El tren va dejando atrás los campos y las casitas de Cambridgeshire; se trata de mi último trayecto de tren entre mi lugar de trabajo y mi casa. En inglés, my last commute.
Tal vez debería dedicar estos últimos cuarenta y cinco minutos a hacer lo mismo que he hecho cada día laboral durante estos últimos cuatro meses: dedicarme a leer y a mirar el paisaje. He disfrutado la vida del commuter. Es cierto que dedicar cada día a andar veinte minutos de casa a la estación más cuarenta y cinco minutos de tren más otros veinte minutos de bicicleta de la estación al trabajo, dos veces al día, es mucho tiempo: calculo que he dedicado a esta actividad un total de 170 horas a lo largo de los últimos cuatro meses, es decir, prácticamente una semana entera en mi vida en desplazamientos. Pero eso no es nada comparado con lo que tienen que hacer muchos en ciudades como Barcelona o Madrid, y además he estado encantado de poder disponer de todo ese tiempo para mí mismo.
Me sorprende lo poco triste que estoy. Uno de mis defectos de personalidad es mi carácter melancólico que me lleva a parecer un alma en pena cada vez que cierro un capítulo de mi vida. Lo habitual en mí en un caso como este sería estar hundido pensando en qué breves son las cosas buenas, qué pena que se haya acabado y qué poco he aprovechado la oportunidad cuando la he tenido. Ojo, que solo estoy diciendo que esto sería lo normal para mí, no que sea algo bueno. Afortunadamente estoy en un estado anormal de conciencia. Sí: me da penilla que se me acabe la beca, pero pesan más lo contento que estoy por cómo se han desarrollado estos meses y la cantidad de buenos recuerdos y experiencias que me llevo conmigo.
Porque esta vez no puedo decir que no haya aprovechado.
Vaya si lo he hecho.
Han sido cuatro meses redondos: los tres meses que he compartido con el osezno y también el mes que he estado solo. Laboralmente la cosa ha ido bien, con dos artículos como primer autor en capilla más otro que tardará aún un tiempo en estar preparado, y otras cosillas más. Pero personalmente ha sido aún mejor.
He experimentado Londres a fondo. He recorrido todas las calles, mercados, museos, restaurantes, bares, pubs, clubs, parques, actuaciones, exposiciones, teatros, conciertos, festivales, fiestas y eventos que he podido. Cierto que no he hecho más que empezar a arañar la superficie de todo lo que Londres puede ofrecer, pero ¿quién puede abarcar una ciudad así?
He tenido la casa llena de amigos. ¡Yo, que como buen castellano siempre he sido enemigo feroz del turismo de gorroneo! Y lo he disfrutado de veras. Mi visitante más joven sólo lleva cinco meses en el vientre de su madre; mi visitante más viejo va a cumplir 63 años. Cada uno de ellos he hecho cosas interesantes y diferentes, y todos me han aportado algo único y valioso.
He conocido gente nueva, y hasta es posible que algunas de las amistades que he hecho este verano se prolongue en el tiempo. Cosas más raras se han visto.
He descubierto cosas nuevas del osezno, que me gustan, y mi relación con él se ha enriquecido de formas que no esperaba. Al osezno le sienta bien salir de Santander: es como si fuera del nido floreciera y se hiciera más una persona más real, más compleja, más tridimensional... habrá que salir más a menudo.
He continuado mi guerra particular contra mis demonios interiores. Por supuesto que no he vencido, pero al menos he logrado que no me impidan hacer lo que me he propuesto. Noto pequeños cambios en mi paisaje interno, tal vez incluso mejoras. Veremos si se confirman y a dónde conducen. También a mi me sienta bien salir de Santander...
He tirado la casa por la ventana. Durante esta estancia me he gastado toda mi beca, todo mi sueldo y todos mis ahorros, hasta el último penique. Me quedo a cero. Sé que suena frívolo y que es injusto con quienes sufren lo que no está escrito para llegar a fin de mes, sobre todo en estos tiempos que corren, pero desde el principio me propuse que no iba a privarme de nada: ni de tener un apartamento espectacular (¡sin un solo centímetro cuadrado de moqueta!) en una ciudad de cuchitriles, ni de entradas en primera fila para mi musical favorito, ni de todos los gintonics que aguantase mi hígado, ni de cenas especiales ni de los viajes que me apetecieran. Como si no hubiera mañana. Esta era una ocasión de las de sólo una vez en la vida.
He salido todas las noches, aunque solo fuera un ratito. He dormido poquísimo. Me he atrevido a montar en bicicleta entre el tráfico de Londres. He engordado cinco kilos a base de salchichas de Cumberland, scones con clotted cream y mermerlada y alcohol. He follado todo lo que he podido. He caminado hasta que me han dolido los pies. He comido mejillones fritos picantes en un restaurante indio, y me han encantado. He conversado sobre música, historia, cosmología, arte, hombres, vinos, política, relaciones, libros, anécdotas, biología, lingüística, comida y, por supuesto, sobre el tiempo. He tenido también muchos momentos de tristeza, de soledad y de miedo. He comprado muchos libros. He paseado bajo la lluvia sin cubrirme. He conseguido que los camareros me reconozcan en mis restaurantes favoritos. He vivido -muy de refilón- las revueltas londinenses, dos bodas reales y la muerte de mi vecina Amy Winehouse. Incluso he aprendido algo de inglés.
He hecho, en definitiva, exactamente lo que vine a hacer.
Y que me quiten lo bailao.
Tengo la mala costumbre, tan española, de quejarme continuamente por memeces. Por una vez, voy a expresar lo que debería decir mucho más a menudo: soy un hombre MUY afortunado... y soy consciente de ello.
Ya veremos qué tal sienta la vuelta a la calma chicha de Santander después de esta temporada viviendo a alta velocidad. La pregunta del millón es si seré capaz de transportar esta energía y este apetito vital que Londres me ha despertado a mi vida cotidiana allá. Pero de eso, nos ocuparemos mañana...
8 comentarios:
Claro que eres un hombre muy afortunado y sin tiempo para la nostalgia. De aquí a dos días seguro que estás descubriendo otros rincones del mundo. Y a Londres volverás, fijo, más de una vez y de dos. También me ha gustado que finalmente hayas percibido la tridimensionalidad del Osezno. Hace tiempo que la sospechaba.
... Y ahora nos toca ganar algo a nosotros: a los de la 'insulsa' Santander (te patearia el culo desde
el Barrio Pesquero a Mataleñas) que
no hemos podido disfrutar de vuestro
piso londinense.
Lo que mas me ha decepcionado: no has aprovechado para iniciarte en el magnifico placer de fumar en pipa en uno de sus selectos clubs. En fin, nadie es perfecto.
Hasta dentro de na'
P.
Pues si lo has disfrutado al máximo y encima todo ha salido a pedir de boca, y con el osezno encima, entonces eres afortundado no, lo siguiente. Como bien dices, hay que aprovechar estos momentos y si hay que quemar la Visa pues se hace, y punto.
Huy, de fumar en Londres, nada de nada! Nada que sea tabaco, al menos. Y que conste que lo de insulsa lo ha dicho usted, amigo P...
Bravo. Así se habla.
Qué boniiiitoooooo (del norte).
Tranqui, que seguro que en Santander hay una parte significativa de Londres: las gabardinas con forro a cuadros Burberry.
Y te has comprado un arnés.Y seguro que lo que no es un arnés también.
No sabes cómo reconforta oir a alguien que ha VIVIDO a tope una experiencia.
Esperemos que toda la energia y alegria que demuestras en este post se matenga cuando llegues a la INSULSA, aburrida, pueblerina, antigua, paleta, cotilla, homofoba y muchas mas cosas Cantabria (mira que es detestable esta provincia y no consigo cogerle la mania suficiente para marcharme, si en el fondo me gusta y mucho), asi que bienvenido a casa y que te duren mucho las pilas cargadas.
Un besuco.
Anonimo de las Cantabrias.
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