junio 30, 2012

Bollywood ending

Ayer, para celebrar que ambos habíamos cobrado y que por tanto podíamos volver a permitirnos el lujo de pagar facturas hasta por lo menos mediados de mes, el osezno me invitó a comer. Fuimos a un nuevo restaurante indio bastante barato que acaban de abrir cerca de nuestra casa, y aunque es difícil saberlo a ciencia cierta (con los indios y pakistaníes uno nunca está seguro, porque miran tan fijamente que te dejan descolocado) parece bastante probable que el camarero buenorro aunque algo cejijunto quisiera cepillarse al osezno. Nos colocaron en una mesa desde la cual yo podía ver con claridad la pantalla de la televisión en la que ponían una selección de los mejores momentos de películas indias. Todos esos mejores momentos vienen a ser siempre el mismo, que se resume en este: un chico flaquito y de sonrisa profidén (o un señor gordito con mostacho y dhoti, si la película es de Kollywood) baila intentando robarle un casto beso a una joven de espectacular belleza que, cantando con voz chillona como si se hubiera tragado a un gato histérico y escabulléndose como si se acabara de beber seis litros de café, se dedica a menear la cintura y mover los brazos a través de idílicos jardines y exóticos palacios de pladur. Los números musicales son al cine indio como el arroz a la paella o como el oportunismo a un político: no se puede entender una cosa sin la otra.

El caso que entre el bombardeo de vídeos musicales por un lado y mis febriles sinapsis imaginándose al camarero sentado sobre la cara del osezno por el otro, me vino a la mente la siguiente pregunta: ¿cómo serán las películas porno made in Bollywood? Nunca he visto ninguna, pero estoy absolutamente convencido de que deben ser algo así:


La joven y hermosa Naavarasi, hija de un honrado vaishya de Jaipur, llora desconsolada en su telar después de saber que su prometido, el apuesto Naahbiraputhrapanda, ha cancelado la boda y se ha fugado a California para vivir –y hacer vete tú a saber qué otras cosas– con un peluquero irlandés. Desesperada por tener ya la avanzada edad de veintidós años y no tener marido, Naavarasi se pone a cantar y bailar pidiéndole a la diosa Parvati que interceda concediéndole un esposo de una casta adecuada y que a ser posible no le de demasiadas palizas. Parvati está ausente por un asunto de burocracias y en su lugar coge la llamada el lujurioso Kamadeva, quien decide darle lo suyo a esa guarrilla mortal. El dios, acompañado por un coro de sensuales apsaras con vocecitas agudas, baila una danza de cuarenta y siete minutos de duración alrededor de un estanque de nenúfares y flamencos de plástico.


En la Tierra, Naavarasi está agotada de tanto tejer, llorar y bailar. Con tanto trajín le ha entrado hambre, por lo que decide llamar a Telepizza (que en Jaipur se llama Telecurry) y pedir un vindaloo tamaño familiar con doble de cúrcuma, un pan naan con extra de queso y una botella de Limca light. Siete horas más tarde (el tráfico en Jaipur es lo que tiene), que la chica ocupa en bailar y cantar, llega el repartidor del Telecurry. Pero lo que Naavarasi no sabe es que el repartidor es el propio Kamadeva, que ha asumido forma mortal (en tamaño XXL) para perpetrar sus aviesos planes. La muchacha abre la puerta, recoje la comida y cuando se dispone a pagar al repartidor descubre, horrorizada, que no lleva nada de suelto encima.
- शुक्रीया बहुत धन्यवाद -dice ella.

- सीधे जाएँ-फिर बाएँ-दाएँ मुडिए -responde él maliciosamente.
De modo que ambos se desnudan y empiezan a bailar una danza de cortejo a través de unos prados llenos de arbustos que, curiosamente, siempre le tapan a él el pito y a ella todo el cuerpo excepto las manos y las orejas. Es una lucha titánica y lírica entre la voluntad de una mujer mortal a la par que virginal y todo un dios, a lo largo del cual el espectador puede matar dos pájaros de un tiro pajeándose si quiere y escuchando al mismo tiempo edificantes pasajes (cantados) de las upanishadas.  Por un momento parece que Kamadeva se va a salir con la suya, pero cuando está a punto de meterle la polla en la boca a la chica ésta se escapa cantando nosequé de unos alhelíes o alguna idiotez por el estilo. Es entonces cuando el dios del amor físico, humillado, decide pedir ayuda a su amigo Hanuman, el dios mono, que siempre está dispuesto a unirse a una buena fiesta.





Hanuman desciende a la tierra en toda su gloria, con el rabo bien dispuesto, y los tres empiezan a bailar un animado bhangra en el que unos y otros se rondan, se persiguen y hacen piruetas; esto da lugar a graciosas equivocaciones como la vez en que Hanuman da por culo sin querer a su amigo. Pero ni con esas: ni siquiera el poder combinado de dos dioses salidos es capaz de doblegar la indómita fibra moral de una doncella hindi, por lo que Hanuman y Kamadeva unen sus fuerzas para invocar un ejército de rakashas, que aparecen envueltos en luces estroboscópicas y nieblas de discoteca barata. Entre todos, los seres sobrenaturales atrapan a la chica y organizan un gang bang bajo la forma de una típica danza al más puro estilo Bollywood masala.  Es un número vistoso que culmina con un guiño a otras escuelas cinematográficas asiáticas en un goteante bukkake cuidadosamente coreografiado.






Y por supuesto, el final feliz: después de una buena ducha, Hanuman y Kamadeva descubren que han sido utilizados por la astuta Naavarasi, quien desde el principio tenía ganas de un buen meneo y sabía de sobra que lo mejor para conseguir llevarse a un tío al huerto es hacerse la estrecha durante un rato. No solo eso, sino que además la (ex) doncella acaba cumpliendo su sueño de encontrar marido, concretamente uno de los demonios rakasha, y la película acaba, como es debido, en boda.

FIN








5 comentarios:

starfighter dijo...

Estas perdiendo tus dotes fotográficas y satíricas en una universidad que no te comprende. Vete a Bollywood, o al menos a L.A., con la falta de imaginación que están teniendo los guionistas de Hollywood arrasas...

Aún recuerdo ir un cumpleaños mío con los colegas a la Casa Hindú de aquí; un enoooorme salón ocupado la mitad por sillones, niños correteando, señoras vendiendo saris y el sempiterno pantallón de, al menos 42 pulgadas, con películas bollywodenses. La otra mitad era el restaurante. Que bien lo pasamos.

Sufur dijo...

Jodó cómo madrugas, niño... que allí es una hora menos!!!

starfighter dijo...

Los vecinos, Sufur, los malditos vecinos que creían estar en una película de Bollywood...

Christian Ingebrethsen dijo...

Jajajajajajaja, lo que me he reído con el post y lo mejor de todo es que no me etrañaría que realmente sean así. Aunque el año pasado ví el remake hindú de la japonesa "The Eye" y no era un pastiche coñazo y teñido de romanticismo con abuela haciendo de casamentera incluida.

Anónimo dijo...

epico!

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