enero 05, 2015

La enésima

Tengo, he de admitirlo, un trocito de corazón épico en mi interior.

A rebufo del estreno navideño de El Hobbit: la Batalla de los Cinco Ejércitos (a propósito de la película solo puedo decir: la tercera y decepcionante entrega de una trilogía totalmente innecesaria), me ha dado por aparcar mi siempre creciente lista de libros por leer y volver a disfrutar del libro que más veces he leído en mi vida: El Silmarillion, de J.R.R. Tolkien.

El gusto por Tolkien y su obra es como la afición por la ópera, las ganas de comer macarrones o ciertas religiones: un asunto de gustos que no tiene nada que ver con la elección ni con ningún elemento racional. O te gusta o no, y eso no te hace ni mejor ni peor. Repito, es una cuestión de gustos, no de elección, y si alguien pretende sacar a relucir el manido argumento del realismo ("a mí la fantasía me produce urticaria porque no es más que una evasión, lo que me llega es lo real"), por favor que al menos tenga la decencia de reconocer que ninguna serie de televisión que uno sigue, ninguna película favorita, nungún argumento operístico, ninguna novela son reales. Lo real es pagar la hipoteca, tener mocos y cagaleras, y cortarse las uñas. La literatura, el cine, la música y la televisión son artificio, y por eso nos gustan tanto.

A mí Tolkien me llegó en un momento de la vida en el que me entró con asombrosa fuerza. Lo recuerdo bien: yo tenía doce años, eran unas navidades, y me leí todo El Señor de los Anillos en siete días. Desde entonces me lo he releído once veces, en tres idiomas diferentes, y sigue siendo el libro que más goce me ha procurado a lo largo de mi vida.

Más o menos a la misma altura sitúo el Silmarillion, obra que incluso a la mayoría de frikis tolkenianos resulta difícil de leer. Pero a mí me encanta por mi corazoncito épico. El Silmarillion no es una novela, no contiene diálogos, no hay personajes principales. Se trata de un conjunto de relatos cortos débilmente hilvanados en forma de saga. Es un poco como leer la Biblia, Beowulf, las sagas nórdicas o algunas hagiografías cristianas. Es decir: para la mayor parte de la gente, un peñazo. No para Sufur, el épico.




El Señor de los Anillos y El Silmarillion tienen todos los elementos necesarios para cautivar la mente de un adolescente épico y enamorado de las grandes ideas, los mundos irreales y las palabras: unas geografía, historia y mitología propias, lucha entre el Bien y el Mal, la capacidad de conjurar visiones poderosas, duraderas, y un lenguaje extraordinario. No hablo de los idiomas tolkienianos, que nunca me he molestado en aprender (tan friki no soy), sino la prosa en sí de Tolkien en inglés y la maravillosa traducción que en España hizo Manuel Figueroa para Ediciones Minotauro. Evidentemente, entré en estos libros en castellano, aunque hace ya tiempo que di el salto al inglés. Es un inglés complicado, lleno de arcaísmos, especialmente en el habla formal de los Valar:
"Mighty are the Ainur, and mightiest among them is Melkor; but he may know, and all the Ainur, that I am Ilúvatar, those things that ye have sung, I will show them forth, that ye may see what ye have done. And thou, Melkor, shalt see that no theme may be played that hath not its uttermost source in me, nor can any alter the music in my despite. For he that attempteth this shall prove but mine instrument in the devising of things more wonderful, which he himself hath not imagined"
Pero al mismo tiempo es un inglés bellísimo y magistralmente redactado. En pocas líneas, porque los capítulos del Silmarillion son por lo general breves, forma imágenes poderosas en la mente del lector; impacta, emociona, deja con ganas de más. Y lo mismo sucede con la traducción de Manuel Figueroa, que refleja perfectamente el original sin perder la belleza de sus palabras. 

De Tolkien cabe criticar muchísimas cosas: su misoginia, su conservadurismo moral, su velado racismo. Todo eso evidentmemente se vierte en su obra y la echa a perder en muchos sentidos. A mí, en particular, me ha hecho bastante daño a lo largo de mi vida el fuerte maniqueísmo tolkieniano: la Luz frente a la Oscuridad, la pureza frente a la corrupción, el bien contra el mal... durante muchos años esos conceptos me han dominado hasta tal punto que yo no podía acercarme siquiera a un libro de Tolkien durante todo un día si había cometido algún tipo de impureza (léase fundamentalmente masturbación). En eso veo un claro indicio temprano del TOC que con los años he acabando desarrollando. Y de hecho hasta este momento que he vuelto a tomar en mis manos el Silmarillion, llevaba casi diez años sin leer nada de Tolkien (porque ya no soy ni puro ni inocente). El dualismo me ha causado mucho daño, pero aunque durante mucho tiempo se focalizara en torno a los escritos de Tolkien, injusto sería achacárselo únicamente a ellos: al fin y al cabo, la lacra del dualismo invade nuestra cultura desde mucho antes, a través del platonismo, el cristianismo, la filosofía cartesiana, Kant...

A cambio también se pueden reseñar valores que son para mí profundos y bellos en la obra de Tolkien: el valor a las cosas pequeñas de la vida, la sabiduría como comprensión y preservación de ese valor de lo pequeño y sencillo, el amor a la música, la belleza de lo verde y vivo, el sobrecogimiento hacia el mar, el deleite por el lenguaje, y la tristeza serena, constructiva, que convierte la melancolía en un elemento de sabiduría. Estas cosas también han tenido un importante papel en la construcción de mi personalidad.

Pero ya tengo cuarenta años, un cierto equilibrio (dinámico) interno, y no soy ya un adolescente. Sigo siendo un poco épico, eso sí. Y por eso ahora, creo, por fin puedo sentarme, abrir mi libro favorito, y disfrutarlo sin proyectar ni extraer lecturas morales espurias. Hoy, por fin, puedo sencillamente dejarme llevar por la belleza de las palabras, el brillo de las historias, y la riqueza de las imágenes (que no tienen mucho que ver con Peter Jackson, aunque sí bastante con Alan Lee). 

Y lo estoy disfrutando como una perra.






7 comentarios:

Christian Ingebrethsen dijo...

Algún día me atreveré con Tolkien, total, leí Divergente y sigo vivo...

Feliz año.

Correhacialaluz dijo...

En este momento te tengo mucha rabia por ser capaz de expresar tan exactamente lo que siento...

De muy pequeño, leí El Señor de los Anillos en una versión infantil y me fascinó. Al devolverlo a la biblioteca municipal, el bibliotecario me dijo que si me había gustado, cuando fuese más mayor me tenía que leer la versión de verdad. ¡Que cojones cuando sea mayor! !Lo quiero y lo quiero YA!
Me enamoró, me obsesionó de tal manera que cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, contestaba que escritor. Quería llegar a escribir como Tolkien.
A estas alturas, también con 40 años, le reprocho una cosa a Tolkien: Cuando leo cualquier cosa de fantasía, (Estoy por ejemplo a medias con lo de Patrick Rothfuss) no puedo evitar pensar "pse... está bien, pero no es Tolkien"

desgayficando dijo...

Aquí otro fan tolkeniano, pero he de confesar que nunca me he atrevido con El Silmarillion, quizás por el miedo que me han metido siempre sobre ello, recuerdo el verano que me leí la trilogía de El señor de los anillos y El Hobbit en apenas dos semanas como si fuera ayer, y ha habido muchas relecturas tras ellos, pese a no ser perfecta la traslación a la pantalla de Peter Jackson me transportó a la tierra media, pese a que tiene algunos errores imperdonables, pero con El Hobbit no he tragado, tras ver la desastrosa primera parte no he visto ninguna más y eso que dicen que luego va a peor.
En fin, que me han entrado ganas de leer El Silmarillion, aunque yo también estoy a medias con Rothfuss como Correhacialaluz.

Mocho dijo...

Ah, Tolkien, los anillos... aquí llega el cascarrabias de Mocho con sus manías.

Lo intenté. Debo decir que lo intenté seriamente, más aún cuando mis amigos eran fervorosos tolkenianos.

No pude.
Llevaba una buena panzada de los anillos cuando lo dejé. Las distintas tribus y razas me interesaban un pimiento y lo único que hacían era ir de un lado a otro (sin un destino fijo). En un momento dado el autor dice que todos se sentaron al fuego a cantar una canción. Y ahí dije yo "bien, pues que sigan cantando". Y cerré el libro.

La cosa se hubiera quedado así de no ser porque todos los fanáticos de los anillos pretendían hacerme comprender que yo era un pobre ignorante que no alcanzaba a entender la profundidad del mensaje tolkeniano, como creyéndose superiores. Y esa tontería ha prevalecido muuuchos años (creo que hasta que se les ha visto el plumero intentando justificar la porquería de las películas del Hobbit).

Cuando llegó "la película" todo el mundo se volvió como loco. Y yo intenté hacer de tripas corazón y me dispuse a ver el film con apertura de mente, máxime cuando su director era uno de mis favoritos. ¿Podía hacer algo malo el autor de Bad Taste o The Feebles? Pues sí.

Cuando terminó la película me fui al baño de los cines Ideal, más que nada porque era larguísima y me estaba meando. Allí coincidí con un amigo, al que le había parecido maravillosa. Yo fui algo más lacónico: Me pareció una mierda. Aburrida, pretenciosa y AUTOCOMPLACIENTE.

Y entonces me soltó lo que sueltan todos "¡Es que hay que leerse la novela!". Y yo contesto lo que digo siempre: "Pues menuda mierda de película que para entenderla hay que leer un libro antes y que no se sabe expresar por sí sola".

Aparte, la historia me resultó muy poco original, y aquí sale el opermaníaco que hay en mí. ¿Alguien se ha molestado en leer la línea argumental básica del Anillo del Nibelungo, escrita un siglo antes? Es la misma historia: el oro que sale del río y se convierte en elemento maldito para el que lo posee. Y la eterna historia del héroe inocente que restituirá la paz y el orden devolviéndolo a su lugar. LO-MIS-MO.

Lo di por imposible, no vi ni la segunda ni la tercera parte de la película, y mucho menos las de los Hobbits.

Sí, soy antitolkeniano, igual que soy anti Los Simpson o antijoaquisabínico, por ejemplo.

Y mi "anti" no procede de una manía personal, sino de experiencias basadas en la decepción.

Aún así, me congratula leer un texto en el que se glorifica la experiencia anillera basándose en la prosa de su autor, es la primera vez que lo leo. Ole, sufurino.

Sufur dijo...

¡Y ole Mochuelo! Recibir comentarios así de largos y detallados son lo que más ilusiona de escribir un blog. ¡Gracias, a ti y también al resto de comentaristas!

Mocho dijo...

No me gusta escribir comentarios más largos que la propia entrada del blog, pero es que si pongo "pues a mí los anillos me parecen una puta mierda" quedo como mal, ¿nooo?

Feliz año, Sufurín

Unknown dijo...

A mí me pasó igual que a Mocho: lo intenté.

Yo tendría unos 14-15 años, vamos, que ya tenía cabeza suficiente para hacer lecturas comprensivas de libros de más de 4 páginas de las de cartón gordo de libros de bebé. Pero no pude. Llegué más o menos a la página 1400 (poco más de la mitad), y decidí que ya no quería saber qué coño hacían con el maldito anillo, y que tanta batalla no era para mí.

Y años después llegó la película. Como no quería ser antisocial, y dado que todos mis amigos iban, pues fui al cine a ver la primera. ¡Meeec, error! No me gustó nada (o menos aún). Así que ni la 2, ni la 3, ni versiones extendidas, ni Hobbits, ni nada que se parezca. Y eso que había leído "El Hobbit" y no me disgustó, pero me pareció una tomadura de pelo hacer 3 películas de un libro tan pequeño.

LinkWithin

Blog Widget by LinkWithin

Adoradores