Estás sentado a dos mesas de distancia de mí, charlando animadamente con una compañera de trabajo, y yo me pregunto por qué motivo, entre las trescientas personas que ocupan el comedor en estos momentos, tú eres el único al que no puedo quitar ojo ni un momento.
Está claro que eres guapo, pero en esta sala los hay mucho más guapos que tú. Llevas puesto un polo oscuro que hace que se te marquen bien los brazos y que resalta la forma de tus hombros, abierto lo justito por delante como para insinuar un pecho que parece ser cálido, velludo, masculino; sin embargo no tienes el cuerpazo que tienen otros italianos a tu alrededor. No, lo que me atrae de tí no es tu físico, sino algo más difícil de precisar. Tienes una especie de aura a tu alrededor que te convierte en un imán del que no puedo despegar la vista.
Es como si te proyectaras en todas las direcciones. Sonríes a la chica que tienes delante, bromeas y mueves tus manos con esa expresividad tan típica de los italianos, ocupando todo el espacio a tu alrededor, sin agresividad ninguna. Se te ve relajado, confiado, abierto. Seguro de tí mismo. Irradiando calor en este día gélido de diciembre.
No puedo evitar compararme contigo. Mientras tú estás prácticamente desparramado sobre la mesa, distendido, yo estoy encogido sobre mi plato, tenso, cabizbajo, inquieto, con las piernas dobladas y los brazos retorcidos en posición defensiva, como esperando un ataque inminente. Yo me siento vagamente enfermo, me duele el cuerpo y tirito de frío bajo mis capas de ropa mientras tú andas en manga corta como si fuera una mañana de junio. Seguro que a tí nunca te duele nada. Tú miras a tu alrededor con curiosidad y yo lo hago con miedo. Me pregunto qué pensaría un tercer observador que leyera nuestros lenguajes corporales: tal vez que tu cuerpo habla un rico y colorido italiano meridional mientras que el mío farfulla frases cortas y secas en algún oscuro dialecto de la tundra rusa. Qué distintos somos tú y yo, y cómo me duele observarte siendo consciente de esta diferencia.
He decidido que es esa forma tuya de estar y de moverte lo que me atrae de tí, lo que despierta mi deseo. Porque deseo es lo que siento. No el deseo de estar junto a tí –a tu lado yo ardería como una polilla volando demasiado cerca de una antorcha– ni tampoco el de poseerte –yo no sabría qué hacer con un hombre como tú–, sino el de ser tú: el de saber qué se siente estando bajo esa piel en la que tan cómodo pareces estar.
Está claro que eres guapo, pero en esta sala los hay mucho más guapos que tú. Llevas puesto un polo oscuro que hace que se te marquen bien los brazos y que resalta la forma de tus hombros, abierto lo justito por delante como para insinuar un pecho que parece ser cálido, velludo, masculino; sin embargo no tienes el cuerpazo que tienen otros italianos a tu alrededor. No, lo que me atrae de tí no es tu físico, sino algo más difícil de precisar. Tienes una especie de aura a tu alrededor que te convierte en un imán del que no puedo despegar la vista.
Es como si te proyectaras en todas las direcciones. Sonríes a la chica que tienes delante, bromeas y mueves tus manos con esa expresividad tan típica de los italianos, ocupando todo el espacio a tu alrededor, sin agresividad ninguna. Se te ve relajado, confiado, abierto. Seguro de tí mismo. Irradiando calor en este día gélido de diciembre.
No puedo evitar compararme contigo. Mientras tú estás prácticamente desparramado sobre la mesa, distendido, yo estoy encogido sobre mi plato, tenso, cabizbajo, inquieto, con las piernas dobladas y los brazos retorcidos en posición defensiva, como esperando un ataque inminente. Yo me siento vagamente enfermo, me duele el cuerpo y tirito de frío bajo mis capas de ropa mientras tú andas en manga corta como si fuera una mañana de junio. Seguro que a tí nunca te duele nada. Tú miras a tu alrededor con curiosidad y yo lo hago con miedo. Me pregunto qué pensaría un tercer observador que leyera nuestros lenguajes corporales: tal vez que tu cuerpo habla un rico y colorido italiano meridional mientras que el mío farfulla frases cortas y secas en algún oscuro dialecto de la tundra rusa. Qué distintos somos tú y yo, y cómo me duele observarte siendo consciente de esta diferencia.
He decidido que es esa forma tuya de estar y de moverte lo que me atrae de tí, lo que despierta mi deseo. Porque deseo es lo que siento. No el deseo de estar junto a tí –a tu lado yo ardería como una polilla volando demasiado cerca de una antorcha– ni tampoco el de poseerte –yo no sabría qué hacer con un hombre como tú–, sino el de ser tú: el de saber qué se siente estando bajo esa piel en la que tan cómodo pareces estar.
10 comentarios:
Te veo otra vez poeta, pero con poemas tristes.
Quienes te quieren lo hacen por cómo eres tú y no quieren que cambies.
Dios mío, quién es ese hombre, que te hace sentir mujer, del partido popular:-)
Anda, cómete la sopa:-).
Besotes.
Cuando alguna vez me pasa eso, siempre pienso que también se despiertan por la mañana legañosos y el aura apagado ;)
Ay, Sufur, no sabes cómo te entiendo...
muchas veces me he sentido atraído por alguien sin saber muy bien porqué pero, al igual que tu, no siempre es por atracción física sino por ser como él.
Si algo he aprendido es que, efectivamente, las apariencias engañan (si bien no siempre, sí muy a menudo). Especialmente en lo que se refiere a personas y personalidades.
Cierto es que de cuando en cuando te encuentras con una de esas raras avis que despiden una sensación de seguridad que resulta ser fruto de una autoconfianza real y sana, pero normalmente es o bien todo fachada, o bien un ego hipertrófico, posiblemente fruto de un problema psicológico más profundo.
Sólo te hace falta ver cinco minutos de “Mujeres y Hombres y Viceversa” y verás a qué me refiero :o)
Desengañese;debajo de esa piel, los huernos, la carne y la sangre son exactamente los mismos.
Los tímidos, que somos algo retraídos, que nos da un poco de miedo el mundo por sentirnos algo insignificantes con él... tendemos a querer ser como otros más valientes y con corazones más <> pero se nos olvidan otras cosas que quizá sean de mayor importancia o que, al menos, a mí me quitan la tristeza un tanto. Es decir, que seremos retraidos y algo toscos, pero tenemos otras cualidades que esos <> no tienen. Quizá sea una inteligencia especialmente aguda... o quizá una percepción del mundo brillante. En cada uno depende.
Yo tiendo ahora a ver a esos leones muy bonitos pero huecos y muy ornamentales, como si fueran de cerámica cara.
oh, entre los simbolos <> me ha omitido la palabra león o leones. Que queria poner entre comillas
Qué bien descrito está, cómo me ha enternecido.. ¡se ve que te pones las pilas en Italia!
Pero, ¿sabes qué te digo? Seguramente otra persona que estaba en el bar, se fijaba en ti más que en él.. y también sentía que no estaba a tu altura.. nunca sabrás lo atractiva que puede ser tu propia idiosincrasia para los demás, tu introversión que tí juzgas enfermiza y otros pueden ver irresistible..
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