noviembre 04, 2012

La que se avecina

Las comunidades de vecinos son fuente inagotable de deliciosos vodeviles costumbristas, entrañables enredos que son la sal de la vida; y si no, que se lo pregunten a José Luis Moreno, que se forra a costa de esa idea, al Colegio Oficial de Psicólogos, que se mantiene fundamentalmente a base de traumas vecinales, o sin ir más lejos a los merendables señores Skyzos y Shepperdsen, cuyos deleites vecinales rozan lo almodovariano.

Mi comunidad es pequeña, solo siete vecinos más dos locales comerciales, lo que posiblemente le otorgue la pintoresca categoría de "microcosmos". En tan reducido espacio no falta de nada: la peluquera, la esteticién, el vecino cincuentón misterioso que no habla con nadie, la anciana que se pasa el día en bata, la señora conflictiva que por orden judicial no puede ir en persona a las reuniones de vecinos y debe enviar en su lugar a un administrador, la señora con perro meón, la alquilada que vive con su hijo cañón y su padre senil, el matrimonio formado por señora gritona y marido calzonazos pero de buen ver, y finalmente la pareja de pervertidos contra natura que formamos el señor osezno y un servidor. Aunque hasta la fecha las aguas parecen más o menos tranquilas, nuestro venerable edificio ("la casa de la bomba", ya os contaré algún día por qué) tiene un Pasado que incluye anécdotas tan divertidas como denuncias múltiples, intentos de asesinato, sabotajes, amenazas, chantajes y cacas de perro. La sal de la vida, como decía al principio.

En estos cinco años que llevamos aquí nosotros nos hemos mantenido mayormente al margen de todo este Pasado, salvo por ocasionales monsergas de alguna de las señoras que te cuenta sus penas durante hora y media en la escalera mientras tú asientes con cara de aburrimiento y sin entender nada, y salvo aquella vez que casi llego a las manos con la limpiadora de escalera borrachuza. Pero todo parece indicar que la paz se nos está acabando.

Jueves, uno de noviembre de 2012: resaca post-Halloween o, si lo preferís así, momento de arrobamiento místico de tanto pensar cristianamente en la muerte. En algún momento de la tarde, con el estómago aún lleno de restos de gintonic y buñuelos, el osezno y yo bajamos las escaleras del inmueble y nos encontramos con esto en el suelo:


No es algo que se encuentre muy a menudo en las zonas comunes de nuestro edificio, teniendo en cuenta que la edad media del inmueble es la de Bronce, pero no le dimos más importancia. El problema vino al día siguiente, cuando volvimos a encontrarnos el mismo objeto dentro de nuestro buzón. El mensaje implícito que percibimos en este acto es: "malditos guarros, pervertidos, quedaos vuestras sucias y pecaminosas gomas y haced vuestras cochinadas en privado". Yo, que siempre intento ver lo positivo de las cosas, saqué también esta lectura: "me dais envidia porque vosotros folláis y yo no". Así mientras sacábamos la cosa con pinzas y soplete del buzón, me reía entre dientes.

No, el envoltorio no era nuestro. Estamos demasiado viejos y tenemos las vértebras demasiado sensibles para montárnoslo en unas escaleras, sobre todo teniendo nuestra cama a diez metros. Mi teoría es que el candidato más probable es el hijo de nuestra vecina alquilada, que está como para mojar pan y quien desde que convive con el abuelo senil no creo que tenga mucha oportunidad de subir churris a casa. La verdad es que el chico además de guapo y buenorro tiene unos pezonacos que da gloria verlos, como vais a comprobar:


Yo me alegro mucho de que el chaval practique el sexo seguro, aunque por desgracia no sea conmigo, y no me importa que lo haga en mi escalera. De hecho, me encantaría que me dejara mirar. Pero me estoy yendo por las ramas...

El quid de la cuestión está en que algo tan inocente (a la par que pringoso) como es un envoltorio de condón me indica que sin comerlo ni beberlo hemos entrado en las Guerras Cántabras particulares de la Casa de la Bomba. Alguien ha debido de pensar que hemos pasado de ser los graciosos degenerados del 2B a ser los molestos maricones del mismo piso, y nos ha hecho blancos por primera vez de una clásica chiquillada vengativa entre vecinos. Que lo hayan hecho por envidia disfrazada de indignación me da bastante risa, pero puede que me ría menos cuando empiecen a intentar tirarme por las escaleras abajo. A ver en qué acaba la cosa...

6 comentarios:

Nils dijo...

Yo creo que lo más amable es que pinches el condón en el tablón de anuncios de la Comunidad con un mensaje así: "Ayer algún vecino perdió este condón que 'misteriosamente' acabó en nuestro buzón'. Lo dejamos aquí para que no lo vuelva a perder". : P

PD: Espero que por alguna vía privada de comunicación me pases el perfil del vecino de donde le has sacado esa foto con pezonacos jejejeje

rickisimus2 dijo...

La idea de Nils es buena.

Me pregunto cómo tiene la foto de los pezones del vecino...

Moriarty dijo...

Me uno a la pregunta: ¿cómo demonios ha logrado usted fotografiar esas tetas?

Saludos.

Sr_Skyzos dijo...

¿He de entender que el condón usado fue lo que cayó en vuestro buzón?

Nuestro vecindario da para mucho más de lo que contamos, que conste.

Anónimo dijo...

Hola Don Sufur, ya veo que no quieren usted y el lobezno quedarse embarazados y por eso utilizan preservativos por las escaleras de su edificio, nunca se sabe donde puede haber un espermatozoide embarazador.jajaja
Yo no me pregunto como ha fotografiado a su vecino (estoy seguro que le ha fotografiado entero y no solo sus pezonacos) porque se que usted es un gran fotografo que no pierde la oportunidad de mejorar su tecnica usando modelos ocasionales de todo tipo (sobre todo si estan buenos y llevan poca ropa)
A ver cuando nos hace una entrada con los modelos buenorros de las Cantabrias, hay pocos,lo se, pero a lo largo de los años alguno habra conseguido fotografiar
Besucos.
Agustín.

MM de planetamurciano dijo...

Como de todas maneras van a salir criticaos y con cuerpo de degeneraos, yo de ustedes me regalaba y automandaba por correoel dildo más grande del sexshop, de esos que sería imposible que cupiera en el buzón, y dejaría el paquete un par de días; servir no va a servir de mucho, pero menudas risas que se van a meter.

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