junio 01, 2012

Misterio entre bambalinas (XIV)

Por segunda vez en pocas horas me encontraba bajo los amorosos (y prohibitivos) cuidados de la enfermera bigotuda, esta vez acompañada de todo un equipo de reanimación del hospital Nuestra Señora del Bendito Copago, que se habían desplazado a la sazón hasta el Bífidus Activos para atender a los damnificados del derrumbe parcial de una sección del vetusto edificio. Mis magulladuras eran relativamente pocas: un chichón del tamaño de un coco maduro, un par de arañazos en brazos y piernas y un cardenal en el trasero. Otros no habían tenido tanta suerte.



El recuento de daños personales y materiales fue muy desigual: entre los más afortunados se encontraba el Fantasma de la Ópera quien, protegido por su baúl, había salido básicamente ileso aunque aturdido de la ordalía. Peggy también salió de rositas, tal vez por encontrarse sobre el colchón del camastro; por el contrario, el señor Casposa acabó con varias costillas y un brazo rotos, amén de síntomas severos de asfixia por haberle caído encima la mullida aunque rotunda masa de la antes mencionada Peggy. Entre los desperfectos de Ramona Bustillo destacaba un improbable esguince de píloro. Las coristas, el pizzero y Madame Giry acabaron todos con contusiones, fracturas y hemorragias varias. Pero los daños más dramáticos cayeron en el apartado nudista: Samantha Whooper hubo de ser hospitalizada (previo pago) en observación pues no cesaba de quejarse a viva voz de fuertes e incapacitantes dolores por todo su organismo. Tyrone Morecock, por el contrario, no profirió ni una queja, cosa por otra parte completamente normal dado su estado de cadáver: infarto, según dictaminó el equipo médico.

Siempre es triste la muerte de un inocente, especialmente si ese inocente te ha estado restregando cebolleta unos minutos antes, pero no podia permitirme el lujo de pararme en lamentos. Aprovechando el estado de confusión generalizado aproveché para escaparme de la escena e ir a investigar la zona del patio de butacas, algo que tenía ganas de hacer desde hacía tiempo. En efecto la zona, habitualmente ocupada a esas horas o bien por los ensayos o bien por las limpiadoras, estaba vacía: todos habían ido a entretenerse viendo a los accidentados, algunos incluso llevándose palomitas y vasos de Coca-Cola.


Tal y como sospechaba, no había signo alguno de excavaciones recientes en la zona. La moqueta del suelo estaba tan cochambrosa como siempre y el tapizado de las butacas tenía el mismo aspecto sarnoso que de costumbre, con su coqueto estampado de manchas de grasa, caspa, ketchup y otros residuos orgánicos. Debajo de las butacas sólo estaban los elementos habituales: chicles y mocos pegados, pelusas y cucarachas. Miré también en el escenario, donde todo presentaba también su normal cutrez. Todo parecía en orden. Incluso me detuve a husmear el ambiente intentando detectar algún olor a arenques, pero solo conseguí que me entrara un pequeño ataque de alergia a los ácaros. Nada.

Quedaba otra línea de investigación abierta. Pero iba a necesitar un poco de músculo. Busqué al Pequeño Timmy y le pedí que me acompañara.
- ¿Qué es lo que tengo que hacer? -me preguntó.

- Tú nada fuera de lo normal. Acompañarme y poner cara de pocos amigos. Si las cosas se ponen feas, quiero tener a mi lado a alguien que sepa intimidar. O repartir buenos mamporros llegado el caso.

- ¡Oh, bravo! -dijo el ingeniero agrónomo-. Me encantan los mamporros.
Así de bien acompañado me dirigí al taller del teatro y pregunté por el jefe de carpintería.
- ¿Rufo el Mudo? -dijo el ayudante al que pregunté-. Está dentro, terminando de preparar el armazón para un nuevo decorado.

- ¿El Mudo? ¿Por qué le llaman así?

- Por qué va a ser, hombre: porque no puede decir ni pío.
Maldije por lo bajo: si hay algo que dificulte un interrogatorio, son los problemas de fonación. Aun así entramos a buscar al tal Rufo. Como había dicho el ayudante, lo encontramos serrucho en mano. El carpintero era rubio y casi tan alto como el Pequeño Timmy.
- Hola -dije-. Vengo de parte del señor Goldwasser, el mercachifle judío. Me pide que le diga que le ha llegado un cargamento de arenques nuevecito, por si se quiere pasar a por unos cuantos.
El rubio sonrió con ilusión durante un instante, luego se contuvo intentando hacer ver que no sabía de lo que le estaba hablando. Pero esa pequeña traición de su subconsciente fue suficiente para mí:
- ¡Agárralo fuerte, Timmy! -grité.
El Pequeño Timmy se lanzó si titubeos a sujetar al carpintero, pero éste fue aún más rápido. Con un rápido golpe de serrucho, el rubiales desgarró la camisa de mi amigo, luego se hizo a un lado y, rodando por el suelo, emprendió la huida hacia el interior del teatro.
- ¡Detengan a ese hombre! -dije mientras emprendía la persecución, más que nada por cumplir con los cánones del género.
Hablando de cánones, existe una regla no escrita por la cual toda persecución que se precie tiene que incluir alguno de estos elementos: a) atravesar una enorme luna de cristal que transportan dos esforzados operarios, b) cruzar un gallinero o c) tirar por los suelos un montón de fruta en un mercado, como un camionero francés cualquiera. Dado que en el teatro Bifidus Activos no había ni grandes cristales ni gallinas ni fuente alguna de vitaminas, Timmy y yo perseguimos al rubio carpintero a través de lo más parecido a las tres cosas a la vez: el vestuario donde actrices se cambiaban.
- Iiiiiiiiihhh!!!! -decían unas.

- Aaaaaahhhhh!!!! -aportaban otras.
- Co, co, co, co, coooo!!!! -cloqueaban las demás.


Pasamos todos causando un máximo de caos y confusión, y a la salida no solo yo, sino también el rubio y el Pequeño Timmy llevábamos todos sujetadores, bragas y ligueros por la cabeza. Además, por algún motivo no especificado Timmy acabó luciendo coletas, unos hermosos coloretes y extensiones de pestañas dignas de un anuncio de L'Oréal. De los vestuarios pasamos a los decorados y desde allí al escenario. El rubio, viendo la masa del Pequeño Timmy pisándole los talones, empezó a trepar por los bastidores con una agilidad pasmosa. Nosotros le seguimos de forma más titubeante, Timmy por su tamaño y yo por mi legendaria torpeza. El rubio saltaba como una cabra de una plataforma a otra, y por un momento pareció que se nos iba a escapar. Mas de pronto una de las poleas de los contrapesos se soltó y le dió directamente en la cabeza.
- Djöfulsins helvíti! -gritó el supuesto mudo mientras caía al vacío. Su siguiente sonido fue un crujido de huesos rotos al chocar contra el suelo diez metros más abajo.

- Os dije que nadie se la juega a Ramona Bustillo y se va tan campante -se oyó una voz desde abajo.
Scarlett, con un vendaje alrededor del vientre, estaba junto al cuadro de mandos de los contrapesos. Ella era quien había pulsado el botón que acababa de soltar la polea sobre el cráneo del rubio.  
- Te he estado siguiendo desde que ví que te marchabas furtivamente del equipo de primeros auxilios -explicó ella-. Al principio pensé que te habías terminado de volver tarumba, luego se me ocurrió que podría ser algo relacionado con tu investigación, y al final me he dado cuenta de que ambas cosas eran ciertas.
- Espero que el rubio no se haya matado -dije mientras bajaba con cuidado-. Será necesario interrogarle para desvelar de qué va este embrollo.
Tuvimos suerte, pero solo en parte. El rubio no se mató, pero casi: del tremendo porrazo sufrió una conmoción cerebral severa, amén de perder todos los dientes. Inconsciente, los enfermeros del Nuestra Señora del Bendito Copago se lo llevaron al hospital.
- No tenemos ningún tipo de prueba contra él -dije-. Sólo que ha salido huyendo cuando le hemos mencionado unos arenques: eso no es suficiente para que la policía se involucre aún en esto. Timmy, ¿puedo encargarte una misión difícil?

- Claro, señor Mike. 

- Bien. Sigue a la ambulancia al hospital y monta guardia. Apáñatelas como puedas. Dí que eres familiar o alguna otra patraña. Es necesario que vigiles a este individuo, me avises si despierta e impidas que intente escapar. ¿Me has entendido?

- Meridianamente. Pero a medianoche empieza mi turno de segurata y no quiero perder mi trabajo. 

- No te preocupes, te buscaré un sustituto. Ahora, ¡corre!
Y así el Pequeño Timmy salió escopetado camino al hospital

(terminará en el próximo capítulo)


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Te ha faltado este rubio...
http://s.peru21.pe/102/ima/0/0/0/9/9/99350.jpg
... que nervios, como terminara... esto me da en la nariz que tiene
que ver con Islandia...

Anónimo dijo...

falto por decir:
P.

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