mayo 02, 2014

Forzándome a escribir algo

Mayo y junio son los meses santanderinos más tontos. Se instala La Nube, esa masa de vapor de agua del color y textura del porridge, sobre la ciudad y todo se vuelve gris y anodino. Sorprendentemente,  el invierno es mucho más colorido, con sus cielos desgarrados y sus violentos cambios de luz. La Nube, sin embargo, es uniforme y más sosa que un mítin de Rubalcaba. La temperatura se estabiliza en un ni fu ni fa que es lo justo para pasar calor cuando uno se mueve y frío en cuanto se queda quieto: se pillan unos catarros que da gloria verlos.




Con La Nube me entra la famosa astenia, que en este caso no es primaveral sino nebular, y se me secan las ideas: no se me ocurre qué escribir. No tengo nada que contar, ni interesante ni aburrido, y ni siquiera se me ha roto ninguna uña, que es del tipo de cosas que más interés despiertan cuando las cuento por aquí. Ni siquiera puedo poner fotos recientes que merezcan la pena, ya que La Nube se encarga de aplanar cualquier toma que hago, dotándola de una insulsez francamente descorazonadora. 

El único punto de color lo pone el regreso del osezno, que ha vuelto de Finlandia todo alto, rubio y hablando rarísimo con un montón de diéresis. Para el no-puente, haremos lo que nos pide el cuerpo en esta situación de Nube: nada en absoluto.


1 comentario:

Unknown dijo...

Si ha vuelto rubio, mira a ver, ¡que igual te lo han cambiado!

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