Día 1: Venecia.
Estoy muy emocionado. Hoy es mi primer día como capitán de crucero. Estaré al mando del “Grand Celebration”, después de haber sido segundo al bordo en el “Princess of the Seas” y en el “Luxury Empress”, y tras haber ocupado el papel de contramaestre en los navíos “Maximum Elegance”, “Almost Infinite Hapinnes” y “Big Hair”. Las autoridades siguen buscando al gran hijo de puta que pone estos nombres de mierda a los barcos trasatlánticos.
Mi toma de posesión se ha visto un poco ensombrecida por caras largas y cuchicheos ominosos en la sala de oficiales del Puerto de Venecia. Mis compañeros capitanes de barco se han acercado a darme la enhorabuena con el rostro solemne y triste con el que se da el pésame a un amigo tras el fallecimiento de un familiar. Algunos menean tristemente la cabeza y musitan: “qué pena… tan joven”, o: “Le ha tocado la Nave Maldita, pobre hombre…”. No entiendo nada, pero estoy tan contento por ni nuevo rango que hago caso omiso de los comentarios. Al anochecer, subo al barco y me presento a la tripulación. Conozco a mis primeros oficiales, una selecta combinación de expertos internacionales: el señor Espoc, oficial científico y jefe de cocinas, el señor Escote, jefe de máquinas, el doctor Makoi, médico de a bordo, los tripulantes Chulu y Dostoievski, y la sensual jefa de espectáculos y animación la señorita U. Julia. Todos dan un aspecto cansado y lamentable, con los ojos enrojecidos y algo desencajados, cosa que atribuyo a un espíritu trabajador y de superación. Les doy la enhorabuena por todo y les aseguro que nos vamos a llevar divinamente. Acto seguido visito la sala de mando, decorada con gran profusión de trozos de esparadrapo que sujetan entre sí los distintos elementos de los paneles de instrumentos. Así que me ha tocado un barco un tanto viejo. Casi mejor: me gustan los barcos marineros, moldeados por los años recorriendo con pericia los siete mares. Después leo la placa sobre el timón: “INAUGURADO POR SS.MM. LA REINA ISABEL EN MAYO DE 2013”. Se habrán equivocado al hacer la placa.
Van entrando, de forma ordenada aunque un poco tardía, los pasajeros. La mayoría son españoles. ¡Bravo y olé! Seguro que será una travesía agradable y divertida. Esta gente lleva la fiesta y la alegría de vivir allá donde van.
Día 2: Venecia.
Hoy hemos zarpado con una hora de retraso. Algunos pasajeros han llegado tarde al barco, a pesar de habérseles explicado muy claramente que las autoridades portuarias nos obligan a respetar de forma estricta unos horarios muy concretos. Ese no ha sido el único problema: diversos pasajeros han pasado la mañana quejándose sobre la temperatura de las áreas comunes, unos diciendo que hace demasiado frío y otros que hace demasiado calor. Para complacer los gustos de nuestros pasajeros españoles, el señor Espoc ha añadido al repertorio del buffet un plato denominado “paella”. Grave error: cientos de pasajeros se han permitido la libertad de ofrecer su opinión negativa con total franqueza, unos diciendo que la paella no lleva marisco, otros diciendo que hace falta más marisco, algunos opinando acerca de la necesidad o no de incluir conejo de una u otra forma, otros exigiendo habas, unos más especificando cantidades y cualidades de algo llamado socarrat… al parecer cada español tiene su propia receta de paella, y está convencido de que la suya es la única auténtica. Ha estallado una reyerta en el comedor principal entre partidarios y detractores del langostino. Como resultado, el doctor Makoi ha pasado la noche aplicando tiritas y apósitos a los heridos. Lo curioso es que los pasajeros han devorado hasta el último grano de arroz.
Quitando estos pequeños inconvenientes, la singladura ha empezado bien. Avanzamos por el Adriático a buen ritmo y las aguas están tranquilas. Mañana será otro día.
Día 3: Dubrovnik.
La Perla del Adriático nos recibe con sus brazos abiertos y ávidos de euros. Los emprendedores hosteleros croatas se frotan las manos preparando sus menús para ofrecer a los turistas las más deliciosas especialidades yugoslavas. Sin ningún éxito: los españoles han saqueado el buffet del desayuno, agarrando cada uno dos barras de pan y varios kilos de chóped con los que preparar bocadillos para alimentarse durante la visita. Se ha producido una cierta confusión con las excursiones, ya que ningún español que se precie escucha las instrucciones que se les dan para bajar ordenadamente a sus autobuses correspondientes. En su lugar, prefieren hablar entre ellos animadamente, a grito pelado, sobre lo bonitos que son sus pueblos. Al parecer, en ningún sitio se vive mejor que en ellos. Al final todos se equivocan de autobús, lo cual lleva a multitud de quejas, lamentos, amenazas y reclamaciones para que les devuelvan su dinero.
Por la noche, ya en mar abierta, ha estallado un altercado en el comedor del restaurante Vistahermosa. Hoy ofrecíamos ternera Strogonoff y langosta a la Thermidor, pero los comensales exigían croquetas. Ha habido momentos de gran tensión cuando un grupo de rebeldes se ha atrincherado en el buffet, montando unas barricadas improvisadas y exigiendo, cito literalmente, “menos mierda para guiris y más comida de verdad”.
Día 4: Corfú.
El amotinamiento de las croquetas se ha ido extendiendo hasta convertirse en una batalla campal que se ha extendido por todo el barco. Los daños son difíciles de evaluar: hemos perdido las cubiertas 3 y 7, se contabilizan al menos treinta muertos –la mayor parte miembros de la tripulación– y la sala de máquinas ha sufrido daños que nos obligan a navegar a media potencia. Por un momento he estado convencido de que perderíamos el control del barco y seríamos todos pasados por la quilla, hasta que la señorita U. Julia, cuyo abuelo era español, ha tenido la feliz ocurrencia de hacer el siguiente anuncio por megafonía: “atención por favor, se recuerda a los gentiles pasajeros que está terminantemente prohibido saltar por la borda hacia el mar. Gracias”. Mano de santo: automáticamente la mayor parte de los amotinados se ha arrojado a las aguas, pereciendo a satisfacción. Según la señorita U. Julia, esto se explica por un rasgo particular del carácter ibérico: todo español se siente intrínsecamente superior a cualquier norma establecida, creyéndose más listo que los demás. Gracias a esta medida, el motín puede ser sofocado. Con los cadáveres, los cocineros preparan croquetas, y vuelve la paz y la armonía a nuestro navío.
Día 5: Santorini.
Tras la visita a la más hermosa de las islas Cícladas –que, sin embargo, en opinión de un señor de Sabadell no tiene nada que no tenga su pueblo–, el barco vuelve a zarpar. Por la noche es la Cena de Gala, seguida de diversas fiestas en las distintas discotecas de las cubiertas 9, 10 y 11. La mezcla antinatural de música de José Luis Perales y Dyango en la discoteca para jubilados con los grandes éxitos de Carlos Baute en el Salón Latino, el “ai se eu te pego” y Shakira en la discoteca “Ática”, más las rumbas y sevillanas favorecidas por los pasajeros catalanes en sus fiestas privadas, han producido una extraña combinación de ultrasonidos que ha logrado, de alguna manera, despertar a un monstruo primordial de las profundidades marinas. Sin previo aviso, unos gigantescos tentáculos de más de ciento cincuenta metros cada uno han aferrado el barco, amenazando con despedazarlo como quien pela un pistacho. No sé qué clase de monstruo era, si el legendario Kraken de las profundidades o alguno de los dioses primigenios de los mitos de H. P. Lovecraft, tal vez el propio y temido Chtulhu, pero cuando todo parecía perdido una horda de pasajeros, acaudillados por una señora de O Grove, se han abalanzado sobre los tentáculos, vapuleándolos con fuerza inusitada, ablandándolos y dejándolos inertes. Luego, siguiendo las instrucciones de la señora, los españoles han cocido los tentáculos, los han cortado en rodajas y los han servido con patatas, aceite, sal gorda y pimentón dulce: mil seiscientas toneladas de monstro a feira que han durado, en manos de los pasajeros, menos que un telediario. En ocasiones tiene sus ventajas viajar con españoles.
Día 6: Atenas.
La organización ha tenido que devolver todo el dinero de las excursiones de hoy a los iracundos pasajeros. Han visitado la Acrópolis y su orgulloso Partenón, y no les ha gustado nada. “Estaba todo roto”, decían unos murcianos, “ya podían arreglarlo un poco. Yo tengo un cuñado que, por cuatro perras, podría alicatarlo todo, o al menos poner un pladur, y dejarlo todo niquelado”. Comentarios como ese han sido la tónica general: al parecer todo español tiene un cuñado en el negocio de las chapuzas. Hoy hemos perdido, por suicidio, a tres guías turísticos y a dos conductores de autobús. Se han declarado tres incendios con explosiones de gas, dos en la cubierta 4 y otro en la 7, debido a colillas de cigarrillos mal apagadas en áreas donde está prohibido fumar. El número de bajas asciende a 89. Mis dolores de cabeza no se van ya ni con un bocadillo de ibuprofenos.
Día 7: Estambul.
Renqueando y muy dañado, el Gran Celebration llega a puerto en Estambul. Hacemos un pequeño desvío para poder disfrutar de vistas inmejorables de la antigua Bizancio, después imperial Constantinopla, capital milenaria del Imperio Romano de Oriente, ahora orgullosa Estambul: la ciudad más hermosa del mundo, faro de civilización y arte durante los últimos dos milenios, encrucijada de civilizaciones, crisol de religiones, puerta abierta entre Oriente y Occidente. Los españoles, por supuesto, ignoran todo el espectáculo, prefiriéndo mirarse el ombligo en las piscinas, de espaldas al panorama de la ciudad inmortal. Después de atracar, observo con alivio cómo los españoles descienden a tierra firme, decididos a hacer los único que les importa en un sitio como este: recorrer los bazares regateando mierdas made in China y despreciar a los otomanos llamándoles, con inaudita ignorancia, "moritos de mierda". He perdido quince kilos y casi toda mi cabellera en estos días. Siento deseos de suicidarme. He pedido a la compañía que me degraden a mozo de máquinas, renunciando a mi antiguedad en la empresa y a todos mis privilegios adquiridos. Si no me lo conceden, me arrojaré al mar y dejaré que las gaviotas se disputen mis despojos. Eso, si no lo hacen antes los malditos españoles...
4 comentarios:
¡Por favor, vaya tour!
Al menos ha llegado vivo a Estambul, en que estado es otra cosa.
En mi BARCO y en mis ESCALAS, pero 3 años tarde NOOOOOOOOOOO, D. Sufur podíamos haber coincidido!!!!
redder_2007@hotmail.com
Es que sólo a usted se le ocurre viajar con españoles, qué temeridad.
La fecha está bien, es 2013 ab urbe condita.
Publicar un comentario