Como este año no hay Mundiales de Júrgol ni EuroCaspa ni Jugos Olímpicos ni ná de ná, pero las ansias ludopáticas del personal han de salir por alguna parte, las casas de juego formales e informales están llenándose de apuestas para adivinar quién será el próximo Obispo de Roma: las famosas Quinielas Pontificias, también llamadas Porras Papales o, para abreviar, PaPorras.
Las apuestas están por las nubes y todos los tradicionales patrocinadores de juegos y loterías, desde la Mafia Rusa al PP de la Comunidad de Madrid Eurovegas, juegan duro y sucio para obtener información y manipular las probabilidades de sucesión. Conectamos con nuestro corresponsal en la Capilla Sixtina, que sigue con interés las fases previas del Cónclave:
¡Saludos cordiales! ¡Nos encontramos en la Ciudad Eterna, desde la cual retransmitimos en directo el enfrentamiento amistoso entre dos de los candidatos a Sumo Pontífice más prometedores!
A mi derecha, el Cardenal Angelo Scola (italiano, peso wélter). El arzobispo de Milán viene con calzones rojo oscuro, sotana con sobrias borlas doradas, ribetes de Agatha Ruiz de la Prada y estola de armiño afgano. Al hacer su entrada en el ring, las monjas enloquecen al grito de "¡Santo, Santo!", "¡Guapooo!" y "¡Queremos un Mesías tuyo!". El Cardenal saluda desafiante, levantando los brazos en bendición apostólica, y reparte unas cuantas hostias al aire, esperando a que haga entrada su competidor.
A mi izquierda llega el Cardenal brasileño Odilo Pedro Scherer (peso gallo), vestido con un clásico capelo cardenalicio floreado, faja en lycra, casulla lila de terciopleo y anillo de zafiros, diamantes y plutonio enriquecido. El brasileño, que tampoco se queda corto a la hora de repartir hostias a diestro y siniestro, sube al ring con un potente Totus Tuus! que levanta oleadas de fervor entre sus seguidoras, quienes le arrojan tocas, rosarios y algún que otro escapulario.
Se va a iniciar el enfrentamiento. El Camarlengo se sitúa entre los dos rivales, recordándoles las reglas: nada en ensañamiento, prohibidos los milagros por debajo de la cintura y nada de resolver el problema de la teodicea antes del Fin de los Tiempos. Los contendientes asienten, mirándose el uno al otro a los ojos con aire desafiante. Una monja con hábitos holgados que dejan adivinar una faja térmica sube al ring, contoneándose con un cartel que indica que va a empezar el primer round. ¡Y suena la campana, señoras y señores!
El primer ataque lo realiza con rapidez el arzobispo italiano, quien se abalanza sobre su contrincante rociándole de agua bendita lanzada directamente a los ojos. El cardenal brasileño contraataca con un inicio de homilía en latín, pero tartamudea ante el ímpetu de su rival, pierde el hilo y no es capaz de terminar su alegato en contra de las minifaldas. El primer round acaba rápidamente con victoria parcial de monseñor Scola. La multitud de espectadores ruge y brama, sedienta de espectáculo de Fe, Esperanza y Caridad.
Los contendientes se retiran a sus esquinas, donde sus entrenadores y asesores espirituales les secan el sudor y les santiguan repetidas veces. Va a comezar el segundo round.
En esta ocasión el Cardenal Scherer sale mejor preparado, con una mano a modo de visera mientras con la otra prepara una excomunión. El arzobispo de Milán, que es perro viejo y ha combatido innumerables veces en el púlpito, utiliza una bula deflectora para rechazar el ataque. Ambos contrincantes colisionan y se enzarzan en una discusión acerca de cuántos ángeles caben en la cabeza de un afiler: el papable brasileño argumenta que al menos diez, si han venido en transporte público, y solamente cuatro si cada uno ha traído su coche. Monseñor Scola le rebate, diciendo que los afileres los hacen cada vez más pequeños, y que a los ángeles no les importa pagar un módico precio por meter sus BMWs en un párking cercano. El round termina en empate.
En el tercer round ambos contrincantes se enfrentan en el tradicional reto de ver cuál de los dos es capaz de pinchar más condones en un minuto. Para tratarse de dos carcamales al borde de la fosilización, ambos se mueven con una velicidad pasmosa: Monseñor Scola pincha noventa y cuatro preservativos, mientras que Monseñor Scherer logra batir el récord (ostentado previamente por Su Santidad Pío IX) con ciento quince profilácticos inutilizados. ¡Victoria en este round para el brasileño!
Los ánimos están caldeadísimos. Seguidores de uno y otro rival se increpan mutuamente, arrojándose palomitas de maíz y trocitos de pan ácimo unos a otros, hasta que el Camarlengo se ve obligado a intervenir poniendo orden: "Compórtense, por favor, que estamos en presencia de Padre, Hijo y Paloma". El público se calma y reza una novena pidiéndole a su deidad que, en su ira, no les convierta a todos en zarigüeyas.
Comienza el round decisivo. Ambos contrincantes se observan mutuamente, intentando encontrar un punto débil en su rival mientras dan vueltas uno en torno a otro blandiendo sus incensarios. La tensión se palpa en el ambiente mientras chispitas taumatúrgicas se forman en torno a ambos santos varones. Con tanta fe en el ambiente, es inevitable que se produzcan efectos secundarios: por toda la sala, el agua empieza a convertirse en vino, los panes y los peces a multiplicarse (por siete) y varias monjas se quedan preñadas sin comerlo ni beberlo. Curiosamente, un obispo también queda embarazado. De repente, Monseñor Scola rompe el empate lanzando anatemas y encíclicas sobre su rival. Éste contraataca con lluvias de ranas y latigazos con el cíngulo: por un momento las energías metafísicas de los dos rivales chocan y amenazan con rasgar el espacio-tiempo, provocar el Apocalipsis y convertirnos a todos en estatuas de sal, pero finalmente la maestría teológica de los rivales consigue domeñar las fuerzas divinas y enfocarlas debidamente. Con un bonito efecto de terremoto mientras el sol se para en el cielo. emerge un vencedor: Monseñor Scola, con la sotana un poco chamuscada. De su rival sólo quedan las clásicas botas humeantes y un vago olor a naftalina. Ahora sabemos que el brasileño ha quedado descartado en las PaPorras, pero nos contentamos sabiendo que su alma ha ascendido a los cielos, donde podrá seguir jugando al golf por toda la eternidad.
Seguiremos informando de los campeonatos. Se despide desde Roma su corresponsal, don Cernícalo Gómez Porrero.
Se va a iniciar el enfrentamiento. El Camarlengo se sitúa entre los dos rivales, recordándoles las reglas: nada en ensañamiento, prohibidos los milagros por debajo de la cintura y nada de resolver el problema de la teodicea antes del Fin de los Tiempos. Los contendientes asienten, mirándose el uno al otro a los ojos con aire desafiante. Una monja con hábitos holgados que dejan adivinar una faja térmica sube al ring, contoneándose con un cartel que indica que va a empezar el primer round. ¡Y suena la campana, señoras y señores!
El primer ataque lo realiza con rapidez el arzobispo italiano, quien se abalanza sobre su contrincante rociándole de agua bendita lanzada directamente a los ojos. El cardenal brasileño contraataca con un inicio de homilía en latín, pero tartamudea ante el ímpetu de su rival, pierde el hilo y no es capaz de terminar su alegato en contra de las minifaldas. El primer round acaba rápidamente con victoria parcial de monseñor Scola. La multitud de espectadores ruge y brama, sedienta de espectáculo de Fe, Esperanza y Caridad.
Los contendientes se retiran a sus esquinas, donde sus entrenadores y asesores espirituales les secan el sudor y les santiguan repetidas veces. Va a comezar el segundo round.
En esta ocasión el Cardenal Scherer sale mejor preparado, con una mano a modo de visera mientras con la otra prepara una excomunión. El arzobispo de Milán, que es perro viejo y ha combatido innumerables veces en el púlpito, utiliza una bula deflectora para rechazar el ataque. Ambos contrincantes colisionan y se enzarzan en una discusión acerca de cuántos ángeles caben en la cabeza de un afiler: el papable brasileño argumenta que al menos diez, si han venido en transporte público, y solamente cuatro si cada uno ha traído su coche. Monseñor Scola le rebate, diciendo que los afileres los hacen cada vez más pequeños, y que a los ángeles no les importa pagar un módico precio por meter sus BMWs en un párking cercano. El round termina en empate.
En el tercer round ambos contrincantes se enfrentan en el tradicional reto de ver cuál de los dos es capaz de pinchar más condones en un minuto. Para tratarse de dos carcamales al borde de la fosilización, ambos se mueven con una velicidad pasmosa: Monseñor Scola pincha noventa y cuatro preservativos, mientras que Monseñor Scherer logra batir el récord (ostentado previamente por Su Santidad Pío IX) con ciento quince profilácticos inutilizados. ¡Victoria en este round para el brasileño!
Los ánimos están caldeadísimos. Seguidores de uno y otro rival se increpan mutuamente, arrojándose palomitas de maíz y trocitos de pan ácimo unos a otros, hasta que el Camarlengo se ve obligado a intervenir poniendo orden: "Compórtense, por favor, que estamos en presencia de Padre, Hijo y Paloma". El público se calma y reza una novena pidiéndole a su deidad que, en su ira, no les convierta a todos en zarigüeyas.
Comienza el round decisivo. Ambos contrincantes se observan mutuamente, intentando encontrar un punto débil en su rival mientras dan vueltas uno en torno a otro blandiendo sus incensarios. La tensión se palpa en el ambiente mientras chispitas taumatúrgicas se forman en torno a ambos santos varones. Con tanta fe en el ambiente, es inevitable que se produzcan efectos secundarios: por toda la sala, el agua empieza a convertirse en vino, los panes y los peces a multiplicarse (por siete) y varias monjas se quedan preñadas sin comerlo ni beberlo. Curiosamente, un obispo también queda embarazado. De repente, Monseñor Scola rompe el empate lanzando anatemas y encíclicas sobre su rival. Éste contraataca con lluvias de ranas y latigazos con el cíngulo: por un momento las energías metafísicas de los dos rivales chocan y amenazan con rasgar el espacio-tiempo, provocar el Apocalipsis y convertirnos a todos en estatuas de sal, pero finalmente la maestría teológica de los rivales consigue domeñar las fuerzas divinas y enfocarlas debidamente. Con un bonito efecto de terremoto mientras el sol se para en el cielo. emerge un vencedor: Monseñor Scola, con la sotana un poco chamuscada. De su rival sólo quedan las clásicas botas humeantes y un vago olor a naftalina. Ahora sabemos que el brasileño ha quedado descartado en las PaPorras, pero nos contentamos sabiendo que su alma ha ascendido a los cielos, donde podrá seguir jugando al golf por toda la eternidad.
Seguiremos informando de los campeonatos. Se despide desde Roma su corresponsal, don Cernícalo Gómez Porrero.
3 comentarios:
Ay por Dios que risa y que tronchada...Lo estaba leyendo y lo visualizo y siento taaaanto que a nadie se le ocurra llevarlo a imagen y hacer un corto, porque sería maravilloso. Monseñor Scola era mi favo desde el principio, que quede claro.
El pinchamiento de condones deporte olímpico YA!
Jajaja, si así fuese la elección del Papa otro gallo les cantaría. Y conversiones a porrillo.
Sublime.
P.
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