abril 15, 2013

Croquetas

Adoro a Elvira Lindo. Ella es una de las pocas razones que me siguen animando a comprar el periódico los domingos. Su columna en las páginas dominicales es lo primero que devoro al abrir el periódico (si puedo, la devoro al mismo tiempo que devoro un cruasán a la plancha con mermelada: dos placeres en uno). Elvira Lindo es una maravillosa observadora del mundo, una deliciosa reportera, una estupenda escritora y una crítica aguda y certera cuando se lo propone.

Hace un tiempo, leí una columna de Elvira Lindo en la que ella comentaba su deseo de tener vacaciones para poder volver a Madrid y hacer lo que todos los españoles que viven en el extranjero hacen cuando vuelven unos días a casa: recorrer todos los bares del barrio reuniéndose con los amigos para hablar de la vida y comer croquetas. Las croquetas es una de las señas de identidad del español menos comentadas.

A esta observación de Elvira Lindo yo añado una propia: los extranjeros, cuando vienen a España por primera vez, lo hacen buscando paella, gazpacho y tortilla de patatas. Sin embargo, a partir de la segunda vez lo único que desean es comer croquetas hasta reventar.

Las croquetas son esenciales.


Por eso, al hacer una crónica de una boda lo verdaderamente importante es hablar de las croquetas. Una boda española no es boda si no hay croquetas. Después van pasando los años y los asistentes no se acuerdan del vestido de la novia, ni del número de veces que sonó Paquito el Chocolatero durante el baile, sino de las croquetas:
- ¿Te acuerdas de lo malas que estaban las croquetas de aquella boda a la que fuimos en Alpedrete, cariño?

- Cómo no me voy a acordar, si fue nuestra boda, ángel mío.

- Ahora todo me encaja. Con razón ya sabía yo que aquello no iba a salir nada bien...
Por eso, en esta crónica de la boda de Robin Shilvadin no voy a hablar de lo elegantes y deslumbrantes que iban los novios (ni falta que hace, ya que se da por hecho. Además, es por todos sabido que Robin destaca siempre en cualquier multitud: el chico parece llevar siempre consigo su propio foco de estadio de mil quinientos megavatios incorporado). Tampoco hablaré de lo selecto del local, ni de la aún más selecta concurrencia que se reunió para celebrar el enlace. No hablaré tampoco de lo guapos, merendables, suculentos y buenorros que estaban los amigos de los novios, llegados desde lugares tan dispares como Girona, Copenhague o Santo Domingo. Tampoco hablaré de los aceitados músculos de los strippers que amenizaron el baile saliendo de tartas, más que nada porque no hubo nada de eso (¡qué te habría costado, Robin, hombre...!). Ni hablaré de la pre-boda ni la post-boda tomando pinchos por la Laurel, ni del exótico wok oriental-argentino (una de esas maravillosas mezclas que sólo pueden ocurrir en provincias), ni de mi camisa italiana que tanto horrorizaba al osezno, ni de la forma que tuvieron los novios de integrarnos con sus amigos y hacernos sentir cómodos y queridos. No: eso son detalles menores que a casi nadie le interesan. Iré al meollo de lo importante, el quid de la cuestión, el candente tema que realmente nos atrae: las croquetas.

Se nota que fue una boda de tirarlo todo por la ventana, porque hubo dos tipos de croquetas: de jamón y de queso. A continuación, las notas de cata de cada una de ellas:
  • Croquetas de jamón: cantidad abundante. Tamaño mediano, con variaciones individuales. Esto es buena señal, ya que demasiada uniformidad en el tamaño de las croquetas es signo de industrialización excesiva del proceso de elaboración. Esfericidad: también variable, oscilando entre coeficientes de elipticidad ε = 0.01 y ε = 0.1, es decir: casi redondas. Rebozado ligeramente crujiente, poco aceitoso (definitivamente, un plus). Bechamel ligeramente grumosa, no totalmente conseguida, con un cierto toque harinoso que desmejora un poco el conjunto. Tropezones: abundantes, de color sonrosado, no muy salados. Sabrosa. Calificación: 7.5 sobre 10.
  • Croquetas de queso: cantidad moderada. Sólo pude probar una. Muy caliente al principio, debido al alto calor específico del queso. Esfericidad: croquetas elongadas, de tipo "puro", con elipticidades en torno al valor ε = 0.4. Tamaño: pequeñas, pero matonas. El rebozado en su punto: crujientes sin resultar duras. Consistencia: se pueden morder sin que se deshagan. Bechamel: cremosa, mezclada uniformemente con el queso, con un retrogusto sutil a nuez moscada, trascendiendo la ya clásica y manida receta de Simone Ortega. Tropezones: inapreciables. La cantidad de queso es pequeña, lo que podría interpretarse como un defecto, pero que en mi opinión logra el deseable efecto de hacer que el sabor del queso no domine completamente la croqueta. Calificación: 9.5 sobre 10.
Promediando ambas calificaciones croquetiles obtenemos un 8.5, esto es, notable alto - casi sobresaliente. Teniendo en cuenta que la calidad media de las croquetas de boda es, como su propio nombre indica, 5.0, concluimos que la boda de Robin y su señor marido fue excepcionalmente buena, y digna de ser recordada en la posteridad. Ahora solo queda esperar un tiempo hasta que podamos celebrar las Bodas de Plata y después de Oro, para ver si la calidad de las croquetas crece o disminuye con el tiempo. Esperemos lo primero...



4 comentarios:

MM de planetamurciano dijo...

Las croquetas es de esas cosas que ni me planteo ya hacer en casa, despues de miles de intentos con resultados patéticos y vergonzosos, pero sí, se reconocer que cuando estan bien hechas son un placer insuperable pero nunca será con las mías, ains...

Deric dijo...

Vaya! Creo que no comiste más croquetas de queso porque me las zampé yo casi todas! Estaban de vício!!!
Un placer haber coincidido contigo y el señor osezno (por fin le puse cara!) en este bodorrio de nuestro encantador, magnífico, estupendo, Robin.

Nils dijo...

Bajé este sábado a Jerez para una boda. El peor momento fue cuando sirvieron croquetas de rabo de toro y no pude comerlas por la dieta. ¡casi lloro!

Robin Shilvadin dijo...

La verdad, no sabéis lo que me costó andar haciendo cálculos y mediciones DE CADA CROQUETA para que la crítica fuera buena... Aún así, maldita desviación provocada por las sartenes del Alcampo!

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