julio 28, 2011

Misterio y Forraje

El camarero que me sirve los desayunos es italiano, se llama igual que yo y lleva tatuado el nombre de otro hombre en el brazo. Siempre me sonríe con nerviosismo cuando le miro con cara de querer untar sus nalgas con yogur búlgaro para lamerlo después, y entonces sus nervios se me contagian y acabamos los dos azoradísimos y mirando al suelo, y todo se vuelve absurdo, muy de tebeo de Esther y su mundo, y ambos decimos cosas de tipo: jijijí e incluso, a veces, jujujú.

Pero eso no explica lo mío con el porridge.




Pues todos los días miro la carta de desayunos y, sin motivo aparente, me siento terriblemente tentado de pedir un buen bol de porridge, y eso no tiene ningún sentido porque yo el porridge ya lo he probado varias veces, llegando a la conclusión de que no me gusta nada de nada. Es más: lo detesto.

¿Por qué entonces tengo que luchar cada mañana con mi oscuro deseo de porridge? ¿Inglaterra me estará afectando más de lo que pensaba? ¿Estoy perdiendo mi identidad? Tengo miedo, mucho miedo...





2 comentarios:

Nils dijo...

pues para eso, desayunas alubias con bacon jajaja

starfighter dijo...

Indudablemente te lee el pensamiento y no sabe cómo decirte que tiene la nevera de su casa llena de yogurt búlgaro. A ver si este finde alguien lee los míos y me invita a algo. Esos desayunos continentales...

Palabro de verficación: untsatty (hasta blogger...)

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