marzo 12, 2014

Dioses menores

Para alegría de muchas almas bienpensantes, vivimos una época de renacimiento de lo espiritual y religioso. El nuevo Papa hace que se mojen las braguitas de miles de jóvenes monjas y fervorosas catequistas allá donde va, la Ministra de Trabajo pone en las competentes manos de la Virgen del Rocío la gestión de la crisis, otra Virgen recibe la Medalla de Oro al Mérito Policial y, lo que es aún más inquietante, la tal Madonna lleva ya más de una semana sin cambiarse de religión. En estos tiempos turbulentos, el hombre se asoma al abismo existencial y, viéndolo muy desaprovechado, decide recalificarlo, convertirlo en terreno consagrable y llenarlo de iconos, palitos de incienso y estampitas de una horterez incalculable. La proliferación religiosa se ha visto reforzada por el fenómendo de la globalización, produciéndose interesantes sincretismos gracias a los cuales podemos ver euskopagodas en Bilbao, altares cabalísticos en Hamburgo o templos  dedicados a Chtulhu en la calle Génova.

En este blog siempre hemos estado muy a la última moda, en lo que se suele llamar la avant-garde, y por eso no solo nos apuntamos al carro, sino que aportamos ideas; en este caso, recuperando del olvido de los siglos a algunos dioses menores que durante las oleadas de laicismo agresivo de la Ilustración perdieron su cuota de adoradores y que ahora, con un poco de suerte, pueden volver al "candelabro", como esas actrices del destape que pese a haber engordado noventa kilos vuelven hoy en día a las pantallas como musas de directores frikis.

Para no ser tildados de chovinistas, hablaremos de dioses alejados de nuestro politeísmo local, el catolicismo. No hace falta recurrir a nuestro vodevilesco santoral para encontrar adecuados objetos de adoración: otras culturas han sido igualmente esquizofrénicas, produciendo panteones de lo más ricos y coloridos. Tomemos como ejemplo a los griegos, con sus culebrones olímpicos, sus faunos, sátiros y musas; o al panteón nórdico, famoso de nuevo gracias a los pectorales de Chris Hemsworth,  con sus aesires, sus vanires, sus gigantes de hielo y sus señoras rubicundas y rollizas con coraza y casco a juego.

Otros panteones nos resultan menos conocidos por estar más lejanos temporal y geográficamente, o porque Hollywood aún no les ha visto el tirón suficiente. Pongamos el caso del panteón egipcio: todos conocen perfectamente a Horus, el dios con cabeza de halcón, o a Anubis, el dios con cabeza de chacal, pero nadie recuerda a dioses menores como Kacakulopedopis, dios del humor zafio y facilón, que usualmente es representado como un hombre con cabeza de perro llamado Mistetas, o como Cococoris, el dios con cabeza de periquito, que fue expulsado del panteón por repetir constantemente todo lo que decía Osiris. Pero en el continente africano existen muchos otros panteones prácticamente desconocidos para el hombre europeo, como por ejemplo los dioses de los Masai, que son todos vacas, o los dioses zulúes, de los cuales el más poderoso es el terrible Unkulunkulu y el menos poderoso, el lamentable Xuxho, el dios de los perritos de señora mayor.




En Norteamérica aún perviven algunas de las ancestrales religiones de las tribus indias. Eran éstas culturas de profunda espiritualidad, que ha generado dioses tan populares como Manitú o el Gran Espíritu, que ahora regenta un casino en una reserva de Arizona. Los antiguos Cherokees contaban entre sus dioses a los mellizos Guatapiti y Guataparti, dioses respectivamente del luto y de las fiestas. Los hermanos, aunque idénticos en poder y estatura, eran de personalidades opuestas, y uno ligaba muchísimo más que el otro. A Guatapiti se lo suele representar como un hombre avinagrado tocado con un penacho de plumas negras de pavo soltero, mientras que Guataparti viste según la ocasión tocados de plumas de ave del paraíso, cinturones hechos con bananas maduras, sombreros de frutas tropicales, boas de plumas y muchas, muchas lentejuelas.




Asia es sin duda el paraíso del buscador de patrocinio divino: desde los ricos panteones sintoístas del Japón, con sus dioses que se dedican a convertirse en animales que hablan para confundir al personal, a las miles de coloridas figuras divinas de los templos hindúes: allí es posible encontrar un dios adecuado para cada ocasión, como por ejemplo Prethâbutanopayasha, dios de la mortadela de aceitunas, o Phuttugluglulassififilomma, diosa de las llaves Allen.  La regla general, para no perderse, es que cuantas más sílabas tiene el nombre de un dios, más mindundi es.

No nos olvidemos de los desiertos australianos, donde los sabios aborígenes miraban a las estrellas y se preguntaban donde encontrar whisky a esas horas de la noche mucho antes de que en Europa descubriéramos las vacaciones pagadas. En la mitología aborigen, todos somos guiados por Sueños mediante los cuales los espíritus nos comunican sus deseos, como por ejemplo "cambia el canal de la tele, que está a punto de empezar un partido de Liga". La Serpiente Arco Iris es uno de los más poderosos espíritus, pero hay otros muchos más, como por ejemplo el Zorro Plateado, el Canguro de Color Entre Ocre y Parduzco, o la ya extinta Abubilla Fucsia,  que fue devorada por el Caimán Verde Oscuro. 

Como ven, nuestros ancestros nos han legado un tesoro de dioses, diosas y otras cosas que no se sabe muy bien qué son, pero a los que no conviene hacer enfadar demasiado, para que podamos elegir entre un amplísimo muestrario de seres sobrenaturales a los que confiar nuestras vidas, para que tomen decisiones por nosotros y para que nos envíen lluvia, sol, maná o puntos de Iberia Plus según lo vayamos necesitando. ¡Nunca antes la superstición había sido tan fácil!



1 comentario:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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