"Las personas que me educaron dirían que no soy religioso. Se equivocan. Lo que no soy es practicante. Pero soy dolorosa, incapacitante, incurable, miserablemente religioso"
Shalom Auslander, "Lamentaciones de un prepucio"
Como comenté en la última entrada, ando leyendo las "Lamentaciones de un prepucio" del escritor norteamericano Shalom Auslander, un libro que curiosamente muchos describen como humorístico. Pues bien: es cierto que está escrito con una fina ironía y envidiable humor judío, pero a mí no me parece cómico en absoluto.
Es más, no tiene ni puta gracia.
Auslander se crió en una comunidad judía ultraortodoxa en la que le enseñaron a temer a un Dios omnisciente, todopoderoso y vengativo, la clase de personaje retorcido que conduce a Moisés por el desierto durante cuarenta largos años de penurias justo para matarle a las puertas de la Tierra Prometida como castigo por un único pecado cometido años atrás. El libro narra los terribles esfuerzos del escritor para alejarse de ese ambiente y desafiar las creencias que le han inculcado, hasta que en el momento en que, ante el nacimiento de su primer hijo, la religión vuelve a golpear con todas sus fuerzas y le hace plantearse si debería o no circuncidarlo para aplacar la ira divina.
Es, por tanto, la historia de un fracaso, y por eso si yo tuviera que clasificar el libro lo colocaría en la estantería de "tragedia" en vez de la de "humor".
Auslander expresa mucho más elocuentemente que yo algunas ideas que me vienen rondando por la cabeza desde hace años. Sin ser mi caso tan extremo como el suyo, encuentro muchos paralelismos entre él y yo. Mi familia dista mucho de ser ultracatólica, pero tuve igualmente una educación religiosa y durante mi infancia suscribí con entusiasmo el dogma íntegro de ese conjunto de alucinaciones colectivas que llamamos cristianismo. Fui el más beato de mi clase: regañaba a mis amigos por no ir a misa, me preocupaba por la salvación de sus almas inmortales y rezaba a Dios para que no castigara con el infierno a mi padre por no ir a misa los domingos ni al rosario por las tardes. Incluso llegué a pensar seriamente en hacerme cura. Padecí con fuerza la dicotomía entre ser católico y maricón, rogué a Dios que me curara (no lo hizo), me confesé inumerables veces por el crimen del semen derramado y fui coleccionando una hermosa colección de neurosis y supersticiones que a día de hoy no me han abandonado, ni tienen pinta de ir a hacerlo.
Posteriormente la vida y un uso continuado de las neuronas me fueron alejando de todo aquello. Hoy me defino a mí mismo como ateo y enemigo declarado de toda superstición, incluyendo de forma muy especial aquellas que yo mismo involuntariamente sostengo. He hecho y continúo haciendo un esfuerzo deliberado por desprogramarme, del que estoy bastante orgulloso.
Y, sin embargo...
La neurociencia moderna tiene indicios muy fuertes de que la religiosidad está de algún modo genética, neurológica y culturalmente programada en la mayoría, si no la totalidad, de los seres humanos. Ojo: que estemos condicionados para creer en dioses no significa que los dioses existan, del mismo modo que el que oigamos el mar al acercar una caracola a nuestros oídos no significa que haya un mar dentro de la concha. En palabras de Richard Dawkins, es probable que un cierto grado de credulidad supersticiosa haya sido hasta hace poco tiempo un importante factor de supervivencia de la especie: el niño que se cree la historia contada por los ancianos de la tribu de que en la cueva habita un espíritu maligno es mucho menos probable que se adentre en ella, se caiga en la oscuridad y se parta la crisma que el que decide comprobarlo por sí mismo. Como dice otro famoso ateo, el astrónomo Philip Plait, ser escéptico es un estado al que es difícil llegar y que resulta muy laborioso de mantener. Es lo que me pasa a mi: mantener mi ateísmo frente a mi educación, la presión social y la predisposición genética es algo que requiere buena parte de mis energías cada día. Esto tiene oscuras consecuencias:
Solo soy totalmente ateo en mis días buenos.
Tengo la fuerte sospecha de que el día que me vengan mal dadas -un diagnóstico de cáncer, la muerte de un ser querido, una inspección fiscal en toda regla- me echaré a llorar y me arrepentiré de mi vida de pecado, rogándole a Dios que me perdone y me saque las castañas del fuego.
Una parte de mí sigue esperando un castigo cada vez que me la casco o que me como una buena polla.
Sigo sintiéndome incómodo ante ciertas blasfemias, por divertidas que sean.
Y a pesar de todos mis esfuerzos me temo que me seguirá pasando durante toda la vida.
De modo que el fracaso de Auslander es mi propio fracaso. No luchamos contra Dios, que no existe, sino contra nuestra propia historia, que sí que existe.
La religión es, si no el origen, al menos parte fundamental de mis mayores problemas. Está en la base de mi timidez, mi baja autoestima, mis inseguridades, mis neurosis, mi transtorno obsesivo-compulsivo, mis disfunciones sexuales, mis dolores de cabeza, mi ansiedad y mi cinismo.
La religión es una lacra, y no consigo librarme totalmente de ella.
Por eso me indigna tanto la educación religiosa de los niños. El domingo estuve acompañando a mis padres de paseo y vimos la procesión del Corpus, encabezada por los niños y niñas que hacen este año la Primera Comunión avanzando como robotitos, ellos vestidos de mariscales y ellas de novias en miniatura. Sentí asco, indignación y pena. Pena por ellos y por mí.
Auslander habla de la educación religiosa usando términos tales como "violación metafísica", "abuso espiritual de menores" y "violencia teológica". No puedo estar más de acuerdo. Envidio a algunos de mis compañeros y al osezno porque sus padres tuvieron el buen tino de no someterles a adoctrinamiento religioso; por supuesto que no están libres del pensamiento mágico -vivimos inmersos en una cultura católica, mal que nos pese-, pero son personas mucho más libres y equilibradas de lo que seré yo nunca. A mis amigos con hijos siempre les ruego que no cometan el error de meterles en colegios de curas o monjas.
En fin, qué se le va a hacer. La religión seguirá aferrándose a mí como una lapa y yo seguiré luchando contra ella mientras me queden fuerzas. A la porra con ella.
10 comentarios:
Pues habrá quien está menos dotado para el pensamiento mágico. A mi desde la adolescencia me ha resultado muy difícil comprender como alguien puede tomarse en serio las religiones. Por fortuna en una gran ciudad puedes vivir alejado de su influencia salvo en el caso que algún obispo rebuzne en el telenoticias.
No, si a mi me pasa igual. Es obvio que son todo camelos. Pero luego me sorprendo a mi mismo pensando en términos judeocristianos como "pecado" u "oración" (necesariamente subordinada)
Porque, como dices, en el fondo somos consecuencia de una historia y una educación, para bien o para mal. Y es muy difícil, incluso en una gran ciudad, librarse de los efectos de la religión que, a pesar de todo, sigue estando demasiado presente en la vida social. No eres el único que a pesar de intentar mantener un ateísmo o agnosticismo en constante lucha de supervivencia se sorprende pensando en términos religiosos.
Talmente.
Nos es más fácil pensar en magias, dioses y diablos que en enfrentarnos a la realidad, lo mismo que es más fácil seguir unas normas morales externas que crearnos nuestra propia ética. Así es.
Ah, golosón.
Me lo pase muy bien con ese libro y es de esas cosas que me reconcilia con los norteamericanos..¿Se imagina alguien un libro así en España que fuera superventas? En cuanto a lo otro, es curioso...Pese a haber tenido una educación bien religiosa ( aunque no fuera a un cole de curas) mi herencia es digamos, más de quedarse con lo bueno; dsfruto del barroquismo, del arte religioso, de los disparates...De lo otro no me queda nada y me temo que no existe ninguna posibilidad de que me vuelva a nacer.
De acuerdo.
Si se lucha por liberarse de ciertas estructuras, cree lograrlo y a la primera de cambio vuelven a aparecer, uno se siente muy frustrado. A
unque se reemplace 'Dios" por "ciencia" si ese modo de pensar permanece habrá que buscar otros métodos.
O aceptarlo estoicamente, a la romana.
Mi familia sin ser del opus ni cosas de esas siempre fue muy católica y también tuve una educación religiosa. Pero contrariamente a lo que creo entender que tú piensas tener fé es una suerte, creo que simplifica bastante las cosas, es la piedra de toque que cierra el sistema, si hay Dios ya tenemos explicación para cuando nos falta. Quiero decir con esto que yo no lucharía contra la fé, de tenerla, simplemente yo me fui alejando porque al entrar en detalles me pareció que la cosa fallaba demasiado.
Yo entiendo, Miles, que la religión tiene un efecto consolador en mucha gente, pero no es mi caso. La gracia de llevar gafas de color de rosa consiste en no saber que las lleva uno; en cuanto te das cuenta de que lo que ves es una ilusión, ya no te sirve como consuelo.
Alisha tiene razón
No he tenido una educación religiosa, pero sí que he tenido cerca gente que la ha tenido, y la verdad es que de alguna forma, el concepto de "culpa", "pecado", "gozo" y "autoflagelación" lo impregna todo de forma inconsciente, con lo cual yo creo que lo mejor es comer nabos y calabacines cuantos más mejor, pensando en que los poros de la piel se abren y en que es muy saludable.
Yo soy un poco ateo ó agnóstico (no sé bien) y además, no sé porqué si veo una procesión, los tambores y los hombres mezclados me excitan sexualmente:-)
Besotes.
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