mayo 27, 2010

El penúltimo emperador

En el septimo año de su reinado, el emperador Zhengong recibió la visita de un afamado lama proviniente de la lejana provincia de Kham. El lama venía precedido de una gran reputación como maestro del vajrayāna y hombre santo, y el emperador deseaba pasar unas horas escuchando a solas las enseñanzas del iluminado. Decidió que el lugar idóneo para el encuentro sería el Pabellón de la Calma Meditativa, sobre la Isleta del Loto, en los jardines de su Ciudad Prohibida. Dio órdenes para que condujeran allí al maestro y, como se trataba de una hermosa tarde de primavera, se le ocurrió acudir al encuentro del santo dando un paseo a solas, bajo la calmada brisa perfumada por los árboles en flor.


El emperador salió del palacio. Los dragones del muro se enroscaban sobre sí mismos, dirigiendo al mornarca miradas llenas de astucia animal. El emperador tomó aquello como un buen presagio.


Girando hacia el norte, pasó junto al Pabellón de la Emperatriz, luego frente a la casa donde moraban las Favoritas de la corte, prosiguió hacia las Estancias de Las Ya No Tan Favoritas y acto seguido rodeó los Grandes Almacenes de Incontables Concubinas, con sus alegres tejados de colores vivos protegidos por figurillas de espíritus guardianes.


Poco a poco fue alejándose del centro de la Ciudad Prohibida. Giró a la derecha en el Templo de la Clarividencia Divina, atravesó los Pabellones de las Diez Mil Primaveras y de la Feliz Armonía y rodeó la estructura circular del Altar Celestial De Las Estrellas Siderales.



Detrás del Altar se encontraba un cerrado bosquecillo de palisandros sagrados. Un único y estrecho camino permitía el paso a través de la cuidada espesura. Pero el camino estaba ocupado por un anciano que escribía sobre la arena con un palo.


El emperador, respetuosamente, aguardaba a que el anciano terminara de practicar la caligrafía. Pasado un largo rato, el venerable abuelo dijo estas palabras:
El nombre que puede ser nombrado no es el verdadero Nombre. Las palabras y conceptos son insuficientes ante el Misterio Absoluto e Inefable.
A lo que el emperador respondió:
Un círculo no tiene bordes externos, sino que comienza en su propio final y acaba en su mismo principio. De esta forma sabemos que lo perecedero y lo eterno son sólo dos facetas de lo Inmanente.
Pese a esto, el anciano no se apartaba del camino. Pasaron siete veces siete primaveras, seguidas por otros tantos veranos, hasta que el Emperador rompió el silencio con un carraspeo.
Habéis de saber, anciano —dijo— que soy el Emperador del Reino Medio, y que a una sola palabra mía acudirán diez mil arqueros y cien mil lanceros a apartaros de mi camino.

Pues para ser Emperador —respondió el venerable—, tenéis un aliento espantoso.
Aquello era cierto, y el Emperador no pudo sino lamentarse por su desmesurada afición a los ajos crudos, tan poco confuciana. Armándose de panciencia, esperó hasta que el anciano terminó de escribir lo que resultó ser la Guía Telefónica de Shêngzu. Finalmente, la venerable antigualla se hizo a un lado.

El Emperador prosiguió su camino, saliendo del Bosque Sagrado y pasando al Pabellón del Silencio Acústico. Desde allí caminó hacia la Sala de la Perfecta Quietud, giró hacia el Belvedere de la Circunspección Intermitente y prosiguió por el Corredor de los Perífrasis Ejemplares. Tras él había unos parterres de flores y un pequeño puente sobre un riachuelo de frescura inmarcesible.


Detrás del puente el Emperador se encontró con tres doncellas. La primera de ellas había venido con el Viento del Este y tenía la belleza de una garza sobrevolando el espejo de las aguas del Yangtzé al amanecer; bailó para el Emperador, y en su danza le ofreció el don de la Sabiduría. La segunda doncella había venido con el Viento del Norte y era hermosa como la más pálida flor de hibisco que haya sido bendecida por el rocío en una mañana de mayo; cantó para el Emperador y en su canto le ofreció el don de la la Templanza. La tercera doncella había venido en el Metro, tenía un pelo estupendo y le ofreció al Emperador un Plan de Pensiones y un Seguro de Vida en Condiciones Inmejorables.


El sabio y prudente Emperador estaba convencido de que una de las doncellas era en realidad un demonio yaoguai revestido de carne humana, y por ello hizo degollar a las dos primeras muchachas. A la tercera, le contrató varias pólizas y le puso una peluquería cerca de la Gran Vía.

Era tarde. El Emperador se apresuró hacia el Templo de la Dorada Revelación No Programada, donde ofreció incienso y leyó un fragmento de las Analectas de Confucio. Luego pasó frente al Conservatorio de los Ecos Reverberantes. A la izquierda del Pabellón del Tránsito Intestinal Regular se encontró con las Veinte Salas Equivalentes, lo que le despistó un poco, ya que esperaba encontrar en su lugar el Aula de la Displicencia Ostentosa. Se detuvo un momento, dudando, y optó por continuar de frente. Anochecía.


El Emperador no recordaba bien esta parte de la Ciudad Prohibida. ¿No debería encontrarse el Estanque de los Reflejos Acrílicos detrás del Arboreto Insignificante? Y, desde allí, ¿tenía que seguir hacia el Almacén de las Divinas Prebendas o por el contrario desviarse hacia la Biblioteca de los Trescientos Mil Y Pico Pergaminos Ininteligibles? ¿Y desde cuándo tenían una Pagoda de la Gozosa Prejubilación?

A ver si iban a tener razón las malas lenguas que decían que la Ciudad Prohibida era un poco excesiva en su tamaño...


Nadie volvió a ver jamás al Emperador Zhengong, sobre cuyo espíritu se rumorea que aún vaga por la Ciudad Prohibida, buscando en vano el maldito pabellón de marras. De vez en cuando su fantasma adquiere consistencia ectoplásmica, se aparece a algún pobre mortal y le pregunta con voz cavernosa: "perdone, ¿sabe si voy bien hacia la Sala del Ocasional Regocijo?", o alguna tontería por el estilo. Y de esta forma llegó a su fin la Dinastía Ping, según narran los anales del Reino de Zhōngguó.

4 comentarios:

hm dijo...

Jajajaja, lo peor es que por el comienz pensé que era una leyenda real... jajajaja

Allau dijo...

Muy bueno. "Armándose de panciencia" (no puedes negar que eres físico).

MM de planetamurciano dijo...

Es un consuelo maravilloso ke por muy emperador ke sea uno, le huela el aliento...
Me lo he pasao pipa leyéndolo.

Leralion dijo...

Juas, yo también pensaba que era una leyenda real. Por cierto, el párrafo de las tres doncellas es glorioso.

LinkWithin

Blog Widget by LinkWithin

Adoradores