junio 03, 2012

Misterio entre bambalinas: Finale

Hay veces en que lo único que cabe hacer es esperar.

Habíamos atrapado a un sospechoso, pero el misterio estaba lejos de ser resuelto. Y lo peor es que me había quedado sin más pistas que seguir. Así que hice lo único que podía hacer en ese momento: continuar con mi tapadera y ponerme a trabajar. En poco tiempo el ajetreo del teatro volvió a sus derroteros habituales, incluso los heridos recientes: es gente dura, la de la farándula, acostubrada a todo tipo de desgracias y sinsabores. Casi tanto como los investigadores privados o públicos.



La jornada transcurrió notablemente tranquila para todos: los actores con sus ensayos, los encargados de mantenimiento con sus chapuzas y yo llevando sostenes de un lado para otro. A eso de las ocho de la tarde, cuando casi todo el público de la sesión vespertina había ya entrado y ocupado sus puestos pocos minutos antes del comienzo de la función, volvió del hospital el señor Casposa y nos convocó a todos en un espacio situado cerca del almacén. Subido a unas cajas de pelucas, nos dirigió estas sabias palabras:
- Queridos trabajadores, empleados, lacayos, cobayas humanas, mindundis de mis entretelas: os quiero a todos. A veces o quiero besar y otras veces, la mayoría, os quiero despedir. Hoy es de las primeras. Será el tiempo primaveral, será el éxito inminente de nuestra Selección en los campeonatos internacionales o serán las drogas que tan amablemente me han suministrado en el hospital: el caso es que os adoro, malditos subnormales, pese a lo jodidamente feos que sois. Sabed todos que seríais como hijos para mí si no fuera que ya sois como los padres que nunca tuve. ¡Hip hip hurra! Hacéis todos un trabajo estupendo haciendo cualesquiera sean vuestras funciones de mierda. Os digo estas palabras, pequeños memos, para incentivaros. Para motivaros. Yo qué sé para qué lo digo: el haloperidol me confunde un poco. ¿Por dónde iba, guapa? Ah, si: el teatro ha pasado malos momentos, y me refiero tanto al Teatro en sí con mayúsculas, el arte auspiciado por la divina Melpómene, como al nuestro teatro en particular, auspiciado por una marca de probióticos buenísima (3x2 en los supermercados Lupa: ¡aproveche esta oferta!). Han sido días de zozobra espiritual y un poco de estreñimiento por mi parte, nada que no se solucione con unos buenos supositorios de glicerina. Han cundido el pánico y el desconcierto. Pero, ¿nos hemos metido debajo de la mesa a llorar como unas nenazas! Yo sí, pero vosotros no porque no tenéis despacho propio: eso es lo que cuenta. El status quo. Y por eso yo le canto a la mañana que ve mi juventud y al Sol que día a día nos trae nueva inquietud: la, la la lá. Y aprovecho para deciros: salid ahí afuera y dad lo mejor de vosotros mismos en la función de hoy: porque hoy es un día perfectamente normal, ordinario, sin nada reseñable que mencionar. Os lo repetiré hacia atrás: ranoicnem euq elbañeser adan nis. Y por tanto quiero que la de hoy sea la mejor representación de la historia de este teatro. ¿Me habéis entendido, sabandijas? Porque como no lo sea os despido a todos, hijos de la gran puta. Eso es todo: os quiero.
Y con esas se bajó de la caja sobre la que estaba y se puso a ladrarle a un palo de escoba. La audiencia se fue dispersando rápidamente, porque el comienzo de la función era inminente. Yo, que no tenía una función definida una vez que las vedettes estaban vestidas, me quedé inmóvil como un cura ante una barra americana.

¿Han tenido ustedes alguna vez una idea repentina, fulgurante, que se ha habierto paso por su cerebro como un reguero de pólvora encendido? Yo sí: fue de ese modo como me quedé calvo hace muchos años. Desde entonces mi cerebro, que nunca fue gran cosa, tarda una enormidad en procesar los razonamientos más sencillos: es por eso que nunca he sido capaz de acabar un crucigrama o de apuntar para mear sin manchar el borde. En cualquier caso, fue en ese momento cuando el lento glaciar que forman mis sinapsis terminó de encajar piezas:

Desapariciones en el teatro. Sombras furtivas en la oscuridad. Infrarrojos. Algo acerca de una excavación. Arenques. Idiomas nórdicos: un rubio muy alto adicto a la salmuera y que habla mal el castellano.

Que habla mal el castellano.

El rubio, si lo entendía correctamente, era quien había mencionado la excavación.

Un día perfectamente normal, ordinario, sin nada reseñable que mencionar.

Oh, cielos.

Salí corriendo con toda la velocidad que me permitían las piernas, no hacia la zona del patio de butacas, sino hacia arriba. A los palcos. Desde la orquesta llegaban los acordes que indicaban el comienzo inminente del primer acto. El tiempo se me acababa.

Dejé a un lado el palco en el que dos noches atrás yo me había quedado dormid... acechando astutamente. El siguiente estaba vacío, así que pasé de largo. A la puerta del siguiente aguardaban dos hombres vestidos de negro, cada uno del tamaño y consistencia de la Sierra de Gredos.
- ¡Miren, alguien va a ponerse a cantar "I will always love you" ahí detrás! -grité.
Si hay algo que odien los guardaespaldas es el tema principal de la película que lleva el nombre de su profesión. Cegados de odio asesino, los matones se giraron hacia donde yo apuntaba con mi dedo. Fue una distracción de un microsegundo, pero suficiente para mis planes desesperados. Me colé en el palco.

Dentro se encontraba un individuo solitario, junto al cual se encontraban una botella de champán y un rollo de papel higiénico, y que por algún motivo inexplicable para mí observaba con embeleso el lamentable espectáculo teatral de debajo. Los guardaespaldas entraron justo después de mí, sacando sus pistolas.

No me dieron tiempo para pensar. Si lo hubiera tenido, jamás habría hecho lo que hice.

Fletto i muscoli e sono nel vuoto! Agarré al fulano por las solapas de su chaqué, lo levanté y, utilizando mi mismo impulso, salté la barandilla del palco y nos arrojé a ambos al vacío. Esperando tener fortuna y caer sobre alguna gorda.

Es cierto eso que dicen de que antes de morir ves pasar tu historia delante de tus ojos. Al proceso, se le llama "vida".

Caímos durante un instante eterno. Junto a mi cabeza pasaron volando las trazas de balas. La música de la pianola se detuvo. Y entonces

¡BOUMMMM!

el palco a nuestras espaldas explotó en mil pedazos, haciendo saltar por los aires trocitos de madera, tapicería y vísceras humanas. Inconsciente y sorprendentemente, pues es algo que va contra mi propia naturaleza, intenté girarme en el aire para proteger con mi cuerpo al del señor a quien acababa de salvar de la explosión, quién sabe si para provocarle otra muerte igual de dolorosa por caída.

Caímos a plomo, no sobre una gorda sino sobre un montón de abrigos que amortiguaron el impacto. Aun así, sentí cómo algo se me rompía en alguna parte de mi cuerpo. Quedé semiinconsciente. Las siguientes escenas las he ido reconstruyendo posteriormente gracias al testimonio de testigos cercanos.

La sala quedó en silencio: el público y los actores estaban tan anonadados que eran incapaces de empezar la sana costumbre en este tipo de situaciones de empezar a gritar histéricamente. Fue Scarlett Bustillo, desde el mismo escenario, quien reaccionó primero:
- ¿Hay algún médico en la sala? -dijo con tono desgarrado.

- ¡Yo! ¡Yo! -gritó un señor pequeñito con peluquín-. Yo soy médico.

- Psst. Siéntate, Fermín -dijo la mujer que tenía al lado, que le triplicaba en tamaño-. No nos pongas en evidencia de nuevo... qué vergüenza... anda, siéntate.
Pero el señor del peluquín no se detuvo.
- Pero palomita, mujer, ¿no ves que hay vidas en peligro? ¡Para eso estudié medicina!

- ¡Ya, pero tú eres callista! -replicó la tal palomita con enfado.

- Po-dó-lo-go, querida. Siempre te lo digo: po-dó-lo-go. Es una rama muy noble de la Medicina, y el juramento hipocrático me obliga a...

- ¡Ay Dios mío, qué vergüenza! Todo el mundo nos está mirando -interrumpió la mujer entre aspavientos-. Si ni siquiera acabaste la carrera. Ya me lo decía mi padre: "hija mía, ese chico es poca cosa para ti". Tendría que haberme casado con Ramiro, el de la fábrica de piensos.

- ¡Pues que sepas que Ramiro tiene los pies planos! Además, no deberíamos discutir estas cosas en público. Ahora, si me permites atender a estos señores...

- ¿Y qué vas a hacer, cortarles las uñas? ¿Limarles los callos? Fermín: quiero el divorcio.

- Pero, palomita...


Total, que no nos atendió nadie hasta que no llegaron la policía, la Guardia Civil, el ejército del aire, la cabra de la Legión y la enfermera bigotuda del Nuestra Señora del Bendito Copago.  Scarlett, que había bajado a comprobar nuestro estado -grave, pero sin peligro inminente de óbito o defunción-, intentaba mantenerme consciente hablándome dulcemente:
- ¡Zopenco! ¡Gañán! ¡Mameluco! ¡Hotentote! ¡Pazguato! -decía-. ¿Cómo te metes en semejantes líos? Pero sobre todo, ¿me puedes explicar qué coño ha pasado?

- A ver, por dónde empiezo -respondí-. Lo que me tenía despistado era lo que oíste aquella noche: el tipo con el acento extranjero, me juego algo a que era el rubio que mandaste esta mañana a cuidados intesivos, dijo algo de excavar. Eso me hizo pensar que alguien quería sacar del teatro en secreto alguna cosa que estuviera enterrada debajo. Pero no conseguía imaginar qué.

- Sí, yo también tenía esa idea.

- ¡Pero estábamos equivocados! -exclamé-. El rubio era extranjero y no conocía bien las sutilezas de nuestra lengua. Esa gente no quería extraer nada del teatro, Ram... eh, Scarlett -corregí al recordar que teníamos público-. ¡Lo que querían era meter algo bajo el suelo! La bomba programada que acaba de explotar. Debieron esconderla bajo la moqueta hace dos noches mientras tú estabas arrastrándome hacia tu camerino. Esta mañana estuve explorando en detalle la parte baja del teatro y no encontré ningún signo de manipulación. Luego tenía que ser en otra parte. Los palcos eran una opción inmediata. Y el resto fue corazonada y buena suerte. Para algunos -dije mirando los restos humeantes de los guardaespaldas.

- No lo entiendo. ¿Cómo...? Quién...?

- Hay muchos detalles que se me escapan, y todavía no sé la razón última de este atentado. Pero creo que sé cómo lo hicieron. Todo debió empezar con la incorporación al teatro de un infiltrado. No puedo asegurarlo, pero ahora lo veo claro: debió ser la tal Samantha Whooper. De qué si no una gachí como esa se me iba a insinuar... Corrígeme si me equivoco: ¿verdad que lleva poco tiempo en la compañía?

- En efecto -reconoció Scarlett-. Unos tres meses a lo sumo.

- Luego estoy en lo cierto -me sorprendí yo mismo-. Samantha empezó a actuar en vuestra obra y a reconocer el terreno. Pasado un tiempo, se encargó mediante engaños, amenazas o violencia de hacer que desaparecieran el carpintero y el tramoyista, para que sus compinches pudieran presentarse a las vacantes y así entrar también al teatro. Me juego algo a que el tramoyista era el experto en camuflaje del equipo, de ahí su obsesión por los disfraces, y el carpintero el encargado de manejar los explosivos. Como este último era extranjero, por discreción fingió ser mudo. Por desgracia, el de los disfraces está muerto y el rubio está en coma, así que habrá que interrogar a Samantha Whooper para confirmar estas conjeturas.

- Eso no va a ser posible -intervino la enfermera del bigote-. Siento decirle que en cuanto ingresamos a la señorita Whooper en el hospital la dejamos unas cuantas horas tirada en una camilla en un pasillo, como manda la ilustre tradición médica de nuestro país. Pues bien: cuando fuimos a buscarla ella se había levantado por su propio pie y había desaparecido sin dejar rastro. Me da por pensar que sus achaques eran fingidos.

- ¡Mierda, qué lista! -mascullé.

- Hay algo que no entiendo, Mike -terció Scarlett-. ¿Qué pinta la muerte de la vieja LaVache en todo esto? ¿Y por qué intentaron incriminarme a mí de su asesinato?

- No tengo ni idea de lo primero, Scarlett -dije-. Pero yo diría que lo segundo fue algo en parte improvisado. Yo llegué y empecé a meter mis narices en el asunto. Recuerda que la Policía Pseudocientífica había decidido que la muerte de la señora LaVache había sido un accidente perfectamente sobrenatural. Los terroristas se alarmaron al empezar yo mis indagaciones y decidieron matar dos pájaros de un tiro: por un lado le endiñaban la muerte de la vieja cotorra a otro y por otro se libraban de la persona más inteligente, y por tanto más peligrosa, del teatro. Lo que sigo sin saber es por qué mataron a la anciana.

- Creo que a eso puedo responderles yo -intervino una nueva voz. Todos nos volvimos a mirar a un hombre vestido con un estrafalario traje lleno de solapas enormes y de colores chillones que acababa de llegar-. Mi nombre no es Gwendolino Puyoflas y no soy un agente del Servicio Secreto. No existe ningún Servicio Secreto en este país y si existiera sus miembros no llevarían este elegante uniforme diseñado por Agatha Ruiz de la Prada. Yo nunca he estado aquí. Han de saber, muchachos, que la señorita LaVache, como tantas otras grandes actrices de su época, fue espía durante la guerra: no recuerdo exactamente cuál, pero me viene a la mente el nombre Segunda Guerra Púnica. Y el que tuvo, retuvo. Es muy posible que los experimentados pero envejecidos instintos de la anciana detectaran algo extraño y se metiera donde no la llamaban. O que los terroristas, recurriendo a quién sabe qué servicio de inteligencia enemigo, descubrieran el pasado de la anciana y decidieran eliminar una posible rival. Sabremos más cuando interroguemos al rubio, cuyo nombre por cierto es Þorvarður Arinbjörnsson, alias "El Islandés" por motivos obvios: un peligroso antisistema bajo orden de búsqueda y captura por la Interpol, el Mossad, la CIA y la Biblioteca Municipal de Camuñas de Riopellejo, a la que debe un par de novelas desde 1987. En cuanto al posiblemente extinto experto en disfraces, creemos que puede tratarse de Ofelio Filemón, alias "Mortadelo", otro antisistema radical buscado por numerosos delitos y estraperlos. De la tal Whooper poco sabemos, salvo que hasta hace poco tiempo se dedicaba a ganarse la vida casándose con viejos adinerados y sacándoles toda la pasta hasta dejarles secos. Les diría que no se preocupen y que la atraparemos, pero les estaría mintiendo: ya saben que con los presupuestos actuales a lo más que pueden aspirar las fuerzas del Orden Público es a comprar un bote de desodorante para cada cuatro agentes. Por ese motivo huelo tan mal.
Nos quedamos anonadados ante semejante explicación. Y era cierto que olía mal.
- Sabíamos que una célula terrorista operaba en Boo de Piélagos, pero no dónde ni cuándo atacaría -continuó el señor Puyoflas-. Gracias a ustedes lo hemos descubierto con solo una moderada pérdida de vidas humanas. Su país se lo agradece, de forma estrictamente honorífica por supuesto. No está el tema como para recompensas en metálico.

- Y a todo esto... ¿A quién demonios le he salvado la vida?

- ¿No le reconoce? Se nota que no lee usted las páginas salmón, amigo: usted se lo pierde, con lo divertidas que son. Qué rollazo tiene que ser ser pobre. Sepa usted que acaba de salvarle la vida a don Emilio Botín, ilustre prócer de la patria y eminente filántropo y banquero. Y gran aficionado en secreto al género del teatro de destape, de ahí su presencia, en el más estricto anonimato, en ese palco esta noche. ¡Es usted un héroe!

- Muchas gracias, joven -habló por primera vez el accidentado banquero-. O, como suelo decir en inglés a mis accionistas: zenquiú. Sepa que su noble gesto no quedará sin recompensa: a partir de hoy, y durante tres meses enteros, el banco no le cobrará comisión por hacer transferencias a las Islas Caimán. No, no me de las gracias: noto en sus ojos inyectados en sangre la emoción que le embarga. Yo soy así: un hombre generoso por naturaleza. Y ahora, si me disculpa, me tengo que ir. Llega mi carruaje para llevarme a reposar a mi castillo transilvano. Llámeme algún día y jugaremos al golf. ¡Adiós!
Y de ese modo, por una vez en la vida, resolví un caso. Y me quedé con todas las ganas de no haberlo hecho.


FIN


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sufur!
Mike a Secas necesita seguir apareciendo aquí... pero incrementando el número de rubias y descendiendo el de rubios, claro está!
Saludos desde El Club: 'Las apacibles alsacianas'
Joseba Aristides

Anónimo dijo...

Estoy deacuerdo con Joseba Aristides que tiene que aparecer mas Mike pero que aumente el numero de chulos y se reduzca (o desaparezca) el de mujeres, que no es por nada pero te dan mala fama de Bisexual o incluso de hetero, con el trabajo que te ha costado ser un gay de mundo (lo que se hace llamar maricón con papeles).
Sigue con esa maravillosa capacidad de escribir, inventar y de tener entretenidos a unos cuantos seguidores incondicionales.
Besucos.
Agustín

Deric dijo...

què bueno!

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