Otra conversación desnortada:
- Ay, Sufur, a ver si me recomiendas un buen aparthotel en Santander para que pueda ir con mi mujer y nuestro bebé en agosto. Estamos deseando ir al Norte para estar fresquitos.- Os recomiendo Laponia: allí personas con vuestros gustos deben estar tan ricamente en esta época del año.
Mi director de tesis me enseñó todo lo que debe saber un hombre. Una de sus lecciones más valiosas es esta: la gente no tiene ni puta idea. Según nuestra muy poco fiable amiga, la Wikipedia, la sensación térmica es "el resultado de la forma en que la piel percibe la temperatura de los objetos y/o de su entorno, la cual no refleja fielmente la temperatura real de dichos objetos y/o entorno". En la estimación de la sensación térmica influyen muchos factores, algunos subjetivos pero otros cuantificables como son el viento, la capacidad de los objetos que tocamos para conducir el calor, la humedad y otras muchas otras variables.
Lo que mata es la humedad.
En torno a toda estrella ordinaria existe una delgadísima zona que llamamos ecosfera: la región donde el balance entre la densidad de energía que llega y la que se pierde es tal que puede existir agua líquida y, por lo tanto, donde podrían existir planetas habitables para nosotros. La ecosfera es una franja muy degada: un poquito más cerca de la estrella y te achicharras; un poco más lejos y te congelas. Traigo esto a colación porque lo mismo ocurre con el confort térmico en zonas de alta humedad.
Yo lo tengo medido: en Santander, con una humedad relativa en torno al 90% como la que hay ahora, mi zona de confort térmico está entre los 22 grados y medio y los 23, más/menos medio grado. Por debajo de esa temperatura puede parecer que se está bien, pero en cuanto te quedas un rato largo quieto la humedad se te "mete en los huesos", como decía mi abuela, y te quedas frío. Por encima de ese rango, se entra en la zona de bochorno, en la que sudas hasta por parpadear.
En estos días plomizos de julio, en los que el cielo parece una crema de espárragos blancos y cae continuamente un chirimiri sucio y pegajoso, salir a la calle significa empaparse por partida doble: por el engrudo acuoso que cae del cielo y por el repugnante sudor que se expande desde tu interior. No es de extrañar que media Cantabria viva pegada al pañuelo: los catarros son de órdago. Se da el extraño fenómeno, tradicionalmente asociado a las inspecciones de Hacienda, del sudor frío: sentir en la piel ese desagradable escalofrío causado por la lluvia y, al mismo tiempo, en los riñones el hilillo de sudor que te escurre por la espalda.
Uno casi se imagina en una antigua plantación de la Lousiana, rodeado de esclavos sudorosos de piel lustrosa, con la salvedad de que aquí en vez de tener plantaciones de algodón, cocodrilos y potentes mandingos tenemos anchoas, gaviotas carroñeras y señoras con laca.
¿Queréis fresquito en verano? Invertid en un buen sistema de aire acondicionado. Aquí lo que hace es el clásico clima tropical del norte.
Lo que mata es la humedad.
En torno a toda estrella ordinaria existe una delgadísima zona que llamamos ecosfera: la región donde el balance entre la densidad de energía que llega y la que se pierde es tal que puede existir agua líquida y, por lo tanto, donde podrían existir planetas habitables para nosotros. La ecosfera es una franja muy degada: un poquito más cerca de la estrella y te achicharras; un poco más lejos y te congelas. Traigo esto a colación porque lo mismo ocurre con el confort térmico en zonas de alta humedad.
Yo lo tengo medido: en Santander, con una humedad relativa en torno al 90% como la que hay ahora, mi zona de confort térmico está entre los 22 grados y medio y los 23, más/menos medio grado. Por debajo de esa temperatura puede parecer que se está bien, pero en cuanto te quedas un rato largo quieto la humedad se te "mete en los huesos", como decía mi abuela, y te quedas frío. Por encima de ese rango, se entra en la zona de bochorno, en la que sudas hasta por parpadear.
En estos días plomizos de julio, en los que el cielo parece una crema de espárragos blancos y cae continuamente un chirimiri sucio y pegajoso, salir a la calle significa empaparse por partida doble: por el engrudo acuoso que cae del cielo y por el repugnante sudor que se expande desde tu interior. No es de extrañar que media Cantabria viva pegada al pañuelo: los catarros son de órdago. Se da el extraño fenómeno, tradicionalmente asociado a las inspecciones de Hacienda, del sudor frío: sentir en la piel ese desagradable escalofrío causado por la lluvia y, al mismo tiempo, en los riñones el hilillo de sudor que te escurre por la espalda.
Uno casi se imagina en una antigua plantación de la Lousiana, rodeado de esclavos sudorosos de piel lustrosa, con la salvedad de que aquí en vez de tener plantaciones de algodón, cocodrilos y potentes mandingos tenemos anchoas, gaviotas carroñeras y señoras con laca.
¿Queréis fresquito en verano? Invertid en un buen sistema de aire acondicionado. Aquí lo que hace es el clásico clima tropical del norte.
5 comentarios:
ay, no me hables de sensación térmica, que este año estoy pasando un frío horrible (en primavera) y el verano menos caluroso de mi vida (thanks god) por culpa de que mi cuerpo aún no sabe regularse y se sigue pensando que peso lo que pesaba antes.
Más de 25 grados y la humedad disparada es lo peor. En esos momentos puedo llegar al nivel maricaestreñida (mírame pero no me toques). Es lo peor.
Como buen segoviano, supongo que preferirás los climas secos. A mí me pasa al revés: el calor seco me hace boquear como un pez fuera del agua. Bueno, y los caballeros de las imágenes también, para qué nos vamos a engañar.
No sabes lo que me ha gustado tu entrada. Detesto los tópicos sobre el clima, son conversaciones que no soporto.
Ayer mismo oía a la auxiliar de mi dentista decir que ella no iba a Cádiz en verano por el calor (??); imagino que lo confundiría con Córdoba o Sevilla. Lo más gracioso es que se iba a Bènicassim.
Piensa que para los del sur, en el norte siempre hace fresco aunque estéis en plena ola de calor.
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