julio 17, 2013

El Mar

- Así que estudias en Santander. Qué bonito. Todo verde y eso. ¿Te gusta aquello? No te veo muy moreno: ¿vas mucho a la playa?
- A la segunda pregunta, ya... tal. 
Esta escena se repite una y otra vez en cada ocasión que visito Segovia y mis padres me presentan a alguna señora que por supuesto debería conocer y no conozco.

Dior da pan a quien no tiene dientes. Qué frase más acertada, a pesar de venir del refranero popular. En estos simpáticos días de verano, en que hordas de turistas vallisoletanos (se les reconoce por el aire de pueblerino que aspira a sentirse aristocrático) y madrileños (se les reconoce porque son exactamente iguales a los vallisoletanos) inundan la ciudad intentando por todos los medios obstaculizar cualquier actividad que hagamos los que aún trabajamos aquí, me doy cuenta de lo paradójica y por lo general estúpida que es la vida: toda esta gentuza buscando la playa aquí, cuando estarían muchísimo más guapos en sus casas, mientras que yo me paso el año junto a las majestuosas costas del Cantábrico sin hacerles ni puto caso.


Mi relación con el mar es esta: hace unos 500 millones de años un bichejo repugnante decidió que le apetecía sair de las salobres aguas del océano para colonizar la tierra, y varios trillones de generaciones después aquí estoy yo, igualmente repugnante, pensando que qué buena idea tuvo mi ancestro, y que para qué cambiar de opinión ahora.




En términos más concretos, el océano es para mí ese elemento del paisaje tan difícil de fotografiar como es debido y del cual salen periódicamente olas gigantes que matan gente, medusas, condones usados y lubinas a la plancha. 




La última vez que fui a la playa aquí en Cantabria creo que gobernaba Sagasta, Práxedes para los amigos, si mi memoria no me falla. Aparte de mi desconfianza hacia el piélago en si mismo (a quién se le ocurriría dejar tanta agua ahí tirada, en todo el suelo... me parece el colmo de la dejadez) influyen en mi desidia varios elementos: a) que la arena pegada a la piel me parece incomodísima b) que el agua en estas latitudes está más fría que la Merkel en una actuación de Peret c) que las playas interesantes de Cantabria están todas a tomar por saco, y yo no conduzco y d) que siempre encuentro algo más interesante que hacer, como por ejemplo mirarme las uñas de los pies. Añadan a esto que tengo la piel blanca como una albina vestida de novia y bañada en lejía: soy de esas personas a las que les encanta disfrutar el sol desde la sombra, a ser posible con una copa de algo con una sombrillita en la mano.





Dado que estoy en fase de reevaluar mi vida y en estos tiempos inciertos nunca sé qué es realmente parte "sana" de mí y qué se debe a mi transtorno psiquátrico, a veces me da por cuestionarme si mi disgusto por la playa no puede ser más que una manifestación de mi obsesión por el control, que me lleva a preferir ambientes urbanos y más bien asépticos a espacios pringosos y naturales. A lo mejor resulta que descubro que hay algo intrínsecamente disfrutable en el hecho de acarrear unas toallas, unas botellas de agua caldosa y una sombrilla a través de arena incandescente hasta llegar a una zona ligeramente menos hacinada de playa, llena de colillas usadas y residuos varios, donde, tras pelear con varias familias de domingueros por un palmo más de arena, poder exhibir mis deformes lorzas al mundo mientras recibo los balonazos de niños descontrolados. Y a lo mejor resulta que puede ser enormemente relajante untarme el cuerpo de lociones hidrocarburadas pastosas, sobre las cuales se pega la arena dejándome como una croqueta viva, y tumbarme bajo un sol despiadado a escuchar el rumor de las olas, las gaviotas peleándose por los restos de una paella de chiringuito cargadita de salmonelas y las rumbas que ponen a todo trapo los gitanos de al lado, mientras mi cuerpo suda, mezclando agradablemente chorretones de secreciones y otras excrecencias con la crema de protección solar. Es entonces cuando este engrudo, salpimentado de arena y cenizas provinientes de las colillas que adornan la playa, llegaría a mis ojos, provocándome una reconfortante conjuntivitis. Y después, tal vez, sea posible que pueda llegar a divertirme yendo al agua, cuya temperatura nunca está exactamente a mi gusto, y donde podré bañarme con otros seis mil mamíferos de mi misma especie, cada cual con una enfermedad más simpática que la anterior, felizmente acompañados por medusas, peces carroñeros, bolsas de plástico, cadáveres de animales variados y otra serie de residuos naturales e industriales más o menos pesados. Finalmente, en un momento de gozo incontenible, quizás pueda apreciar en su justa medida el placer supremo que consiste en salir del agua, y notar como la evaporación va creando sobre mi epidermis una costra de sal, crema desvaída, arenisca, alquitrán y caca, creando ese agradable picorcillo que me acompañará todo el resto de la jornada, hasta que pueda llegar a mi bendito hogar y dejarlo todo perdido de arena, en lo que corro a refugiarme en mi adorada ducha. Sí: tal vez la playa sea un lugar mágico y maravilloso en el que volver a ser consciente de lo afortunado que soy de no tener que vivir allí.




6 comentarios:

Allau dijo...

No tengas duda, todo lo que conlleva el mar, el verano y Georgie Dann es intrínsecamente malo. Podría ofrecerte un millón de argumentos si no hubiese sido abducido por esa estupidez generalizada que resulta tan simpática durante la temporada de baños.

Unknown dijo...

Jo, has puesto unos argumentos tan contundentes que a ver quién es el listo que te convence de lo contrario...

Yo hace unos años detestaba la playa, pero ahora cada día me gusta más. Eso sí, yo tengo coche para elegir la playa que más me gusta (nudista siempre que puedo). ¡Y el agua no está tan fría, que yo también soy de ir al Cantábrico! Cuando voy al Levante ma parece que me baño en sopa.

Ah, se me ha ocurrido un argumento: ¿los chulazos con el turbo no te parecen suficiente razón para ir a la playa?

starfighter dijo...

Estando como estoy rodeado agua, reconozco que me encanta la playa y aunque sea un poco perezoso me cojo la mochila y poco más, que tampoco hace falta llevarte la casa. Eso sí, huyo de las playas familiares y abarrotadas, prefiero caminar un poco y estar más tranquilo.

Eso sí, leyendo el último párrafo se le quitan las ganas a uno de todo.

Mocho dijo...

¡Cascarrabias!

Todas esas melindreces "clubdelacomediastyle" se vienen abajo cuando te metes a luchar contra las olas.

Gárgamel dijo...

Me lo imagino en plan abuelo Cebolleta "niño, vete con la pelotita a tomar por culo", "esta juventud ya no respeta a sus mayores"... :P

Anónimo dijo...

Don Sufur, que las cosas parecen según del cristal con que se mire, me parece una realidad. No puedo decirle que la playa es una alegría, porque bien es verdad que en estas fechas da horror sentir tanto calor humano y del solano, pero para mí la playa me ofrece un encanto que la piscina no me da. Estoy con usted que hay que ser sadomaso rodeado de tanta gente, arena y agua, pero estará conmigo que su labor de viajero puede llevarle a mejores puertos.

De todas formas, disfrute el verano como mejor quiera, que el verano de sol y playa también es un invento como las rebajas, jejejjej.

Un abrazo efusivo de este costa soleño.

redder_2007@hotmail.com

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