agosto 23, 2014

Sufur 0 - Niña 1

He de reconocer que admiro mucho a los procreadores. No solamente tienen el irrefrenable optimismo y el coraje de traer al mundo, a veces incluso voluntariamente, a pequeños seres humanos que tendrán que vivir en un planeta convulso de hambre, guerras, violencia y angustia, sino que además tienen, a medio y corto plazo, una fuerza de carácter, una abnegación y una energía que no pueden menos que ser elogiadas.

Me considero un hombre para mi edad vigoroso. Me levanto cada mañana con energías, voy caminando a todas partes, duermo lo justito, hago al menos ocho horas de deporte a la semana y no me asusta una cantidad moderada de trabajo físico. Pero todo eso es una mierda pinchada en un palo al lado de la inagotable energía que despliega cada día la típica niña española de cinco años.

Unos amigos nos invitaron a comer en su casa en el campo. Se trata de un matrimonio de procreadores encantador con una hija a la que adoro. La madre es la bomba: artista, decoradora, profesora, pensadora aguda, guapa a rabiar, y encima cocina como una diosa. Nos pusimos las botas. El padre, por su parte, es un verdadero PQMF: al César, lo que es del César. Con la niña me llevo fetén. Eso no tiene mucho misterio: hay pocos seres humanos por debajo de los seis años que se me resistan. Tengo buena mano con los críos, durante cortos períodos de tiempo. No tiene ningún misterio: basta querer acercarse a ellos, interesarse por sus cosas, hacerles preguntas sobre lo que les gusta y dejarles hablar. En eso, los niños son muy parecidos a los adultos, pero a diferencia de estos últimos, suelen ser personas interesantes.


A esta niña le gustan las princesas, las zanahorias, los conejos y poner nombres a los árboles. Tiene una palmera que se llama como ella y un nogal que se llama como su primo, que por casualidad se llama también como yo: Sufur. Me estuvo contando secretos al oído y, cuando me quise dar cuenta, ella era un conejo pequeñito y muy mono con una bañera mágica que volaba, y en la que se podían comer helados y/o gusanitos sin que pasara nada. Yo, a la sazón, era un elefante rojo. Ella se montaba en mi grupa y yo la llevaba arriba y abajo de la finca, arriba y abajo, arriba y abajo, y ella muerta de risa. Para ser un conejito y yo un elefante, la verdad es que pesaba bastante.

Dos horas más tarde vinieron a rescatarme el osezno y los padres del conejo. Yo ya estaba al borde de la muerte: sudado como un pollo y lleno de magulladuras, yerba y besos. La niña seguía corriendo de un lado para otro y queriendo subirse a mi grupa. Y yo me preguntaba: estos procreadores, cómo diantres sobreviven a este ritmo...


3 comentarios:

Christian Ingebrethsen dijo...

Soy un poco Herodes, en cambio tengo muy buena mano con las personas mayores.

DiegoC dijo...

Sr. Sufur,con admiración se lo digo: esta es una de las entradas más tiernas que he leído en toda mi puta vida.

Unknown dijo...

Seguro que estabas monérrimo con la niña en la chepa.

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