Las
voces profundas, graves, solemnes de mis hermanos se alzan en canon a
mi alrededor, llenando de ecos el espacio que se extiende entre las
nobles pero decrépitas paredes de la capilla mayor de nuestro monasterio
de Santa Croce in Fossabanda.
Normalmente, el canto del Ángelus es para mí un momento de éxtasis
místico y estético, en el que mi alma se eleva, cual surtidor en
espiral, hasta llegar a tocar, casi, el rostro bendito de nuestro Señor
Jesucristo. Atrás quedan todas las cuitas del mundo material, del mundo
perecedero que se extiende más allá de los muros de nuestro santuario y
de las debilidades del cuerpo envejecido que aprisiona temporalmente mi
alma inmortal. Sin embargo, hoy no consigo alcanzar ese estado de
bendita transfiguración.
Estoy
preocupado por el futuro de nuestra congregación. A lo largo de su
dilatada existencia, la orden de los Melanios Calzados No
Intervencionistas se ha enfrentado a numerosas dificultades, como
aquella vez que el ejército garibaldino acampó junto al monasterio y a
la soldadesca le dio por usar nuestros santos muros para hacer aguas
menores y mayores, enturbiando así la calidad de la atmósfera monacal;
pero temo que la presente crisis pueda ser la definitiva. En este siglo
de feroz laicismo y falta de cristiana vocación, cada vez somos menos
monjes y la Orden, antaño próspera y rica, se ve abocada a la más
espantosa de las miserias.
Los signos de deterioro son sutiles, pero ahí están, expuestos a la mirada de cualquier observador atento. Gran parte del monasterio permanece vacío y abandonado, las instalaciones comunes están cada día más desvencijadas (con la excepción del gimnasio del hermano Pierfabrizio) y hasta las gallinas parecen cabizbajas y cariacontecidas. Los establos, los talleres y el huerto languidecen por falta de mano de obra: los hermanos Bettino, Matteo y yo mismo hacemos lo que podemos, pero ninguno de los tres somos ya precisamente jóvenes, y además los otros dos monjes parecen dedicar más tiempo y esfuerzos a intentar asesinarse el uno al otro que al honrado trabajo manual. Las arcas de la comunidad están vacías: subsistimos apenas con los magros productos que consigo extraer de nuestra huerta, los pocos huevos que nos proporcionan nuestras famélicas gallinas, los encurtidos y las salmueras que prepara el hermano Giuseppe, algo de leche que nos ofrecen generosamente los aldeanos y, en el caso del hermano Pierfabrizio, barritas de proteínas compradas al por mayor a través de internet. Los tapices y los frescos de la Capilla Mayor se decoloran por los estragos combinados del paso del tiempo y de la lluvia que se cuela por el agujero, del tamaño de una tanqueta, que se ha formado en el techo. El hermano Guglielmo lucha valientemente para preservar nuestro patrimonio cultural, repasando con rotulador las líneas del Pantocrátor del ábside, pero ni siquiera su pericia es rival para el paso implacable de los siglos. Incluso el retrato ecuestre de nuestro fundador, Melanio de Caltanisetta, que preside la sala capitular y que está atribuido nada menos que al famoso pintor florentino Annabello della Sborra (más conocido por su nombre artístico, “Zoccolino”), está tan deteriorado que ya no se sabe cual de las dos figuras corresponde al santo varón y cual al caballo. Con un patrimonio artístico tan depauperado las visitas de turistas admiradores del arte sacro han caído en picado, agravando aún más la situación.
Por
si fuera poco el disco de versiones en gregoriano de canciones de Kylie
Minogue que grabamos el año pasado a instancias del hermano
Pierfabrizio no nos ha dado casi ningún beneficio: si bien es cierto que
el disco fue un éxito de ventas, la mayor parte de la recaudación se la
ha quedado un tal Teddy Bautista, por motivos que no alcanzo a
comprender, y al Monasterio sólo le ha quedado en limpio un disco de
platino para colgar en la pared (en realidad es de latón pintado con
purpurina) y un nebuloso contrato para realizar en algún momento dado
una gira de actuaciones por las iglesias y monasterios de un lugar
llamado Chueca, del que nunca había oído hablar antes anteriormente.
Consciente
de esta lamentable situación, nuestro Padre Superior, fray Lucrezio,
nos reunió a todos (monjes y gallinas por igual) el otro día después de
las Vísperas. Fiel a las tradiciones de transparencia y democracia que
gobiernan nuestra Orden desde sus orígenes, el Superior estaba dispuesto
a escuchar todas nuestras ideas, sopesarlas cuidadosamente, meditarlas
en comunión con Cristo Nuestro Señor y, finalmente, ignorarlas por
completo y hacer su santa voluntad de acuerdo con lo que tuviera pensado
desde el principio. Fray Lucrezio nos informó
del desastroso estado de las cuentas de la Orden, conminándonos a
aportar ideas para el reflote económico del monasterio y rogando al
Espíritu Santo para que iluminara nuestras, cito literalmente, “miserables cabezas de chorlito”.
Como
no podía ser de otra manera, la mayor parte de los hermanos propuso
como solución perseverar en la oración. Fray Guglielmo sacó a colación
el caso de San Porfirio de Spamia, quien rezó siete novenas dedicadas a
la Virgen de los Remedios y fue recompensado con varios pozos de
petróleo. El abate Roger de Westfalia, por el contrario, no las rezó y
fue por ello castigado por Dios, quien lo convirtió en un pollo
tomatero. Acto seguido, fray Guglielmo nos exhortó a contar esta
historia a otros cinco monjes antes del fin de la Cuaresma, si no
queríamos acabar como el abate Roger (concretamente, en pepitoria).
Como lo cortés no quita lo valiente y el segundo lema de nuestra orden es “a Dios rogando y con el mazo dando” (el lema principal es “nunca combines calcetines blancos con sandalias”), el Padre Superior decidió que, sin olvidar por supuesto la oración, el monasterio debía realizar su propio aggiornamento,
adaptarse a los tiempos y sacar rendimiento de los caprichos imperantes
en la actual coyuntura macroeconómica. Para lo cual dio luz verde a un
par de iniciativas sugeridas por el hermano Pierfabrizio, que está más
enterado de lo que sucede en el mundo exterior.
La
primera consiste en potenciar nuestro pequeño negocio de artesanía. Por
algún motivo, la gente parece considerar que los monjes de Fossabanda
somos especialmente hábiles en la fabricación de artículos de cuero: se
nota que no conocen al hermano Matteo, quien repara los odres de vino
perforados pegándoles un chicle masticado sobre el orificio. Hasta ahora
sacábamos partido de esta inocente confusión ajena comprando a través
de internet algunas artesanías made in Taiwan y revendiéndolas a la puerta de la iglesia. Según el hermano Pierfabrizio, es hora de entrar en el business de forma seria: se ha puesto en contacto con un mayorista alemán especializado en la producción de hábitos y otros adminículos de cuero para el uso de hombres piadosos,
y desde hace unas semanas nos hemos convertido en distribuidores
oficiales en la región. Cuando no está atendiendo sus salmueras en la
cocina, el hermano Giuseppe se encarga de atender a los caballeros que
van llegando a la tienda, pidiendo ora unas fustas, ora unos látigos,
ora algún que otro arnés
para sujetarse a la Cruz durante las procesiones de Semana Santa. El
negocio parece ir bien, pero de nuevo el margen de beneficio es escaso
por culpa del impuesto sobre el valor añadido de los bienes de lujo.
La
segunda iniciativa del hermano Pierfabrizio me resulta un poco más
extraña: alquilar partes de nuestro bienamado monasterio para el rodaje
de una película. Ya he escrito en alguna otra ocasión que el hermano
Pierfabrizio, pese a su juventud, tiene más pasado (y más misterioso)
que todos los demás monjes juntos: siempre nos está hablando de lugares,
personas y posturas que son para nosotros totalmente desconocidas e
inimaginables. Pues bien, parece ser que nuestro novicio conoció hace
unos pocos años en cierto festival de cine independiente a un famoso director de cine, un tal Kristen Bjorn
–por el apellido deduzco que debe ser un neorrealista sueco–, con el
que entabló rápida y profunda amistad. Recordando en la hora de nuestra
penuria que el susodicho director manifestaba siempre interés en
encontrar parajes de singular belleza natural o arquitectónica para
emplazar la acción de sus películas, al hermano Pierfabrizio le vino en
mente que tal vez podríamos prestar, durante un corto tiempo y a cambio
de una generosa donación económica, nuestros venerables edificios de
piedra y ladrillo al afamado director.
El padre Lucrezio al principio no estaba muy convencido. “Porque a ver qué clase de película pretenden rodar, ¿eh?”, dijo, “no
quisiera que nuestro santo lugar de retiro se convirtiera en escenario
de una de esas horribles producciones llenas de disparos y explosiones.
O, peor aún, una película supuestamente histórica sobre comunistas”.
El hermano Pierfabrizio se apresuró a tranquilizarle, asegurándole que
en la película no habría nada de violencia sino, por el contrario,
grandes dosis de amor y otras virtudes igualmente cristianas. Más aún,
había hablado con el señor Bjorn y ambos habían acordado rodar una
película sobre la apasionante biografía de nuestro Fundador. Ante tales
argumentos el padre Lucrezio se mostró muy complacido y dio luz verde al
proyecto. La película tiene como título provisional “Abbey of Lust”,
cuyo significado se me escapa por no saber ni una palabra de inglés,
pero que suena francamente bien de los labios del hermano Pierfabrizio.
Hace
unos días que empezó el rodaje, a puerta totalmente cerrada. El señor
Bjorn llegó en una camioneta, acompañado de un equipo de fornidos
técnicos de imagen y sonido que manejaban un equipamiento en apariencia
complicadísimo. Acto seguido llegaron en dos furgonetas los aún más
fornidos actores, encabezados por el algo simiesco galán latino Jean Franko –aparentemente muy conocido por la calidad de su interpretación, según el hermano Pierfabrizio–; al
tratarse de una producción histórica ambientada en un monasterio, todos
los actores son de género masculino. Por último, apareció ante nuestras
puertas una motocicleta transportando una diminuta maleta de mano
marcada con la etiqueta “vestuario”.
Por
motivos técnicos se nos prohíbe a los monjes acceder a las zonas donde
se está rodando, no sea que en nuestro torpe desconocimiento del mundo
del cine vayamos a interrumpir alguna escena delicada o, peor aún,
romper algo. La única excepción a esta regla son el hermano Pierfabrizio
y el hermano Guglielmo. Al primero el director le ha ofrecido, en aras
de la vieja amistad, un pequeño papelito en la película: se trata del
joven pecador que, sorprendido en actos impuros, recibe severa
admonición por parte del santo Melanio y tres de sus seguidores, quienes
le imponen una justa penitencia, expulsando de su cuerpo los espíritus
malignos y conduciéndolo a la gozosa redención. Como he dicho antes, a
los demás monjes no se nos permite acceder al área de rodaje, pero
colocándonos detrás del muro a veces podemos escuchar parte de lo que en
ella sucede, y puedo asegurar que los gemidos y suspiros de dolor y
éxtasis místico que recita el hermano Pierfabrizio resultan de lo más
convincentes y conmovedores. En cuanto al hermano Giuglielmo, su
participación en la película es meramente técnica y surgió por pura
casualidad. Durante el segundo día de rodaje uno de los asistentes de
producción, que realizaba la pintoresca e incomprensible (para mí)
función de "fluffer"
de actores, sufrió un lamentable accidente laboral, dislocándose la
mandíbula. Inmediatamente el productor se dispuso a buscar un reemplazo,
necesitando una persona con "grandes cualidades orales". El hermano
Giuglielmo, con su excelente dicción alcanzada tras años leyendo en voz
alta las "Vidas de Santos",
parecía la opción más lógica. Fray Giuglielmo está contento con su nuevo
trabajo, que al parecer le llena bastante a juzgar por la perpetua
expresión de felicidad que ilumina su cara últimamente.
Espero
que estas iniciativas contribuyan a reflotar nuestra maltrecha economía
y, tal vez, a hacer que nuestro pequeño monasterio sea mejor conocido
allende nuestros muros. Tal vez de esa forma la gente joven reciba más
claramente la Llamada del Señor y empiecen a llegarnos las nuevas
vocaciones de las que estamos tan desesperadamente necesitados.
Amén.
4 comentarios:
A Jean Franko lo vi en el XXL de London, precisamente y, qué curioso, esta vez no acompañaba a ningún señor mayor. Eso sí, sin camiseta, como procede.
¿¿Pero como se va a llamar la peli?? Porque ardo en deseos de ir al estreno; tiene una pintaca increible.
Y otra cosa; también mataría por el disco de Kylie en gregoriano; teeeela, tela.
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