Naturalmente, todos habéis acertado. ¡Túnez! Enhorabuena a los premiados.
Este es un post sin fotos, sin orden y sin tema definido. Fotos llevo hechas unas ochocientas, en apenas dos días, pero por fortuna para vosotros aún no las he volcado al ordenador. En cuanto al orden, en este momento tengo mi cabeza como un zoco tunecino: posiblemente exista algún tipo de organización subyacente, pero desde luego yo soy incapaz de encontrarla. Precisamente por ese motivo no hay un único tema (salvo el viaje en sí), sino simplemente una colección de apuntes tenuemente hilvanados.
El congreso no empieza hasta mañana y llevo ya dos días deambulando entre mercadillos, mezquitas, casas encaladas y ruinas de siete civilizaciones diferentes. Estoy encantado.
Me gusta mucho hacer de turista, pero detesto parecerlo. Sobre todo en países donde lo habitual es acosar al viajero. Con mi estatura, mi escaso pelo rapado, mi piel pálida y mis ojos verdegrisazulados es evidente que no podría pasar por tunecino ni en el más tenebroso de los cuartos oscuros; de hecho, si llevara encima una camiseta de color naranja chillón que pusiera "por favor tímame" no atraería más moscones que ahora. Pero mi problema no se limita a casos tan claros como Túnez o la India: en cualquier parte soy el perfecto extranjero. Demasiado nórdico para los países mediterráneos, demasiado latino para los países del norte. En Italia me tomaban por alemán, en Grecia por holandés, en Méjico por gringo y en Finlandia por francés. El caso es no acertar, leñe.
Quien sí que me caló a la primera fue el Morisco de los Hoyuelos. Deambulaba yo por la medina sin rumbo fijo, dejándome llevar por mi cámara como si fuera la vara de un zahorí, cuando me topé con él: un tunecino joven de sonrisa deslumbrante y encantadores hoyuelos en las mejillas, guapo a rabiar. Directamente me preguntó: "¿eres español?", y yo, nada habituado a que me ubiquen a la primera, no pude resistirme a preguntarle cómo lo había adivinado. "Es fácil", me dijo, "estamos en el barrio morisco y los únicos extranjeros que suelen venir por aquí son españoles interesados por la historia". La verdad es que yo había llegado allí por pura casualidad, pero el chico estaba en lo cierto: estábamos en plena Rue des Andalous y a nuestro alrededor, efectivamente, no había ni un solo turista. En un español realmente bueno, me contó que se había licenciado en historia y que su trabajo de máster había sido sobre los moriscos en Túnez, y que su propia familia era de ascendencia morisca. Estuvimos hablando un buen rato sobre historia, me dió sus direcciones de Féisbuk y Blogspot, me chocó la mano, me dedicó una sonrisa de novecientos megavatios como mínimo y se despidió de mi afectuosamente. ¡Sin tratar de venderme nada! Creo que me he enamorado...
Lo de que no me quisiera vender nada es algo que se agradece. La sangre de los fenicios corre fuerte por las venas de esta gente. En dos días me han intentado vender, regatear, timar o directamente sablear más veces de las que puedo o quiero recordar. Los más fieros descendientes de la reina Dido se han reencarnado en una de las especies más mortíferas que existen en el ecosistema tunecio: los taxistas, siempre deseando recoger a los turistas para darles un paseo bien surtido de generosas circunvoluciones, con tarifas de auténtico escándalo. Conviene cambiar el chip y adaptarse a este tipo de situaciones, si se quiere disfrutar el viaje. A veces incluso uno se deja timar con cierta alegría, como el otro día en el museo del Bardo, que está de obras y tiene toda la colección interesante cerrada al público. Uno de los vigilantes me hizo un tour de tapadillo a través de unas cuantas cámaras precintadas a cambio de cinco dinares (al cambio, algo menos de tres euros) "para cigarrillos". O, por poner otro ejemplo, ayer en el museo de Cartago uno de los inevitables guías oficiosos se empeñó en explicarme a toda prisa toda la colección; la mezcla de francés, árabe, inglés, italiano y español con la que intentaba comunicarse conmigo me pareció tan divertida que le pagué su tabaco de buen grado.
Estoy durmiendo poquísimo. Padezco la enfermedad del Culo Inquieto, que se manifiesta especialmente cuando estoy en un destino nuevo. Da igual que el día anterior haya estado caminando catorce horas, a las seis de la mañana tengo los ojos más abiertos que un lémur adicto a la cafeína, deseando salir a la calle a ver cosas. Calculo que si tuviera tiempo y dinero suficientes como para pasarme tres meses viajando, acabaría convirtiéndome en esto.
Después de un invierno largo y frío que hemos tenido en Santander me estaba muriendo de ganas de algo de sol y de calor, de Mediterráneo turquesa bajo un cielo azul intenso y frente a fachadas blancas rodeadas de bungavillas y geranios, por ejemplo tomando un té de menta en una de las terrazas de Sidi Bou Said... por algún motivo estos días estoy escuchando muchas veces esta canción, que tiene algo definitivamente... azul cielo, no me preguntéis por qué.
Esta tarde nos movemos a Monastir, donde se celebra el congreso. Continuará...
El congreso no empieza hasta mañana y llevo ya dos días deambulando entre mercadillos, mezquitas, casas encaladas y ruinas de siete civilizaciones diferentes. Estoy encantado.
Me gusta mucho hacer de turista, pero detesto parecerlo. Sobre todo en países donde lo habitual es acosar al viajero. Con mi estatura, mi escaso pelo rapado, mi piel pálida y mis ojos verdegrisazulados es evidente que no podría pasar por tunecino ni en el más tenebroso de los cuartos oscuros; de hecho, si llevara encima una camiseta de color naranja chillón que pusiera "por favor tímame" no atraería más moscones que ahora. Pero mi problema no se limita a casos tan claros como Túnez o la India: en cualquier parte soy el perfecto extranjero. Demasiado nórdico para los países mediterráneos, demasiado latino para los países del norte. En Italia me tomaban por alemán, en Grecia por holandés, en Méjico por gringo y en Finlandia por francés. El caso es no acertar, leñe.
Quien sí que me caló a la primera fue el Morisco de los Hoyuelos. Deambulaba yo por la medina sin rumbo fijo, dejándome llevar por mi cámara como si fuera la vara de un zahorí, cuando me topé con él: un tunecino joven de sonrisa deslumbrante y encantadores hoyuelos en las mejillas, guapo a rabiar. Directamente me preguntó: "¿eres español?", y yo, nada habituado a que me ubiquen a la primera, no pude resistirme a preguntarle cómo lo había adivinado. "Es fácil", me dijo, "estamos en el barrio morisco y los únicos extranjeros que suelen venir por aquí son españoles interesados por la historia". La verdad es que yo había llegado allí por pura casualidad, pero el chico estaba en lo cierto: estábamos en plena Rue des Andalous y a nuestro alrededor, efectivamente, no había ni un solo turista. En un español realmente bueno, me contó que se había licenciado en historia y que su trabajo de máster había sido sobre los moriscos en Túnez, y que su propia familia era de ascendencia morisca. Estuvimos hablando un buen rato sobre historia, me dió sus direcciones de Féisbuk y Blogspot, me chocó la mano, me dedicó una sonrisa de novecientos megavatios como mínimo y se despidió de mi afectuosamente. ¡Sin tratar de venderme nada! Creo que me he enamorado...
Lo de que no me quisiera vender nada es algo que se agradece. La sangre de los fenicios corre fuerte por las venas de esta gente. En dos días me han intentado vender, regatear, timar o directamente sablear más veces de las que puedo o quiero recordar. Los más fieros descendientes de la reina Dido se han reencarnado en una de las especies más mortíferas que existen en el ecosistema tunecio: los taxistas, siempre deseando recoger a los turistas para darles un paseo bien surtido de generosas circunvoluciones, con tarifas de auténtico escándalo. Conviene cambiar el chip y adaptarse a este tipo de situaciones, si se quiere disfrutar el viaje. A veces incluso uno se deja timar con cierta alegría, como el otro día en el museo del Bardo, que está de obras y tiene toda la colección interesante cerrada al público. Uno de los vigilantes me hizo un tour de tapadillo a través de unas cuantas cámaras precintadas a cambio de cinco dinares (al cambio, algo menos de tres euros) "para cigarrillos". O, por poner otro ejemplo, ayer en el museo de Cartago uno de los inevitables guías oficiosos se empeñó en explicarme a toda prisa toda la colección; la mezcla de francés, árabe, inglés, italiano y español con la que intentaba comunicarse conmigo me pareció tan divertida que le pagué su tabaco de buen grado.
Estoy durmiendo poquísimo. Padezco la enfermedad del Culo Inquieto, que se manifiesta especialmente cuando estoy en un destino nuevo. Da igual que el día anterior haya estado caminando catorce horas, a las seis de la mañana tengo los ojos más abiertos que un lémur adicto a la cafeína, deseando salir a la calle a ver cosas. Calculo que si tuviera tiempo y dinero suficientes como para pasarme tres meses viajando, acabaría convirtiéndome en esto.
Después de un invierno largo y frío que hemos tenido en Santander me estaba muriendo de ganas de algo de sol y de calor, de Mediterráneo turquesa bajo un cielo azul intenso y frente a fachadas blancas rodeadas de bungavillas y geranios, por ejemplo tomando un té de menta en una de las terrazas de Sidi Bou Said... por algún motivo estos días estoy escuchando muchas veces esta canción, que tiene algo definitivamente... azul cielo, no me preguntéis por qué.
Esta tarde nos movemos a Monastir, donde se celebra el congreso. Continuará...
6 comentarios:
Me encantó la crónica.
Quiero más. (y con fotos)
¡Qué envidia!
jaja que bonito suena, cari, esos dos dias previos al congreso, deambulando, y ligando, pq no me digas que no hay algo que te callas, pq vamos a un tipo como ese no se le puede dejar escapar, jaaja
Bezos
Lo de los tunecinos pesados keriendo vender algo pasa en...Las zonas turísticas...A mí en el zoco de Túnez, enooooorme, no se me acercó ni un alma; en las medinas con tiendas pa turistas, sí. Espero ke los extranjeros ke van a la Alhambra o a sevilla no piensen ke todos los españoles somos unos pesaos vendiendo ramitas de romero.
Ah, ke a mí me pasa lo mismo; siempre me descubren como turista.
Vigila con los tunecinos que los hay de muy guapos!
Ayyyyy el Morisco:-). Los árabes en general, no...pero un árabe culto, buufff, son los más delicados...Preciosa la canción de "Coldplay", algo melancólica y "casual", pero muy bonita...
¿Sólo te dedicó una sonrisa? ¿Sólooo?:-), joooooo:-)
Besotes.
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