El comienzo del cuatrimestre docente, es lo que tiene.
Mejor dicho, lo que no tiene: tiempo. Motivo por el cual me haya levantado un domingo a las ocho de la mañana para que me de tiempo a actualizar brevemente, echarle un vistazo a mis blogs favoritos, responder unos cuantos correos personales que tengo en espera desde hace una semana, y después ponerme a trabajar. Este es un resumen de mi semana:
El artículo de los mil referees: llevo más de un mes intentando rematar un artículo. Para quienes no estén en este negocio, la cosa funciona más o menos así: uno desarrolla un trabajo de investigación en colaboración con unos colegas, resume los principales resultados (si los hay y merecen la pena) en un artículo, lo manda a una revista internacional y ésta lo somete a revisión por pares. Durante la revisión, un cierto número de expertos independientes y anónimos, seleccionados por la revista en función de su prestigio científico y su conocimiento del tema sobre el que va el artículo, trabajan gratuitamente (para evitar posibles intereses económicos) haciendo una crítica de los contenidos del mismo. Los revisores (referees) intentan detectar errores y pueden impedir que el artículo se publique, imponer cambios o aceptar el artículo para publicación dependiendo de su juicio sobre la calidad científica del mismo. Se trata de un proceso trabajoso y que sin duda tiene sus defectos, pero en la práctica es esta crítica continua lo que distingue a la ciencia de otros pilares de la cultura humana como son la brujería, los programas del corazón, las sectas o los congresos nacionales de los partidos políticos.
La cosa se complica cuando uno lidera un articulito dentro de una colaboración internacional de la que forman parte cientos de personas. En esos casos, sobre todo cuando la susodicha colaboración tiene un protocolo que regula las comunicaciones externas, al 'refereo' externo hay que añadirle una o dos capas de revisión interna:
- Los comentarios y contribuciones, muchas veces contradictorias entre sí, que te hacen tus tropecientos colaboradores.
- La criba oficial que supone pasar por un Consejo Editorial formado por los investigadores principales del proyecto.
Curiosamente, el paso 1) suele ser bastante más trabajoso que el 2). En esas me encuentro ahora: ese hermoso momento en el que tiene uno que tratar de modificar el artículo que ha parido con dolor, atendiendo a las peticiones, sugerencias u órdenes directas contenidas en unos cincuenta correos electrónicos cada uno del tamaño de La Regenta. Al final el artículo no se parece en nada al que uno tenía en mente, cobrando una sospechosa apariencia a base de parches que recuerda bastante a un cruce entre el monstruo de Frankestein y Jocelyn Wildestein, y le da a uno por plantearse si no habría sido más fácil y bonito meterse a cazador de cocodrilos.
Esa mirada hipnótica: la que tiene cierto alumno repetidor. Por principios, por motivos prácticos y por la cuenta que me trae, procuro apartar de mi mente cualquier tipo de pensamiento libidinoso que involucre a mi alumnado. No siempre funciona, y prueba de ello son las palpitaciones que me entran cada vez que me cruzo por los pasillos con mi ex-alumno brutal, que ha vuelto al redil santanderino después de unos años locos en Chueca y de quien he hablado brevemente en alguna otra ocasión. Pero esta vez no es él quien me altera la compostura, sino otro muchacho que, visto de lejos, parece del montón. Es sólo un efecto de la distancia: de cerca tiene algo que me hace perder el hilo de lo que sea que esté diciendo. Tras darle unas cuantas vueltas, he llegado a la conclusión de que se trata de su mirada. Siendo más santanderino que el Mercado de la Esperanza, tiene unos ojos negros y una mirada hipnótica como sólo he visto antes en la India: profunda, penetrante, misteriosa, seductora, pero al mismo tiempo algo tímida. Es una mirada que me provoca problemas semánticos: él se acerca al terminar la clase y su boca me dice:
"Hola, ¿cuándo tenemos que entregar los trabajos?"
Sin embargo, me imagino a sus ojos diciéndome:
"Hola, ¿le he comentado alguna vez que mi cuerpo es receptáculo encarnado de misterios sensuales, cuna del deseo, cúlmen milagroso de virilidad, tótem vigoroso de telúricas pasiones, mirífico manantial de éxtasis ilimitado y además aljibe de gozos innombrables?"
Por lo cual no es de extrañar que mi respuesta, "brmmhggghhh", no le haya aydado demasiado a concretar el calendario de evaluaciones.
El antiteléfono de Tolman: Alicia (A) y Blas (B) se han comprado el último modelo de smartphone, con tecnología 7G® que permite mandar SMSs a velocidades diez veces superiores a la de la luz. Alicia tiene pensado irse de viaje y ambos se ponen de acuerdo en mandarse mensajes para hacerse saber el uno al otro que todo va bien. En concreto, ambos acuerdan que Alicia mandará a Blas un SMS cuando se haya alejado una distancia L igual a cien millones de kilómetros, salvo que Blas le haya escrito antes, en cuyo caso Alicia no mandará nada (los SMSs de tecnología 7G® salen un poco caros).
De modo que Alicia se monta en su motocicleta y se aleja de Blas a una velocidad v igual a la mitad de la de la luz. Pasado un tiempo, llega al hito de cien millones de kilómetros y, como Blas es un poco despistado y no le ha escrito, Alicia decide mandarle un SMS con su superteléfono. Blas lo recibe y decide responder inmediatamente a Alicia. Dadas la velocidades de Alicia y de los mensajes de tecnología 7G®, el tiempo que transcurre para Alicia entre que manda su mensaje y recibe la respuesta de Blas es:
donde a es la velocidad del SMS relativa a la velocidad c de la luz. Como en este caso v = c/2 y a = 10, resulta que Alicia recibe la respuesta de Blas 107 segundos antes de mandar su primer mensaje. Por lo tanto y según su acuerdo, Alicia no manda su mensaje y por tanto Blas no responde a Alicia y por tanto Alicia sí manda su mensaje y entonces Blas sí responde y este mensaje llega a Alicia antes de que ella escriba y por tanto no escribe y por tanto... Esta es la famosa paradoja del antiteléfono de Tolman (1917), y un ejemplo perfecto de como la transmisión de información a velocidades mayores que la de la luz violaría la causalidad, y además es la cosa más sencilla que explico en mi curso de Relatividad General, lo cual explica que últimamente yo tenga las meninges que parecen sopas de ajo.
Idiotez televisiva: de acuerdo, acabo de soltar un pleonasmo como la copa de un pino. El caso es que el otro día estábamos el osezno y un servidor haciendo zapping y de repente nuestra atención quedó capturada por las majaderías sin parangón del pseudo-reality "¿Quién quiere casarse con mi hijo?". La respuesta, queridas madres, es la siguiente: nadie. Ninguna persona en su sano juicio querría casarse con semejantes patanes, y mucho menos soportaros a vosotras como suegras. Todo en ese supuesto concurso es tan ridículo que resulta evidente que todos -madres, hijos, pretendient@s- son actores inteprentando un papel. Y, por lo tanto, me encanta. ¿Cómo puede no enganchar un programa que presenta a uno de sus concursantes como "informático y virgen"? Nos quedamos viéndolo sin poder evitarlo, como cuando ves a un erizo despachurrado por las ruedas de un coche en la cuneta y no eres capaz de apartar la mirada, y ya tenemos tema de conversación para echarnos unas risas a la hora del café. Si es que no hay nada más reconfortante que una buena ración de pan y circo de vez en cuando.
6 comentarios:
Podría argumentarte que hay escritos dentro de la Administración que son más fáciles de sacar que artículos en ciertas revistas científicas. Llevo con uno entre manos muchos meses y le han dado la vuelta como un calcetín. Es horrible volver una y otra vez al principio, como Sísifo.
Si tu ex-alumno brutal se parece al de la foto, no me extraña que sea brutal. Espera a que acabe la carrera, entonces no tendrás remordimientos.
Comparto con vosotros esa extraña fascinación por el programa "¿Quién quiere casarse con mi hijo?" y pienso que el gran "casting" ha sido el de las madres, no el de los hijos.
A quién elegir: ¿al informático-freak, al ¿químico?-estriper paticorto, al émulo de Fonsi Nieto, al gay obsesivo-compulsivo que no respeta a los demás (según su madre) o a ese sosias de José María Michavila?
Yo que antes era pasto de los realitys como el que más, ahora estoy taaaan enganchado a las series que nunca encuentro tiempo pa verlos.
Cuando usted habla de alumnos perturbadores la verdad es que no me puedo sentir naaada identificado; uno que también ejerce aunque en otras ambitos, es entrar a clase y la líbido se queda en la puerta. Es que soy incapaz, muuuy incapaz de verle algo follable a nadie.
Lo del Antiteléfono me encantó, aunque no haya entendido la fórmula.
Ahora ya tenemos otro tema para hablar! Me refiero al del reality, claro, porque de teléfonos sabes que paso de hacerlo fuera de horario laboral :p
¡No me irás a decir que te lo has tirado, Robin!
jaj que cabrón pues para no tener tiempo, le has dado bien a la cosa, y tu post es muy entretenido... Vale, que no me creo que tu alumno te dijera un mensaje (aunque subliminal) tan culto, seguro que te diría: "Follame" jaja Y lo que cuenta de los SMS parece que lo he estado leyendo estos dias sobre el famoso experimento de los neutrones de Milán, no? Igual te digo con lo de los artículos, joer, según lo cuentas, al final total, parecerá que lo has fusilado con cortar y pegar de Wikipedia, que triste, jaja
Y nada, que ese programa tb lo vi yo el otro día. Es lo peor, pero tengo que reconocer que no pude dejar de verlo. Es algo horrible, el placer del morbo, no sé, pero no pude cambiar de canal y me lo tragué, incluido aquella madre noble y su hijo imbécil, jajaa
Bezos
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