diciembre 01, 2012

Hoy toca repartir collejas

Hoy celebramos un año más el Día Mundial del Sida, y cuando digo "celebrar" lo digo en el mismo sentido que se celebra un entierro o un velatorio. Ha sido un año marcado por las malas noticias también en esto, con toda una batería de medidas de recorte y desatención por parte de nuestro Gobierno que me hacen hervir la sangre, aunque se veían venir. En Dosmanzanas está una nota de prensa que refleja muy bien el balance del primer año de gobierno de Rajoy:

y

La actuación del Gobierno sólo puede calificarse de canallesca y asesina: no solo desatiende la salud de los ciudadanos, sino que sus políticas se van a traducir en una aceleración de la expansión de ésta y otras epidemias a través de los sectores de la población que quedan fuera de la cobertura sanitaria. Esto es un crimen contra la humanidad y por lo tanto aprovecho para llamar desde aquí a Mariano Rajoy, a la ministra de Sanidad Ana Mato, al ministro de Hacienda Cristóbal Montono, así como al resto del despreciable Gobierno que tenemos la desgracia de padecer, lo que son: criminales, asesinos y malhechores.

Por supuesto también incluyo en mi ataque a la jerarquía de la Iglesia Católica, por su obstinada guerra contra el único método de prevención medianamente fiable que existe, el preservativo. La (i)lógica religiosa lleva a la Iglesia a por un lado prohibir las relaciones sexuales con preservativo y por el otro a cuidar amorosamente de las personas que enferman por cumplir con esa misma prohibición; a sus ojos, lo segundo compensa con creces lo primero, pero su lógica hace aguas por todas partes. Ratzinger y la caterva de ancianos enjoyados que pueblan los palacios obispales se merecen también el calificativo de asesinos.

Pero no acabo aquí con mi oleada de ataques furibundos. Hay un tercer grupo a quien quiero dirigir hoy mis improperios, y ese grupo somos nosotros mismos.

Está muy bien criticar a la panda de sinvergüenzas que nos gobierna y al aquelarre de hipócritas que supuestamente vela por la salud de nuestras almas, pero la mejor crítica ha de empezar siempre por uno mismo. 

Durante los últimos años, el número de relaciones sexuales sin protección ha aumentado de forma alarmante tanto entre homosexuales como heterosexuales. Esto se debe en buena medida a que la existencia de fármacos antirretrovirales ha convertido el Sida (en la mayor parte de los casos, y solo en los países industrializados) en una enfermedad crónica, y eso nos ha hecho bajar la guardia. Pero también se debe al cansancio que experimenta la sociedad tras treinta años de campañas de concienciación. Se trata de un peligroso efecto rebote que los trabajadores sociales y los activistas conocen muy bien: la prevención implica restricción, la restricción crea un tabú, y no hay nada tan excitante como romper un tabú.

Admitámoslo: la fantasía del bareback (follar a pelo) está en su mejor momento. Las páginas web y productoras de porno sin goma proliferan como setas; salvo honrosas excepciones, la mayoría de las compañías de entretenimiento para adultos que se han resistido al bareback han entrado en quiebra. Mientras el debate público entre detractores y defensores de esta práctica continúa, las cifras de ventas y las predilecciones del pueblo (¡cuántas veces hemos oído la frase "yo es que si veo un condón se me va todo el morbo"!) demuestran que la  batalla la tiene ya ganada el bareback. Y estoy hablando exclusivamente del porno gay: en el porno hetero, la batalla ni siquiera llegó a empezar (la mayoría de las escenas han sido siempre a pelo). Por mucho que se diga que la fantasía es solo eso, fantasía, lo cierto es que al final se acaba filtrando a nuestros comportamientos, sobre todo cuando el alcohol y otras drogas debilitan nuestras inhibiciones.

Yo soy el primero que reconozco el poder tremendo y transgresor que tiene sobre mí el deseo de romper con el tabú del sexo seguro: al igual que tantos otros, fantaseo con imágenes de salvajes bukkakes, de tíos que se lo tragan todo y culos rellenos como pavos. Como primates humanos que somos, contradictorios y algo ciclotímicos, queremos jugar con el fuego, aun sabiendo que nos vamos a quemar.

Existe todo un movimiento filosófico e incluso un sistema ético centrados en defender las prácticas de riesgo, con un discurso sorprendentemente bien articulado que no es trivial rebatir; no voy a repetir aquí sus argumentos pero sí decir que hay personas que, consciente y meditadamente, se ponen en riesgo (y ponen en riesgo a otros) teniendo muy claras las probables consecuencias de sus actos. Ya no es solamente un problema de falta de información o de tener un desliz o un accidente: el efecto rebote al que antes aludía se ha materializado en un rechazo voluntario del sexo seguro entre un sector creciente de la población. Y esto, por mucho que pueda ser defendido como una opción personal, es un problema colectivo.

Así que también lanzo una colleja compartida hacia nosotros mismos: porque al final los responsables últimos de nuestra salud no son ni el Gobierno ni los clérigos, sino cada uno de nosotros. Si los primeros pueden ser acusados de asesinos, los segundos podemos serlo de suicidas. Separemos la fantasía de la realidad. No bajemos la guardia. Seamos solidarios: es un problema de todos, una batalla de todos. Todos tenemos nuestra parte de responsabilidad, como en todos los demás aspectos de la vida. Hoy y durante todo el año, protejámonos unos a otros.




2 comentarios:

Miquel Àngel dijo...

Como se dice muchas veces "Se puede decir más fuerta, pero no mas claro". De acuerdo con tu comentario, pero al Gobierno, una colleja doble.

Eleuterio dijo...

Super.

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