marzo 20, 2015

Lo bueno (3)

I

Conocí en el congreso a una chica brasileña que había estado trabajando una temporada en España. Me contó que una vez le habían robado el bolso en Madrid y que cuando fue a la policía a notificarlo, ésta se lo tomó como un asunto de gran gravedad. Más tarde la muchacha encontró tirados en el suelo sus documentos de identidad, pero no el dinero ni las tarjetas. En cuanto se lo dijo a los agentes de comisaría, éstos se quedaron mucho más tranquilos y dieron por cerrado el caso.
- Oiga, pero mi dinero y tarjetas no han aparecido.

- Ni aparecerán. Lo que nos preocupaba es que tuvieran su pasarporte. Lo demás, da igual.
La chica se quedó extrañada y preguntó a santo de qué la desaparición de su pasaporte había causado tanto revuelo. La explicación fue que los pasaportes brasileños tienen mucho valor en el mercado negro, mucho más que los de otros países. ¿Por qué? Porque Brasil es un país de mestizaje desde hace mucho tiempo y nadie desentona allí. Uno puede tener rasgos orientales, llamarse Gustavo y apedillarse Schmidt, siendo brasileño de tercera generación. Por ese motivo cada vez que un agente secreto en una película recibe un juego de pasaportes falsos, siempre hay entre ellos alguno de Brasil.

Esta anécdota viene a cuento porque a la hora de hablar de hombres del país, conviene irse olvidando del mito del brasileño mulato zumbón. Los brasileños vienen en todas las formas, tonalidades y tamaños. La ventaja, como decía antes, es que en ningún lado desentonas. La desventaja, al mismo tiempo, es que a nadie resultas exótico: seas como seas, y con la población que tiene ese país, los brasileños siempre habrán visto a veinte mejores que tú.

El mestizaje, además, produce belleza.


II


Hay tres cosas que me fascinan del clásico "la chica de Ipanema". La primera es de qué forma tan dulce pronuncia Jobim la palabra "sozinho": prueba irrefutable de que el portugués es más difícil de lo que parece, y de que el español es el idioma más fonéticamente sosainas que conozco. La segunda cosa que me fascina es lo escandalosamente pegadiza que es la canción: llevo diez días sin quitármela de la cabeza. Por último, lo tremendamente melancólica y triste que es (por muy tropical que sea), si uno se fija en la letra.



La historia, en versión resumida, es esta: el cantante ve pasar cada día a una muchacha que camina hacia la playa. Ella es hermosa, él siempre la sonríe, y ella ni siquiera le ve. La canción acierta de lleno en mi diana emocional, pues para mí la belleza ajena siempre ha tenido un punto doloroso. No estoy hablando del clásico resentimiento del feo hacia los guapos, sino de algo más profundo. Ves pasar ante tus ojos la belleza, te despierta un sentimiento de adoración, quieres ponerla en un pedestal, y sin embargo sabes que no solamente no podrás tenerla entre tus brazos, sino que además esa belleza es algo efímero, que en poco tiempo desaparecerá. Incluso te da algo de rabia que se desperdicie de esa manera.

Brasil está tan lleno de belleza, humana y también natural, que me entraban ganas de llorar. 

Y eso que hubo al menos uno  que sí que me vio y me devolvió la sonrisa.


III

Lo malo de viajar con el tiempo justo, a una ciudad pequeña, a finales de verano (de allí) y entre semana es que te pasas casi todo el tiempo trabajando, y cuando sales la mayor parte de los nativos están ocupados en sus cosas. El único día que nos llevaron a la playa, era miércoles y ésta estaba casi vacía. 

Los chulazos, como los vampiros, salen al anochecer. Al caer la tarde los chicos salían a correr junto al río, y daba gloria mirar sus cuerpos bronceados (y frecuentemente tatuados, hay que ver qué afición le tienen en Brasil a la aguja) mientras hacían ejercicio. Pero a esas horas y con esa luz, no había quien los fotografiara. Por eso de este viaje no guardo casi ninguna foto de hombres merendables. Se queda lo mejor, me temo, en mi retina...





2 comentarios:

Mocho dijo...

El problema de la chica de Ipanema es que ha sido tannnnn destrozada por todo el mundo que siempre que escucho los primeros compases me pongo a temblar de cómo la van a masacrar.

La bossa nova además es super-recurrente para modernasdemierda, hipsters y maripetardas: Queda MUY COOL decir que te gusta la bossa y, por supuesto, citar a Jobim (no conocen a ningún otro, yo tampoco).

Interesante lo del pasaporte brasileño, pero toda la razón. Yo tengo una prima brasileña de padre español y madre alemana cuyos rasgos son... ¿internacionales?

Unknown dijo...

Te podías haber traído al barbitas del agua (y mandármelo para aquí, claro).

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