La ONU ha autorizado atacar a Gadafi, por fin. Y aunque la experiencia demuestra que las zonas de exclusión aérea no detienen los ataques contra civiles indefensos, por lo menos es posible que payaso sanguinario y adicto al bótox, al que nosotros mismos hemos mimado y armado, empiece a darse cuenta de que le va llegando su San Martín.
Es algo personal. Sin ser libio ni conocer a ningún libio, detesto de una forma especial a Gadafi, con todas mis fuerzas, desde hace muchos años: veinticinco, concretamente.
Corrían los años 80. Era la época de los atentados patrocinados por Libia: el de Berlín, el de Lockerbie, el del vuelo 772. Reagan (a quien también odié con toda mi alma) no se andaba con chiquitas y bombardeó Trípoli. Durante meses las noticias no paraban de hablar del incremento de fuerzas de la OTAN en el Mediterráneo y se decía que los misiles libios podían alcanzar sin problemas Italia, España y buena parte del resto de países del Mediterráneo. Por un tiempo, parecía que podría estallar una guerra en el patio de al lado.
A todo esto, yo tenía unos doce años y me leía todos los periódicos y me tragaba todos los noticieros. Estaba tan preocupado por la guerra inminente que empecé a tener pesadillas, a pasarme las noches pensando en bombardeos y a martirizar a todos mis allegados con mis preocupaciones geoestratégicas. Mis padres, a pesar de venir de una cultura de solidez castellana que no cree en terapeutas, no sabían qué hacer conmigo y acabaron llevándome a un psicólogo. Quien, evidentemente, tampoco supo qué hacer conmigo.
Y qué cojones hacía un niño de doce años chapándose los extractos de Washington Post en vez de ver las tortugas ninja como todo el mundo de su edad, os preguntaréis.
Excelente pregunta.
La peor combinación que puede darse en una persona es la de estar informado y ser cobarde a la vez.
Están los informados valientes: personas inquisitivas y con una mente ágil que saben en qué mundo viven y que, por fortuna o por un esmerado trabajo de formación personal, se enfrentan a ese mundo con ecuanimidad, sopesando acertadamente el balance ganancia/riesgo de sus acciones, de una forma informada, pragmática y racional. No se pre-ocupan por futuribles, sino que se ocupan de los los problemas cuando éstos surgen, dentro de sus posibilidades reales. En mi opinión, estas personas son los auténticos Príncipes de la Creación. Un ejemplo lo tengo en mi compañero, y sin embargo amigo, P.
Están los inconscientes valientes: gente que vive la vida sin dedicarle un minuto de su tiempo, al menos aparentemente, a pensar en nada que no sea lo que tienen delante de sus narices. Nivel de información: cero. Nivel de introspección: cero. Nivel de preocupación: cero. Estrictamente hablando, se diferencian de los monos bonobos únicamente en que poseen carnet de identidad. Sin embargo, carecen de todo tipo de tensión interna y, mientras permanecen vivos, son los seres más libres y felices del planeta. Tengo el ejemplo de un conocido que jamás en su vida se ha dignado a ponerse el cinturón de seguridad al volante (a pesar de que ya va por la tercera vez que le quitan el permiso de conducir), no conoce el significado de la palabra condón (a pesar de haber follado con media España y parte del extranjero), se alimenta básicamente a base de tocino (si bien es cierto que quema el exceso de grasas a base de practicar el sexo) y que se gasta exactamente el 110% de su sueldo todos los meses en idioteces. Funcionando como funciona este mundo absurdo, es posible que nos entierre a todos.
Están los inconscientes cobardes: gente que se asusta de todo, y que para no asustarse más prefiere no saber. Nada sorprendentemente, resultan ser la mayor parte de la población. Todos conocemos más de un ejemplo.
Y por último, estamos los peores: los informados cobardes. Intentamos ser como los informados valientes, pero un número apreciable de nuestras sinapsis sobrerreaccionan provocando unas respuestas de miedo desproporcionadas. Enter the neurosis. Y una vez que abandonamos la bendita ignorancia, ya no hay vuelta atrás: el conocimiento de las mil formas que tiene el Universo de matarte, o lesionarte gravemente, no se pierde (a menos que reciba uno un fuerte golpe en la cabeza, o tal vez una buena lobotomía). La inteligencia y los conocimientos se ven subvertidos: sirven para detectar las amenazas, pero no para filtrar las que son plausibles de las que no. Es algo sorprendente: la inteligencia te sirve para dejar de preocuparte de tonterías como el horóscopo y el mal de ojo, pero te lleva a preocuparte por estupideces como el virus del ébola o la inestabilidad del (des)gobierno belga. De lo que se deriva una angustia vital del tamaño de una piscina olímpica.
En resumen: cuando tenía doce años, me quitaban el sueño Gadafi, los huracanes, la inestabilidad política propia de la Transición, el inevitable agotamiento de los combustibles fósiles, la Guerra Fría, Chernóbil, el conflicto de las Malvinas, la guerra Irán-Irak y la reconversión industrial. Ahora, que tengo tres veces esa edad, ha dejado de preocuparme lo de las Malvinas, pero en el ínterin he recabado muchos otros datos preocupantes que me han llevado a diversificar mis neurosis de una forma tremendamente vistosa.
Y por tanto, aunque solo sea por la satisfacción de ver arder (literalmente, si es posible) a uno de mis fantasmas, estoy deseando que caiga Gadafi de una puta vez. Lo repito: es algo personal.
Es algo personal. Sin ser libio ni conocer a ningún libio, detesto de una forma especial a Gadafi, con todas mis fuerzas, desde hace muchos años: veinticinco, concretamente.
Corrían los años 80. Era la época de los atentados patrocinados por Libia: el de Berlín, el de Lockerbie, el del vuelo 772. Reagan (a quien también odié con toda mi alma) no se andaba con chiquitas y bombardeó Trípoli. Durante meses las noticias no paraban de hablar del incremento de fuerzas de la OTAN en el Mediterráneo y se decía que los misiles libios podían alcanzar sin problemas Italia, España y buena parte del resto de países del Mediterráneo. Por un tiempo, parecía que podría estallar una guerra en el patio de al lado.
A todo esto, yo tenía unos doce años y me leía todos los periódicos y me tragaba todos los noticieros. Estaba tan preocupado por la guerra inminente que empecé a tener pesadillas, a pasarme las noches pensando en bombardeos y a martirizar a todos mis allegados con mis preocupaciones geoestratégicas. Mis padres, a pesar de venir de una cultura de solidez castellana que no cree en terapeutas, no sabían qué hacer conmigo y acabaron llevándome a un psicólogo. Quien, evidentemente, tampoco supo qué hacer conmigo.
Y qué cojones hacía un niño de doce años chapándose los extractos de Washington Post en vez de ver las tortugas ninja como todo el mundo de su edad, os preguntaréis.
Excelente pregunta.
La peor combinación que puede darse en una persona es la de estar informado y ser cobarde a la vez.
Están los informados valientes: personas inquisitivas y con una mente ágil que saben en qué mundo viven y que, por fortuna o por un esmerado trabajo de formación personal, se enfrentan a ese mundo con ecuanimidad, sopesando acertadamente el balance ganancia/riesgo de sus acciones, de una forma informada, pragmática y racional. No se pre-ocupan por futuribles, sino que se ocupan de los los problemas cuando éstos surgen, dentro de sus posibilidades reales. En mi opinión, estas personas son los auténticos Príncipes de la Creación. Un ejemplo lo tengo en mi compañero, y sin embargo amigo, P.
Están los inconscientes valientes: gente que vive la vida sin dedicarle un minuto de su tiempo, al menos aparentemente, a pensar en nada que no sea lo que tienen delante de sus narices. Nivel de información: cero. Nivel de introspección: cero. Nivel de preocupación: cero. Estrictamente hablando, se diferencian de los monos bonobos únicamente en que poseen carnet de identidad. Sin embargo, carecen de todo tipo de tensión interna y, mientras permanecen vivos, son los seres más libres y felices del planeta. Tengo el ejemplo de un conocido que jamás en su vida se ha dignado a ponerse el cinturón de seguridad al volante (a pesar de que ya va por la tercera vez que le quitan el permiso de conducir), no conoce el significado de la palabra condón (a pesar de haber follado con media España y parte del extranjero), se alimenta básicamente a base de tocino (si bien es cierto que quema el exceso de grasas a base de practicar el sexo) y que se gasta exactamente el 110% de su sueldo todos los meses en idioteces. Funcionando como funciona este mundo absurdo, es posible que nos entierre a todos.
Están los inconscientes cobardes: gente que se asusta de todo, y que para no asustarse más prefiere no saber. Nada sorprendentemente, resultan ser la mayor parte de la población. Todos conocemos más de un ejemplo.
Y por último, estamos los peores: los informados cobardes. Intentamos ser como los informados valientes, pero un número apreciable de nuestras sinapsis sobrerreaccionan provocando unas respuestas de miedo desproporcionadas. Enter the neurosis. Y una vez que abandonamos la bendita ignorancia, ya no hay vuelta atrás: el conocimiento de las mil formas que tiene el Universo de matarte, o lesionarte gravemente, no se pierde (a menos que reciba uno un fuerte golpe en la cabeza, o tal vez una buena lobotomía). La inteligencia y los conocimientos se ven subvertidos: sirven para detectar las amenazas, pero no para filtrar las que son plausibles de las que no. Es algo sorprendente: la inteligencia te sirve para dejar de preocuparte de tonterías como el horóscopo y el mal de ojo, pero te lleva a preocuparte por estupideces como el virus del ébola o la inestabilidad del (des)gobierno belga. De lo que se deriva una angustia vital del tamaño de una piscina olímpica.
En resumen: cuando tenía doce años, me quitaban el sueño Gadafi, los huracanes, la inestabilidad política propia de la Transición, el inevitable agotamiento de los combustibles fósiles, la Guerra Fría, Chernóbil, el conflicto de las Malvinas, la guerra Irán-Irak y la reconversión industrial. Ahora, que tengo tres veces esa edad, ha dejado de preocuparme lo de las Malvinas, pero en el ínterin he recabado muchos otros datos preocupantes que me han llevado a diversificar mis neurosis de una forma tremendamente vistosa.
Y por tanto, aunque solo sea por la satisfacción de ver arder (literalmente, si es posible) a uno de mis fantasmas, estoy deseando que caiga Gadafi de una puta vez. Lo repito: es algo personal.
3 comentarios:
Uf, yo entreno para ser como tu amigo P. pero me sale, más bien , ser como tú.
Destino, que le dicen.
Pero tienes razón: ciertas teorías económicas (las que planteó el FMI en los años 80 para Argentina, por ejemplo) son tan irreales como los horòscopos. Así, en relación a muchas percepciones de la realidad.
Ainsss como me reconozco en el último apartado. Y mira que lo intento, que todo te de igual en plan "ande yo caliente..." pero como que no. En el fondo me gusta pensar que n soy un pesimista sino un optimista informado seguidor de la ley de Murphy: si puede ir mal seguro que irá.
Y también me gustaría que Gadafi y sus cachorros se larguen de una vez. Ya hay de sobra de esos.
Yo creo que también soy de tu grupo, informado cobardica, pero me ha dado por otra neurosis: que es medir microsieverts en los chinos y en el súper, a ver si la pizza Buittoni tiene radiaciones:-).
Me llama la atención que Alemania se haya abstenido en el Consejo de Seguridad, y que su ministro de Exteriores haya declarado que pasan de guerras...Tal vez tienen una amplia experiencia pasada, y como que no se mojan...
Hombre que Gadaffi es un "finstro" no cabe la menor duda (se ha comparado con Franco, en unas recientes declaraciones)...Estaría bien que lo quitaran...pero aquí entra en juego el informado desconfiado que todos llevamos dentro:
El caso es que quieren poner a "los rebeldes"...(Bueno, eso dicen...pero quieren poner a un señor "controlado" que asegure el petróleo para los próximos años, nada mas)...¿Sabes tú quiénes son los rebeldes y quién es su líder? Yo mucha idea no tengo, pero...¿Y si el líder de "los rebeldes" que se instala en el poder, es el hijo pequeño de Gadaffi que ha desertado, o un primo suyo disfrazado de Madonna? ...Yo tampoco lo sé...
¿Y si vemos un nuevo líder rebelde ascendiendo, también con bótox y ácido hialurónico, tipo Nicole Kidman, pero de negros cabellos? Miedo me da:-)
Besotes.
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