés, ni aproveché plenamente las oportunidades intelectuales que se me abrían por estar en una de las mejores universidades del mundo, ni conseguí terminar de aceptar mi sexualidad. Vivir en la mayor meca gay del mundo no me sirvió de gran cosa. Ni entablé amistad con otros chicos gays, ni me enamoré, ni siquiera follé. Recuerdo que en un momento dado las hormonas me prestaron el valor para entrar en un conocido antro para adultos, y cuando una vez dentro un negrazo de impresión se desnudó delante de mí fui incapaz de ni siquiera tocarle. Me fui tal y como había ido.

Fue un fracaso laboral. La investigación que desarrollé se convirtió en un callejón sin salida que no dio ningún fruto, me desanimó bastante y me obligó a cambiar de tema casi a mitad de tesis: dos años de beca tirados por la borda y los dos años restantes en permanente agobio por recuperar el tiempo perdido. La investigación tiene estas cosas.

Por eso mi recuerdo de Berkeley y San Francisco siempre tiene un sabor agridulce. Le saqué jugo a la experiencia, tal vez todo el que en aquel momento yo podía sacar dadas mis circunstancias personales, pero siempre me dará la sensación de que no fue lo suficiente.

Situaciones como aquella sólo se viven una vez en la vida.

Sigo soñando con San Francisco. Como dice la canción, allí me dejé el corazón.





Sobre todo porque sé que no puedo volver. Literalmente: por motivos que son demasiado largos de contar aquí, soy persona non grata en Estados Unidos. Lo digo en serio: tengo prohibida la entrada en ese país. Es algo que espero poder solucionar algún día, pero lo curioso es que no estoy poniendo demasiado empeño en ello. Puede parecer una paradoja, con las ganas que tengo de volver a pisar ese país que me encanta. O no. Yo creo que en el fondo me da miedo que me arreglen los papeles. Porque sé que si algún día me los arreglan, volveré a San Francisco. Y con toda seguridad la realidad no soportará la comparación con el recuerdo idealizado que me hace soñar periódicamente con la Ciudad Junto a la Bahía.



17 comentarios:

hm dijo...

Bueno, no son recuerdos, digamos, felices al uso... pero a pesar de todo, los recuerdas con cariño, me parece... quizá no hiciste todas esas cosas en San Francisco, pero seguramente, no haberlas hecho y pensar en ello, te haya ayudado en cierto modo a avanzar. Bonito post.

Nils dijo...

me has dejado flipado con lo de que no te dejan entrar en EEUU... no seas bobo y arreglaló cuanto antes que estar en bases de datos como esas no te hacen ningún favor.

Mocho dijo...

¿Te pasaste de tiempo de estancia?

Jops, yo he estado hace tres meses y ya tengo ganas de volver.

Anónimo dijo...

vaya, vaya... nos hemos puesto de acuerdo hoy con las nostalgias!!!!

un bso enorme

Johny Idea dijo...

¿A quién se le ocurre marcar la casilla esa de que si vas a atentar contra el presidente de los EE.UU?

Shepperdsen dijo...

Me ha encantado el post. Y si comparamos tus 9 meses en San Francisco con mis 6 en Toulouse, sacamos muchas similitudes, así que entiendo perfectamente lo que cuentas.

gaysinley dijo...

Que fantástico post, mi querido Sufur, me has traido tantos tantos recuerdos, tantos rincones recorridos y como a tí, yo por aquella época en la que estaba un tanto armarizado, no pude disfrutar del ambientazo al 100%. Pero aún así que gran ciudad, de hecho de la mitad oeste del pais que es lo que conozco (me tiré 3 meses rulando) es la que más me gustó con diferencia.

Me hace gracia lo de persona non grata (ellos se lo pierden), sinceramente no se me ha perdido nada allí, salí asqueao de este país. Sólamente me he jurado volver por conocer NY y en tal caso, que tampoco pierdo el culo volver a SF.

Te confieso que me bajé con el coche 5 veces seguidas la famosa Lombart street, en plan atracción de feria, vuelta a la manzana y Alberto cogiendo las curvas a toda ostia... jajaja... pa habernos matao. Es que esa era mi época más macarra!

Un besito. Alber

Sufur dijo...

Ay, sí, debería hacer algo con lo de los papeles... pero no os creáis que la Embajada lo pone fácil. De hecho, esa es la principal función de una Embajada: poner pegas a los extranjeros. Bajar a Madrid a hacer una entrevista con algún funcionario malhumorado es uno de mis propósitos para el año que viene.

Y no os preocupéis: mo maté ni secuestré a nadie. Hubo un problema de visados que fue culpa a partes iguales de mi supervisor allí, que no se enteraba de las cosas, y de un servidor, que dejó las cosas en manos del supervisor pensando que él sabría. Una larga historia, y poco agradable además.

Mi padre me dice que continúa teniendo sueños con su época de la mili. Creo que su Valladolid de los años 60 fue un poco como mi San Francisco del 2000, o viceversa. Supongo que todos tenemos una época similar en la que nos probamos a nosotros mismos en soledad. Aunque la mía no fue del todo exitosa, es algo memorable e irrepetible. Qué tiempos...

Peritoni dijo...

Nosotros estuvimos en septiembre y fue una maravilla.
Una pena que no acabaras de consumar, y no me refiero sólo al negro, que también, si no haber redondeado el viaje con un éxito académico, con un amigo australiano gay, una japonesa y dos gemelos de Nueva York (que vienen muy bien para viajar y demás).
Arregla los papeles que seguro que algún día podrás volver, y te aseguro que no te decepcionará: sigue todo igual de maravilloso como lo recuerdas.
Besus.

MM de planetamurciano.tk dijo...

¿ Pero como puede hablar de fracaso? Lo ke cuenta es precioso y al final , los recuerdos son la mejor victoria.
El señor masmi tb es nongrato allí por una multa de na. Pos sí ke se andan con chikitas...

QuijoteExiliado dijo...

Pues yo me voy de Congreso a San Francisco en Marzo y me quedo una semanita más de vacaciones asi q ya me he guardado tu post en favoritos para saber q hacer!!!
Q ganitas tengo!!!!

Sufur dijo...

Igual he sido un poco exagerado, señor Mm, con lo de fracaso. Ya me va conociendo y sabe cómo hablo. Da algo de pena saber que podría haber sacado más de la experiencia, pero sé que hay mucha gente que no ha podido tenerla siquiera. Me considero afortunado.

Quijote, si en una semana te cansas de la ciudad -que no creo- y te gusta la naturaleza, intenta hacer una excursión de un día a Muir Woods. Está no muy lejos de SF, al norte, pasando el Golden Gate, y se trata de un bosque impresionante. Los árboles más altos del mundo. Merece la pena...

Anónimo dijo...

Mi amor:

Recuperar el pasado en una ardua tarea y el único fruto posible es la obtención de algo que produzca una sensación análoga porque le pasado, lo que se dice recuperar, no se recupera jamás.

Bexxxos.


Roberto

gaysinley dijo...

Hola nene, se que a veces son odiosos, pero te he dejado un meme en mi blog, como menciona libro pensé que a lo mejor te hacía... ya sabes sin ningún compromiso a estas alturas...

Un besote

Thiago dijo...

Tu post destila nostalgia pero ni pizca de resentimiento. Al menos tu fuiest a Roma en viaje de fin de curso, que yo fui a Mallorca....

Ahora bien, la sensación de que siempre se pudo hacer otras cosas y aprovechar los días y las oportunidades no deja de perseguirno. La tengo yo con Madrid y eso que vivo aquí... Un negro con una polla supongo que asusta igual que un negro con una pistola... Y además seguro que es mas bello el recuerdo que te quedó que si te hubieras agachado. En fin, aunque no te sirviera para mucho si que te sirvió para este post, que como dice Feliciano Teixeiro (por cierto, no lo viste por allí?) "lo que no mata, inspira", jaaja

Bezos

BIRA dijo...

A veces idealizamos las cosas y fabricamos recuerdos a nuestro gusto. Puede que no aprovechases el tiempo todo lo debido, pero algo bueno te trajiste, cuando tantos años después recuerdas todos esos detalles y hablas de ellos con tanta pasión.

Lo de que eres persona non grata allí me ha dejado muerta, así que haz el favor y postea acerca de eso, con pelos y señales, que una es muy maruja y después no puedo dormir!

Kassandra Nasty dijo...

El pasado no está para que nos arrepintamos de él, sino para quedarnos con sus partes positivas y aprender de las negativas.

En experiencias de semejantes características es fácil "no sacar el máximo partido", pero, más que mortificarse por ello, la cuestión es aprender de ellas y aprovechar mejor las oportunidades futuras.

Vuelve. Arregla los papeles y vuelve cuando puedas. Estoy segura de que no te llevarás un chasco. Seguramente verás todo distinto a como lo recuerdas, un poco como cuando vuelves a aquel parque al que no habías ido desde que tenías 6 o 7 años, y lo recordabas todo enorme e inmenso y ahora lo ves todo más pequeño, pero la sensación de nostalgia y de familiaridad y el poder afianzar esos recuerdos y asegurarlos con una perspectiva distinta... Eso, como dicen en VISA, no tiene precio.

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