abril 29, 2012

Envidia de vagina

Los tiempos han cambiado a mejor, por mucho que le pese al 'progre' Gallardón. Es verdad que aún queda un camino enorme por recorrer, pero algo se ha avanzado. A fin de cuentas, no han pasado tantos años desde aquella España cuya cultura se refleja perfectamente en la espeluznante letra de greatest hits musicales como este:











Puede parecer algo del Neolítico, pero está más cercano de lo que parece. Mi Santa Madre no es tan mayor y aún sigue usando frases como 'ese de allá es el Pancracio, que me bailaba cuando era moza', rememorando esa época de guateques de pueblo en los que las solteras se sentaban en sillas de madera dispuestas alrededor de la pista de baile, esperando que los gañanes se acercaran a sacarlas a bailar.

Ahora, como decía, las cosas han mejorado y las mujeres van a otro rollo. Eso a veces tiene sus inconvenientes para un servidor.

El viernes salí a cenar y de copas con unos cuantos amigos. Heteros todos, porque no sé cómo porras me he ido aburguesando hasta que a estas alturas ya prácticamente no me queden mariamigos como Dior manda. Cenamos platos de origen vietnamita y tailandeses adaptados a los gustos españoles y servidos por laosianos que regentan un restaurante chino, es decir: un sinstentido como la copa de un pino. Nos sentimos casi tan multiculturales como don Paco Martínez Soria, y luego para rematar la faena nos fuimos a tomar algo a una coctelería donde sirven brebajes con nombres tales como Long Island Iced Tea o Calimotxeau aux fines herbes.

Acontecían a la sazón dos hechos significativos. Para empezar, uno de los camareros de la coctelería estaba más rico que un bocata de chicharrones.


Por otra parte, uno de los chicos del grupo de amigos, al que llamaremos Ambrosio, está en algún punto indeterminado entre "tremendo" y "despampanante" en mi, ejem, escala de valores. 


De modo que mientras unas chicas del grupo se ponían manos a la obra a coquetear con el camarero, con todo éxito he de decir, otras dos desarrollaron la siguiente conversación en mi presencia:
- ¿Te has fijado en lo duro que está Ambrosio?
- ¿Y tú cómo lo sabes?
- Antes cuando se ha levantado a pagar he aprovechado para toquetearlo un poco.
- Cómo eres, tía.
- ¡Ambrosio, ven p'acá!
El interfecto se acercó y la que había iniciado el diálogo le convenció para que mostrara sus durezas a la otra amiga. No tuvo que esforzarse demasiado, la verdad. Así que durante los siguientes minutos asistí al espectáculo de dos lobas palpándole el pecho, las abodminales, los bíceps, el culo y hasta la transcavidad de los epiplones al feliz y orgulloso muchacho, todo esto justo enfrente de mis mismísimas narices. Eso sí, de una forma juguetona e inocente, tan rica y amistosamente.

Yo meditaba acerca de la liberación de la mujer y me moría de envidia, deseando participar en el manoseo, pero algo en la mirada de Ambrosio me hacía intuir que tenía que elegir entre pasar mis manos por su escultórico cuerpo o salir del bar con mis dientes intactos. Debido únicamente a que iba a necesitar mi dentadura para masticar el pato confitado que me iba a preparar para comer el osezno al día siguiente, opté por lo segundo. 

Salí del bar con un calentón de agárrate y no te menees. Afuera, oh sorpresa, caía una lluvia helada. Las gotas caían sobre mi calva y al instante se evaporaban emitiendo un chisporroteo clavadito al del agua de hervir los espaguetis cuando salpica sobre la vitrocerámica al rojo vivo. Decidí volver a casa andando, a ver si se me refrescaban las glándulas, en lugar de pillar un taxi como mandaba el sentido común.

Y por eso, a causa de la liberación de la mujer, hoy tengo un catarro del recopón.



3 comentarios:

Nils dijo...

Es lo mismo que piensan los heteros cuando sus amigos gays toquetean a las chicas y ellos deben morirse de envidia...

rickisimus2 dijo...

Te aseguro que yo envidia de vagina nada de nada. En eso tengo una soberbia (como diría mi madre) de padre y muy señor mío.

Lo que tienes es envidia de magrear a semejante maromo. Nada más. De momento, confórmate con el osezno, que no es poco.

¡Ah! Y pienso lo mismo que Nils

Eleuterio dijo...

A que no estàs tan seguro que a Ambrosio no le hubiese gustado que, en otro momento, lo palparas. Es que hay hetero y hetero...

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