Segovia, la nueva meca gay

Paseando esta tarde por una Segovia primaveral me acordé de una ocurrencia que tuve otro sábado, hace algún tiempo: olvidémonos de San Francisco y de Berlín, de Mykonos y de Sitges, de Chueca y de Key West. La nueva meca gay mundial es Segovia.

Subía aquel día por la Calle Real, mirando distraídamente escaparates hasta que llegué al de la librería Cervantes; allí tuve que apartar la mirada. Se trata de la librería más rancia de toda Castilla, y eso es mucho decir: ni en el Vaticano he visto tal concentración de misales y vidas de santos, por no hablar de la sección moderna de obras de Jomeini Losantos, Pío Moa y demás ralea. A falta de escaparates, empecé a fijarme en la calle en sí y en los transeúntes. Hacía un tiempo estupendo y media ciudad estaba en la calle, pero no se notaba: por cada segoviano o segoviana en la Calle Real había tres turistos o turistas.

Como Pablo de Tarso -ese histérico tan divertido- camino de Damasco, tuve una revelación: qué cantidad de turistas de género masculino iban de dos en dos. ¡Montones! Hasta yo, que soy famoso en el mundo entero por mi gaydar -entiéndase, por mi total carencia del mismo-, noté algo raro.

Un rato más tarde lo comentaba en una cafetería con mi amigo Jose, cuyo gaydar está más desarrollado que el mío (normalmente, hasta un mejillón en salsa tiene el gaydar más afinado que yo). "¿Te has fijado cuantas parejitas de madrileños tenemos hoy en Segovia?", me dijo, "en cuanto empieza el buen tiempo es siempre así".

Me acordé de mis lejanísimos tiempos mozos. Cuando estaba en el instituto mis compañeros estaban siempre pendientes de la llegada de la primavera y, con ella, de los autobuses de excursiones que venían de Francia. Existía el mito de la francesa cachonda que venía dispuesta a ver el acueducto, comer cochinillo y tirarse a todo bicho viviente. Mis amigos salían "de francesas" y, me consta, a veces incluso conseguían verlas de lejos (pero nunca las tocaban, lo cual no impedía que año tras año siguieran albergando los mismos bonitos sueños húmedos). ¿Serían las visitas domingueras de parejas gays madrileñas el nuevo mito erótico de las juventudes segovianas, o al menos de una selecta parte de las mismas? ¿Sería ese el futuro de la industria turística de la ciudad del acueducto?

Y justo mientras estaba sumido en esos pensamientos llegó a la cafetería una pareja: él un gafapasta de mediana edad, y él un sudamericano bastante guapo. Se sentaron a nuestro lado. Les miré. Me miraron. El sudamericano me sonrió. Suspiré aliviado: tengo un gaydar de mierda, sí, pero no tanto.