septiembre 02, 2010

Segovia blues

RETRASO DE LA ENTRADA: 16 días

Fue una visita a Segovia un tanto mustia. El osezno no vino, Vich no estaba; Edv sólo apareció un día para entregar a los amigos que le faltaban las invitaciones para su boda, y aunque durante la cena y las copas que vinieron después lo pasamos bien, la velada estuvo impregnada de una melancolía y un sabor a infancia perdida que me dejaron a merced de ataques de tristeza imprevistos durante toda la semana. Intenté contactar repetidas veces con S., pero siempre tenía el teléfono apagado o fuera de cobertura. Si no fuera porque sé que ese es su estado habitual, me habría preocupado seriamente.


Me páse la semana agobiado por el estado de salud de mi Madre y, en menor medida, por la mía propia: la hipocondria y la preocupación genuina por los demás no son necesariamente contradictorias. Una noche me desperté en mitad de una pesadilla en el que un terremoto derrumbaba la casa de mi familia. No pude volver a dormir en toda la noche.


Retomé la costumbre de salir a pasear y llevarme un libro para leerlo en alguna terraza. He alcanzado un estado curioso en el que por alguna razón me resulta más fácil concentrarme para leer sentado en una mesa apartada de un bar que en mi propia casa. Sigo buscando, sin terminar de decidirme, la terraza perfecta. La de la cafetería La Colonial de la Calle Real tiene la ventaja de ofrecer una buena variedad de cafés, pero el servicio es espantoso. Las ventanas que dan a San Millán desde el bar el Desván son ideales para calentarse en invierno, pero en verano se pasa demasiado calor. La Zarzamora ha cambiado una vez de manos y no me he sentido cómodo. La terraza del restaurante Aqqueducto es demasiado fría y los precios son un atraco a mano armada. Pero he descubierto que las terrazas de los bares de la plaza de Medina del Campo, entre el torreón de Lozoya y la iglesia de San Martín, son bastante tranquilas pese a su céntrica posición. Y la vista al atardecer corta la respiración.


El aire olía a fin de verano y las noches eran frías; no podía quitarme de encima la sensación de estar al final de algo: de una estación, de una época, de una vida. No lo sé. Cumplí treinta y seis años y me sentí como si tuviera sesenta y tres. Y por un día no llegué a fotografiar esa conjunción que sólo se da dos veces al año y hace que el Sol se ponga exactamente detrás de la Catedral, visto desde casa de mis padres. Tal vez el próximo año...






7 comentarios:

starfighter dijo...

Jo, parece que te hubiese llegado la melancolía otoñal. Tan pronto. Espero que con los viajes se haya ido, o cuanto menos aletargado hasta su temporada. Besos ;)

hm dijo...

Jajajaja, estás como Camilo Sesto (8) Melancolííííía (8)

peritoni dijo...

Noto una cierta melancolía otoñal... si estuvieras con nuestros más de 30º no te pasaría.jijijiji

Eleuterio dijo...

Uf, el verano ya ha terminado aquí. Si quieres ambiente melancólico de primera categoría vente para Tréveris.

rickisimus2 dijo...

Por cierto, precioso el último párrafo.

Deric dijo...

una vez estuve en Segovia...

Thiago dijo...

Siento la preocupaciòn por la salued de tu madre y, ya puestos, tu hipocondría propia, pero creo que una semana en Segovia, aunque sea aburrida es una maravilla. No deja de sorprenderme su belleza un poco pueblerina, pero tan sólida y equilibrada. Me encanta. El sol tras la catedral es una maravilla no me extraña que haya todavía una secta por ahí que adora al sol como el auténtico dios.

bezos

LinkWithin

Blog Widget by LinkWithin

Adoradores