febrero 27, 2011

Cavernícolas

Hace algún tiempo, cuando estudiaba en la Complutense, tenía como uno de mis pasatiempos favoritos el de hacer rabiar a mis amigos arquitectos diciéndoles que el ser humano apenas había evolucionado en los últimos quinientos mil años y que, por muchas veleidades artísticas que les enseñaran en la carrera, en el fondo su profesión seguía siendo acondicionar cavernas. Qué risa verles poner los ojos en blanco, rechinar los dientes y oirles decir que ellos no, que ellos iban a crear obras de arte imperecederas... sobre todo teniendo en cuenta que todos, sin excepción, acabarían dibujando adosados para urbanizaciones de la época del pelotazo inmobiliario. ¿Qué será de ellos ahora?

Sigo pensando lo mismo: seguimos siendo igualitos al homo erectus, solo que con menos pelo. Para constatarlo solamente basta con pasarse por mi gimnasio una tarde de sábado o con escuchar a ciertos tertulianos de este país. Nuestros antepasados se buscaban una buena caverna en las afueras (por aquel entonces, todo era afueras), preferiblemente sin bicho dentro, y en cuanto la encontraban se encerraban dentro y lo llenaban todo de bisontes pintados y de pieles de oso en lo que pasaban el invierno tan ricamente.


Nosotros, por contra, nos construimos cavernas cuadradas, preferiblemente en las afueras, y las llenamos de pantallas de plasma, alfombras compradas en el IKEA y otros detalles de una horterez incalculable. La única diferencia es que antes había que preocuparse de los tigres dientes de sable mientras que ahora tenemos la amenaza, mucho más aterradora, de las hipotecas.

En serio que no hemos cambiado tanto.



Pensaba todo esto anoche cuando me metía en la cama. Afuera caía una lluvia helada y el viento aullaba sobre los tejados mientras que yo, en mi cueva calentita y con la panza llena tras una estupenda cena que me había preparado el osezno, me acurrucaba sobre un colchón mullido y me dejaba acunar por el ronroneo de los gatos hasta dormirme. Algo parecido debían pensar los neanderthales cuando nevaba en la estepa y ellos se metían entre las pieles para dormir en el resguardo de su cueva.

Nada como vivir en el borrascoso Norte para apreciar el tremendo lujo que es tener una cuevecita caliente y seca donde refugiarse a la noche mientras afuera cae la de Dios.

En esto consisten los dos mayores logros de nuestra civilización: haber dominado el fuego y saber fabricar paredes sólidas de ladrillo que alberguen espacios que llamamos hogar y en los que podamos sentir una (falsa, pero reconfortante) sensación de seguridad al caer la noche.

Cavernícolas, sí. Tampoco tiene nada de malo.








5 comentarios:

Justo dijo...

Como se nota que estás cerca de Altamira, jaja... me ha encantado ese reposar con el osezno y el ronroneo de los gatos, la tormenta atronando en el exterior..

..un abrazo de tu medio colega -porque también soy de la Complu-

rickisimus2 dijo...

Pues sí, no dejamos de ser primates un poco más evolucionados, pero con muchísimos rasgos primitivos.

Por cierto, me encanta la gente de tu gimnasio. ;)

MM de planetamurciano dijo...

Yo cuando pienso en cavernas, me acuerdo de Intereconomía y como ke se me pone muy mal cuerpo. Escuchándolos uno siente ke, efectivamente, no hemos evolucionado nada.

Eleuterio dijo...

Si el señor de la última foto me quiere invitar a su caverna no creo que sea capaz de oponer mucha resistencia.

Y en Trier el clima es peor en invierno aunque menos marítimo.

Y a algunos arquitectos habría que colgarlos de la nariz cuando se ven sus "obras".

hm dijo...

No puedo evitar contar el chiste clásico (entre ingenieros, claro) de "¿En qué se diferencia un arquitecto de un ingeniero?... en que el ingeniero construye armas... y el arquitecto blancos"... es muy malo, pero no me he podido resistir leyendo lo de los arquitectos...

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